sábado, 30 de abril de 2011

277.

Nuevo relato.

YA NADIE SE ACUERDA DE LOS MUERTOS

"Ya nadie se acuerda de los muertos". Los dos ancianos estaban sentados frente al estanque. Atardecía en el parque que amenizaba los bloques del barrio, mazacotes de edificios color ladrillo con una luz mortecina. A duras penas el sol conseguía arrancar de su superficie un pequeño destello de alegría al amanecer. "Hoy en día se muere uno y lo lloran unas horas. Luego, alguna lagrimita y algún suspiro. Y eso si eres afortunado y tienes quien guarde esos sentimientos hacia ti. La mayoría ni siquiera puede disfrutar de ese reconocimiento. Ya ni siquiera te entierran. No hay tumbas, no hay nichos donde vayan tus familiares a ponerte flores el aniversario de tu muerte o el día de los difuntos. Ahora te incineran y echan tus restos al río, con lo sucio que baja siempre. Ni siquiera tienen el detalle de irse un día a la orilla del mar, aunque sea con la excusa de pasar allí la jornada y comerse una paella en el chiringuito. Tampoco se molestan en salir al campo. No, tienen que soltar las cenizas en el río. ¿Te imaginas lo que puede ser acabar como pitanza de peces, esos peces tan asquerosos que medran entre el cieno y la basura? Los jóvenes tiran las fotos de los abuelos y los bisabuelos, y los hijos las guardan en unos álbumes desencuadernados que ya nunca volverán a abrirse. No hay retratos de los mayores en las casas. En su lugar ponen cuadros llenos de chafarrinones y pegotones de pintura que nadie entiende, pero que todos alaban. Corren malos tiempos para los muertos, Alfonso, malos tiempos." El anciano que escuchaba las palabras de su compañero también perdía su mirada en una lontananza que no llegaba más allá de unas copas detrás de las cuales sobrevolaban los últimos pisos de los bloques de ladrillo visto. Asentía a las quejas de su colega con un rictus de resignación. Unos niños perseguían a las palomas y unos jóvenes jugaban al fútbol en el césped. En una esquina del campo de hierba, una pareja se besaba sin reparos. "Mira a ésos," continuó el viejo "mira cómo se restriegan y se manosean en público. Sólo piensan en eso, sólo en eso. Si les preguntas quiénes fueron sus abuelos, seguro que ni se acuerdan. Y eso que ahora casi todos tienen la suerte de tener vivos a los cuatro. Y olvídate de que sepan quiénes fueron sus bisabuelos. Nosotros estábamos hechos de otra pasta. En casa guardamos la memoria de nuestros mayores durante generaciones. Pero cuando nos vinimos a la capital, todo acabó. Lo que más me duele es que hasta nosotros nos estamos volviendo como éstos. Ya ni me acuerdo de mis padres ni mis abuelos. Malos tiempos para quienes se marcharon, Alfonso, malos tiempos." El sol se iba poniendo. Ambos decidieron levantarse del banco y alejarse del parque. En su camino, pasaron por encima de aquella pareja hundida en besos y atravesaron el tronco de un enorme ficus que era el orgullo del barrio.

viernes, 29 de abril de 2011

276.

La expresión clave para entender la estética de la literatura japonesa quizá pueda ser mono no aware. Unos la han traducido como lacrimae rerum, las lágrimas que se vierten por ser las cosas como son. Es la serena melancolía por la realidad amarga de la existencia. Detrás de lo que has leído está, siempre, mono no aware.

jueves, 28 de abril de 2011

275.

Sin embargo, percibes cómo detrás de una autora como Banana Yosimoto, tan apreciada también hoy en día, hay una falta de peso que no creo se deba a la traducción. Cuando terminas de leer sus novelas percibes que la suavidad del Japón se ha convertido en insustancialidad, que las historias son realmente banales, que carece de esos rasgos indescifrables que separan lo ridículo de los sublime, sumiendo lo segundo en lo primero. Deberías dedicarle tiempo al análisis literario o ser un académico para poder indagar en las razones que provocan esas dos sensaciones tan distintas entre las obras de Yosimoto o de un Kawabata, por ejemplo. Hay algo más en este último y algo menos en aquélla.

miércoles, 27 de abril de 2011

274.

