jueves, 31 de marzo de 2011

255.

Otra novela de Don Pío Baroja. Zalacaín el aventurero. Nuevas andanzas de vascos. Esta vez por sus tierras del norte, con ese distanciamiento de las mitologías étnicas tan propio de él. Fabulosas las pinceladas sobre la caterva carlista con su pretendiente en vanguardia. Sigues adorando a Don Pío. Y sobresalto de retrogusto con aromas de exquisito vino añejo cuando ves las huellas de Homero en este pasaje. Y no puedes evitar poner en espejo con su original en traducción, como siempre, tuya:

A media noche, se preparaba Martín a montar a caballo, cuando se presentó Catalina con su hijo en brazos.
— ¡Martín! ¡Martín! —le dijo sollozando—. Me han asegurado que quieres ir con el ejército a subir a Peñaplata.
— ¿Yo?
— Sí.
— Es verdad. ¿Y eso te asusta?
— No vayas. Te van a matar, Martín. ¡No vayas! ¡Por nuestro hijo! ¡Por mí!
— Bah, ¡tonterías! ¿Que miedo puedes tener? Si he estado otras veces solo, ¿qué me va a pasar, yendo en compañía de tanta gente?
— Sí, pero ahora no vayas, Martín. La guerra se va a acabar en seguida. Que no te pase algo al final.
— Me he comprometido. Tengo que ir.
— ¡Oh, Martín! —sollozó Catalina—. Tú eres todo para mí; yo no tengo padre, ni madre, ni tengo hermano, porque el cariño que pudiese tenerle a él lo he puesto en ti y en tu hijo. No vayas a dejarme viuda, Martín.
— No tengas cuidado. Estáte tranquila. Mi vida está asegurada, pero tengo que ir. He dado mi palabra…
— Por tu hijo…
— Sí, por mi hijo también… No quiero que, andando el tiempo, puedan decir de él: «Este es el hijo de Zalacaín, que dió su palabra y no la cumplió por miedo»; no, si dicen algo, que digan: «Este es Miguel Zalacaín, el hijo de Martín Zalacaín, tan valiente como su padre… No. Más valiente aún que su padre.»
Y Martín, con sus palabras, llegó a infundir ánimo en su mujer, acarició al niño, que le miraba sonriendo desde el regazo de su madre, abrazó a ésta y, montando a caballo, desapareció por el camino de Elizondo

Ἕκτορ ἀτὰρ σὺ μοί ἐσσι πατὴρ καὶ πότνια μήτηρ
ἠδὲ κασίγνητος, σὺ δέ μοι θαλερὸς παρακοίτης·
ἀλλ᾽ ἄγε νῦν ἐλέαιρε καὶ αὐτοῦ μίμν᾽ ἐπὶ πύργῳ,
μὴ παῖδ᾽ ὀρφανικὸν θήῃς χήρην τε γυναῖκα·
λαὸν δὲ στῆσον παρ᾽ ἐρινεόν, ἔνθα μάλιστα
ἀμβατός ἐστι πόλις καὶ ἐπίδρομον ἔπλετο τεῖχος.
(…)
τὴν δ᾽ αὖτε προσέειπε μέγας κορυθαίολος Ἕκτωρ
ἦ καὶ ἐμοὶ τάδε πάντα μέλει γύναι: ἀλλὰ μάλ᾽ αἰνῶς
αἰδέομαι Τρῶας καὶ Τρῳάδας ἑλκεσιπέπλους,
αἴ κε κακὸς ὣς νόσφιν ἀλυσκάζω πολέμοιο·
οὐδέ με θυμὸς ἄνωγεν, ἐπεὶ μάθον ἔμμεναι ἐσθλὸς
αἰεὶ καὶ πρώτοισι μετὰ Τρώεσσι μάχεσθαι
ἀρνύμενος πατρός τε μέγα κλέος ἠδ᾽ ἐμὸν αὐτοῦ.
εὖ γὰρ ἐγὼ τόδε οἶδα κατὰ φρένα καὶ κατὰ θυμόν·
(…)
αὐτὰρ ὅ γ᾽ ὃν φίλον υἱὸν ἐπεὶ κύσε πῆλέ τε χερσὶν
εἶπε δ᾽ ἐπευξάμενος Διί τ᾽ ἄλλοισίν τε θεοῖσι·
Ζεῦ ἄλλοι τε θεοὶ δότε δὴ καὶ τόνδε γενέσθαι
παῖδ᾽ ἐμὸν ὡς καὶ ἐγώ περ ἀριπρεπέα Τρώεσσιν,
ὧδε βίην τ᾽ ἀγαθόν, καὶ Ἰλίου ἶφι ἀνάσσειν·
καί ποτέ τις εἴποι πατρός γ᾽ ὅδε πολλὸν ἀμείνων
ἐκ πολέμου ἀνιόντα· φέροι δ᾽ ἔναρα βροτόεντα
κτείνας δήϊον ἄνδρα, χαρείη δὲ φρένα μήτηρ.