Suele embargarte esa desorientación con la literatura japonesa que llevas leída hasta el momento. Como le sucede a los haikus, el grosor de la frontera entre lo ridículo y lo sublime es insignificante, por eso la cara de estupor cuando se lee un haiku traducido del japonés. Hay mil detalles que vuelan entre las manos del lector. La elección del ideograma, las referencias a la naturaleza, al zen, a la tradición literaria de Japón. Todo desaparece, se evapora y nos deja el sentido escueto, como si pretendiéramos hacernos a la idea de una joven hermosa mirando sólo su esqueleto. Intuyes que las obras de Yasunari Kawabata, Natsume Soseki u otros autores modernos participen de este espíritu sutil que permanece velado para nosotros mientras no seamos capaces de acercarnos a sus obras en la lengua original. En todo caso, te gusta, te subyuga la desorientación, porque estás cansado de la mirada agria, del improperio, de la crueldad, de la fealdad como objeto artístico. En Japón llevan siglos conviviendo con la melancolía del vivir y saben cómo afrontarla. Tan bien lo saben que cuando anega el corazón más de la cuenta, tienen más soltura que los occidentales en suicidarse, sin alharacas ni aspavientos. Para ellos el vacío no es tan pérfido porque han convivido con él desde el principio.

martes, 26 de abril de 2011

273.

Haruki Murakami es uno de los escritores más afamados actualmente. Te acercas a él con la curiosidad que te provocan los autores japoneses y lees Al sur de la frontera, al oeste del sol. De nuevo un protagonista masculino cuyo sentimiento del vacío vital es llenado por la presencia de una mujer intuida en la infancia y anhelada durante toda la vida. Un reencuentro casual, un acontecimiento desgraciado, una compañía, una noche de amor, la promesa de un futuro a su lado se desvanecen y dejan a Hajime, el protagonista, frente a la esencia vacua de su existencia sumida en una familia aparentemente feliz y con un entorno de bienestar. Como siempre, en estos japoneses, la ausencia de alboroto, de estridencias. Todo transcurre de un modo sereno, sin una voz más alta que otra. Hasta la pasión se entona en una atmósfera donde los gestos más entregados se celebran entre el susurro. Es una pena que no puedas leer el original en japonés. A buen seguro saldrían a la luz mil matices que una traducción, por buena que sea, debe dejar escapar. Intuyes que hay mucho más debajo de esa historia resignada de pasiones incumplidas y frustraciones sin rabia. Quizá sea fundamental la elección de los ideogramas, que, como sabes, dicen con sus trazos más de los que comunican los sonidos que les confieren los hablantes. Al final te quedas en suspenso. No sabes si es una historia más, banal como tantas otras que no merecerán nunca ni una línea, o si se trata de una pequeña obra maestra cuyas virtudes se escabullen entre los recovecos de las palabras en español.

Haruki Murakami, Al sur de la frontera, al oeste del sol, trad. Lourdes Porta, Barcelona, Tusquets, 2008.

sábado, 23 de abril de 2011

272.

En el inevitable proceso de dar significado a las cosas, el ser humano lleva a pensar que la naturaleza es una madre. Curiosamente, ves en pleno siglo XXI el retorno al pensamiento primitivo, al pensamiento mágico y mítico en los ecologistas. Pero cuando conoces algunos efectos de esa madre sobre el género humano, la faz nutricia, protectora y amante supuestamente atribuida a esas figuras (las hay que son unas brujas) se sombrea de cumulonimbos. He aquí, hermanos, que los ecologistas vuelven a sacar del baúl polvoriento de esas religiones aborrecidas por ellos las viejas justificaciones de la desgracia humana: no es la madre la que nos mata, sino nuestra incuria ante sus mandatos. El viejo Dios de los libros redivivo en forma de mujer. Feminismo tenemos, pues. Pero la naturaleza no es buena ni mala. No es madre, ni esposa, ni hermana, ni prima, ni hija. Es, simplemente, naturaleza. Una fuerza que sólo ordena sobrevivir en los seres vivos y existir sin más en los inanimados. Como los dioses griegos, no tiene moralidad ni normas de comportamiento adheridas a un supuesto amor por los demás. De igual modo que si no pecas es porque Dios te recompensará con el paraíso, se debe tener cuidado con la Pachamama porque así sobreviviremos mejor. Nada de altruista hay en el ecologismo y sí el deseo de crear (de nuevo la utopía) un paraíso en la tierra. Tampoco se libran los ecologistas canónicos de las contradicciones. La pobreza, decían aquéllos, es interior. Nada obsta al mandato el disfrutar de lujosos bienes, si el corazón es pobre. Nada impide a los heraldos de la naturaleza viajar en avión, tener coches, someterse a radiografías o, cuando se tercie, comer buenos solomillos, siempre que el alma se reserve pura para la Madre. Van dados, pero mientras tanto, puede que pagues mucho más caras las patatas y en el Tercer Mundo sigan esperando el advenimiento de las sobras para seguir respirando.

viernes, 22 de abril de 2011

271.

De los siete relatos, cuatro breves, tres más largos, que has leído de Junichiroo Tanizaki, el titulado El cuento de un hombre ciego ha sido el que más has apreciado. Se trata de una novela breve de ambientación en el Japón del siglo XVI, donde las pendencias entre los señores feudales se desparramaban por la Tierra de los Dioses asolando campos y ciudades. Te ha recordado historias como las protagonizadas por el clan Heike. En el fondo, serpean la resignación ante la fugacidad de la vida y el sentido estricto del deber. Los demás relatos están poblados de seres con personalidades particulares, con unas obsesiones moderadamente dominantes conforme al genio japonés, que abomina de los excesos expresivos. Personajes extremos en su contención como un tatuador perfeccionista destruido por su mejor creación, hombres de ambigua relación con las figuras maternas, ladrones que cuentan su historia como si de otro se tratase y otras muestras de sushi literario. De todas formas, no te ha seducido. Sigue siendo Kawabata el que mora en tu particular cumbre de la literatura nipona. Y te ha molestado señaladamente que la traducción fuera del inglés, no del japonés. Aunque te diste cuenta cuando ya habías comprado el libro.

Junichiroo Tanizaki, Siete cuentos japoneses, trad. de Ángel Crespo y María Luisa Balseiro, Barcelona, Siruela/DeBolsillo, 2011

jueves, 21 de abril de 2011

270.

Fragmentos entresacados de la lectura que estás haciendo de Polibio:

VI 2.6.
μόνον νομίζοντες εἶναι ταύτην ἀνδρὸς τελείου βάσανον τὸ τὰς ὁλοσχερεῖς μεταβολὰς τῆς τύχης μεγαλοψύχως δύνασθαι καὶ γενναίως ὑποφέρειν.

Lo único que prueba la presencia de un hombre maduro es su capacidad de soportar serena y valientemente todas las mudanzas de la fortuna.


VI 4.4-5.
παραπλησίως οὐδὲ δημοκρατίαν, ἐν ᾗ πᾶν πλῆθος κύριόν ἐστι ποιεῖν ὅ, [5] τι ποτ᾽ ἂν αὐτὸ βουληθῇ καὶ πρόθηται· παρὰ δ᾽ ᾧ πάτριόν ἐστι καὶ σύνηθες θεοὺς σέβεσθαι, γονεῖς θεραπεύειν, πρεσβυτέρους αἰδεῖσθαι, νόμοις πείθεσθαι, παρὰ τοῖς τοιούτοις συστήμασιν ὅταν τὸ τοῖς πλείοσι δόξαν νικᾷ, τοῦτο καλεῖν δεῖ δημοκρατίαν.

No se debe considerar democracia aquel régimen en el que todo el pueblo es dueño de hacer lo que quiera y se proponga, sino aquel que tiene como tradición y costumbre venerar a los dioses, cuidar de los padres, respetar a los ancianos y obedecer a las leyes. Sólo en esa clase de comunidades, cada vez que el parecer de la mayoría vence, se debe decir que hay una democracia.