[Habla Andrómaca:] “Pero, Héctor, tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú eres mi vigoroso marido. Vamos, ten compasión ahora de mí y quédate en la torre. No dejes a un hijo huérfano y a una mujer viuda. Detén tu hueste junto a la higuera salvaje, donde es más accesible la ciudad y donde había un muro fácil de escalar.”
(…)
A su vez, le dirigió la palabra el gran Héctor, de resplandeciente casco: “Bien cierto es que a mí también todo eso me preocupa, mujer; pero siento una terrible vergüenza de huir lejos de la batalla como un cobarde ante los troyanos y las troyanas de largos peplos. No me lo ordena mi corazón porque aprendí a ser valiente y a luchar siempre en primera fila con los troyanos en pos de una gran gloria para mi padre y para mí mismo. Bien lo saben mi corazón y mi ánimo”.
(…)
[Continúa Héctor:] Entonces, él, tras besar a su amado hijo y mecerlo en sus brazos, dijo alzando una súplica a Zeus y a los demás dioses: “¡Ζeus y los demás dioses! Concededme que este hijo mío llegue a ser también como yo, famoso entre los troyanos, valiente con su fuerza, y que gobierne Ilión con su poder. De ese modo, alguien podrá decir alguna vez: ‘Éste es mucho mejor que su padre cuando volvía de la batalla'. Y ojalá traiga, después de haber matado a un enemigo, sus ensangrentados despojos y se alegre el corazón de su madre.”


Homero, Ilíada, VI 429-435 / 440-447 / 474-481
Pío Baroja, Zalacaín el aventurero, pp. 141-142; leído en edición digital descargada legalmente de http://www.feedbooks.com/book/3282/zalaca%C3%ADn-el-aventurero.

2 comentarios:

  1. La ventaja que tenéis los de griego es que, en cualquier texto, os encontráis con el alma griega. La epopeya degradada que es la novela de Baroja (degradada en sentido lukacsiano, de un héroe problemático) repentinamente se ilumina con la figura de Héctor, Andrómaca y Astianacte. Hay gente que habla de intertextualidad y lo que hay es presencia viva de los griegos. ¡Dichosos los que estudian griego porque siempre verán más y más profundamente! ¡Y Baroja, genial! Me gusta la traducción aunque mi griego... ya ves. Chapurreo dos bobadas en griego moderno. Ahora bien, presumo de que en Comunes me dio clase Adrados.

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  2. Dichosa edad y cursos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron el nombre de Comunes, querido Venancio. Yo también fui de esa hornada, aunque ya algo disminuida. En el horizonte se nublaban los cielos con los planes en los que se entraba en 1º ya dentro de la especialidad. Luego, inventaron eso de la carrera de Humanidades, pero sin Humanidades. ¡Cosas de los postmodernos! Por otro lado, de acuerdo en la moda de llamar con nuevos términos conceptos existentes desde miles de años. La intertextualidad no es sino la antigua mímesis. Y no fue mala maestría la de D. Francisco. Yo tuve discípulos suyos. Ευχαριστὠ για την παρουσία σας και τα σχόλιά σας.

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