VI 24.9
βούλονται δ᾽ εἶναι τοὺς ταξιάρχους οὐχ οὕτως θρασεῖς καὶ φιλοκινδύνους ὡς ἡγεμονικοὺς καὶ στασίμους καὶ βαθεῖς μᾶλλον ταῖς ψυχαῖς, οὐδ᾽ ἐξ ἀκεραίου προσπίπτειν ἢ κατάρχεσθαι τῆς μάχης, ἐπικρατουμένους δὲ καὶ πιεζομένους ὑπομένειν καὶ ἀποθνήσκειν ὑπὲρ τῆς χώρας.

Se espera que los centuriones sean no tanto temerarios y amantes del peligro, como excelentes líderes, firmes y de ánimo especialmente sereno; que no se precipiten e inicien la batalla irreflexivamente y que cuando se hallen bajo presión y en situaciones perdidas, resistan y mueran sobre el terreno.


VI 47.1-4
[1] ἐγὼ γὰρ οἶμαι δύ᾽ ἀρχὰς εἶναι πάσης πολιτείας, δι᾽ ὧν αἱρετὰς ἢ φευκτὰς συμβαίνει γίνεσθαι τάς τε δυνάμεις αὐτῶν καὶ τὰς συστάσεις· αὗται δ᾽ εἰσὶν ἔθη καὶ νόμοι· [2] ὧν τὰ μὲν αἱρετὰ τούς τε κατ᾽ ἰδίαν βίους τῶν ἀνθρώπων ὁσίους ἀποτελεῖ καὶ σώφρονας τό τε κοινὸν ἦθος τῆς πόλεως ἥμερον ἀπεργάζεται καὶ δίκαιον, τὰ δὲ φευκτὰ τοὐναντίον. [3] ὥσπερ οὖν, ὅταν τοὺς ἐθισμοὺς καὶ νόμους κατίδωμεν παρά τισι σπουδαίους ὑπάρχοντας, θαρροῦντες ἀποφαινόμεθα καὶ τοὺς ἄνδρας ἐκ τούτων ἔσεσθαι καὶ τὴν τούτων πολιτείαν σπουδαίαν,[4] οὕτως, ὅταν τούς τε κατ᾽ ἰδίαν βίους τινῶν πλεονεκτικοὺς τάς τε κοινὰς πράξεις ἀδίκους θεωρήσωμεν, δῆλον ὡς εἰκὸς λέγειν καὶ τοὺς νόμους καὶ τὰ κατὰ μέρος ἤθη καὶ τὴν ὅλην πολιτείαν αὐτῶν εἶναι φαύλην.


A mi juicio, hay dos principios en toda comunidad que llevan a aceptar o rechazar sus potencialidades y características: las costumbres y las leyes. Se aceptan aquellas sociedades que producen hombres con una vida privada decorosa y una vida pública morigerada, lo que aboca en un temperamento general cortés y justo. Las contrarias son rechazables. En consecuencia, cuando observamos que algunas comunidades poseen costumbres y leyes virtuosas, afirmamos con alegría que sus hombres y el estado también han de ser virtuosos en razón de aquellas cualidades. De idéntica manera, cuando advertimos que algunos llevan vidas privadas en las que reina la codicia, y vidas públicas en las que reina la injusticia, es razonable, evidentemente, afirmar que sus leyes, sus temperamentos particulares y el conjunto de la ciudad son despreciables.

miércoles, 20 de abril de 2011

269.

Uno de tus amables lectores se pregunta en sus comentarios la razón de la falta de autocrítica entre las autoridades sobre la andadura del sistema de enseñanza actualmente trotante por las calcinadas dehesas mentales españolas. Crees tener una explicación. Hay mucha gente que ha encontrado un confortable espacio en el que morar a la sombra de ese sistema y hay quienes le están profundamente agradecidos por permitirles llegar por vía espuria a un lugar que por vía legítima nunca hubieran ni siquiera columbrado. Subyace en el sistema una concepción de la labor docente radicalmente distinta de la tradicional y esta premisa lleva a erigir un edificio poblado por profesionales a los que, so capa de exigirles nuevos valores, se les aparta de la primacía de la cultura, el saber y el conocimiento. Si el profesor no tiene que ser sabio, sino un moderador intercultural, lo demás se da por añadidura. En función a esas bases, la vieja fauna docente cambia en su distribución y se producen ascensos y descensos, además de nuevas hornadas a las que no se les pide amor al saber, sino adhesión ideológica y energía positiva. El primer grupo beneficiado consta de sindicalistas y miembros del Partido, que con el mérito de un carnet en el bolsillo, han desertado de la tiza (brillantísima expresión maquinada por un profesor sevillano) y pacen en los Centros de Profesores y en los infinitos despachos oficiales imaginando cómo humillar a sus antiguos colegas con cursos que infaman su capacidad intelectual. Son muchos y tienen mucho mando. Luego, están los pedagogos y similares. Sin el apoyo de la LOGSE, seguirían siendo nada relevantes, inexistentes en el teatro académico español (y mundial). Sus esotéricas elucubraciones pseudo científicas continuarían en el limbo de la revolución pendiente, añorando un futuro de eco-pacifismo, feminismo, igualitarismo y multiculturalidad, con la consiguiente mediocridad y ruina generalizada. Hay, a continuación, mucho adocenado que ha podido acceder a puestos inalcanzables previamente por exigir duras pruebas en su acceso. Los nuevos catedráticos, los nuevos inspectores son un ejemplo. Eran jerarquías que antes de la llegada de los nuevos padecían mofa y befa. Hasta que se transformó el sistema para que los burladores se asentaran en el escalafón sin tener que estudiar. A partir de ese momento, vuelven a ser respetables. Pero ya están definitivamente desprestigiados en función de la cualidad académica e intelectual de sus nuevos ocupantes. Hay mucho político que sabe manejar el resentimiento y la envidia de los seres humanos con la cosecha de unos votos contantes y sonantes. Y nada vende mejor que la guillotina para quienes están por encima. Destaca, finalmente, el entramado de asociaciones de padres controladas por el Partido con voz y voto en los Consejos Escolares, adoctrinando a los demás progenitores A y B sobre las bondades de ese sistema y las maldades de los fascistas que lo denigran. Este es tu diagnóstico. Y tu pronóstico: nada cambiará. Porque España y yo, señora, somos así.

martes, 19 de abril de 2011

268.

Este relato está basado en un historia real sucedida en el pueblo.

UNA HISTORIA DE AMOR

"Cuando más la quería, la perdí" se decía triste. Estaban en lo mejor de sus vidas, la veintena acosando sus venas con el empuje de la primavera, el ardor bullendo entre sus músculos, sus cabezas repletas de imágenes anunciadas donde la pasión reventaba en medio de caricias. Pero la perdió y nunca supo cómo pudo suceder. Ella, aparentemente, lo aceptaba. Sonreía ante sus palabras, acogía sus bromas y sus actos de enamorado. Eran tiempos difíciles para los que se amaban, pero sus sentimientos se liberaban, certeramente, en todo cuanto las restricciones admitían. Ella sabía que la amaba de una forma como no estaba acostumbrada a vislumbrar entre aquellos jóvenes con frecuencia imberbes, tocados de un engreimiento contenido a duras penas. Cuando todo parecía ir por el mejor de los caminos imaginables, ella decidió casarse con otro. En aquel momento no logró enterarse cuáles fueron los motivos que la inclinaron a rendirse ante aquel gachupín de ínfulas capitalinas con supuesta fortuna y futuro prometedor, vástago de una de las familias de posibles del pueblo. Pensar que fueron sus reales los que dieron el impulso definitivo para aquella boda le resultaba descorazonador, porque revelaría una amada demasiado cercana a los barros del camino. Así que se consoló pensando que su familia la había convencido, o tal vez, obligado, acción que la erigiría aún más sobre el pedestal al que la había subido desde que fue consciente de su pasión. Pronto se enteró todo el mundo de que el marido rico de aquella adorable mujer le pegaba. Era un borracho que dilapidó la fortuna de su familia en la bebida, en sus negocios ruinosos y, se comentaba con fingida discreción, en las prostitutas que moraban dentro de una casona del pueblo vecino. Nunca tuvieron hijos y las habladurías por este motivo se extendieron entre callejones y mesas camillas, entre cuchicheos durante el sermón de la misa de doce y los chismes ante la tendera, mientras pesaba un kilo de patatas en la balanza. Los años fueron pasando. Nunca hubo otra mujer en la vida del enamorado. No se le conocieron novias ni aventuras en el pueblo. Su existencia se diluyó entre su trabajo en los campos, unos vinos nunca excesivos en la taberna y la presencia en las fiestas inevitables para la vida social del lugar. Junto a estas actividades, que lo convertían en uno más de los habitantes del pueblo, el enamorado se dedicaba a otra tarea conocida. Cuando también él se enteró de que su adorada era objeto de palizas, de que vivía casi enclaustrada en aquella mansión, empezó a dejarle pequeños rastros de su presencia y de la vitalidad de su sentimiento. De vez en cuando, al pasar delante de la ventana de la planta baja de la casa donde sufría el amor de su vida, el hombre le dejaba una bolsita de caramelos un día; otro, una cajita de bombones; en otra ocasión, le regalaba un paquetito de almendras tostadas y saladas, o garrapiñadas, o piñones confitados, o uvas pasas de Corinto, o bastoncitos de azúcar, o chocolatinas. Discretamente, cuando nadie podía verlo, depositaba sus ofrendas debajo de la última lama de una persiana que, misteriosamente, siempre dejaba ese espacio abierto entre la reja y la cristalera. Cuando pasaba por el lugar al día siguiente, su regalo ya no estaba allí. Su marido, obviamente, nunca se enteró y ella sí supo que los presentes eran obra de su enamorado, aunque jamás leyera una nota de su puño ni le dirigiera la palabra durante la misa o durante la verbena de Santa Engracia, únicas ocasiones en que la esposa era liberada por el esposo. Para él sus miradas en aquellos distantes encuentros eran suficientes para tener constancia de que ella recibía sus regalos y los apreciaba. Así pasaron los años, las juventudes fueron ajándose, los vigores desapareciendo y las fuerzas menguando. Hasta que, al fin, a una edad en que las personas ya sólo piensan en descansar después de una vida llena de trabajos, el marido de su amada murió. De cirrosis, claro está; aunque también se hablaba de cierta enfermedad innombrable que los hombres contraen cuando frecuentan mujeres de mala vida. Si estos rumores eran así, al menos fue lo único maligno de su marido que la desgraciada esposa no padeció, porque desde hacía lustros no sabía lo que era el contacto con otra parte del cuerpo de aquel hombre que no fuera su mano sobre el rostro. No aguardó el preceptivo tiempo de luto. Al poco del entierro del infame, el viejo enamorado se presentó en la casa de la viuda con una bolsita de pastillas de regaliz, una sonrisa en su boca, en la que ya faltaban algunos dientes, peinados sus escasos pelos y temblorosas sus manos. La pidió en matrimonio y a los pocos meses se casaron. Entonces se dio cuenta de que no la había perdido cuando más la quería, sino que la había ganado cuando la quería como nunca antes la había querido.

domingo, 17 de abril de 2011

267.

Luis Landero consigue atraer tu atención para la historia de un ser ordinario. Relato de un hombre corriente es la obra de un escritor nada corriente. Te tragaste la novela del mismo modo que podrías ingerir un trozo de tarta de chocolate con nueces. Placer, simple placer de los sentidos. Una de las características de tu época es que se ve, a veces con desorientación, la convivencia de lo barroco con lo clasicista, del orden con el caos, de la norma con la insumisión. Landero es un clásico, porque la forma está ajustada al fondo. No hay descompensación y el resultado es redondo. Trata de lo humano y te hace reflexionar, al tiempo que te deleitas en la comprensión directa de lo narrado. Cuán cierto es que resulta más difícil lo sencillo que lo complejo. La conclusión, desde que abordaste sus primeros libros, es que Luis Landero es de los tuyos.

Luis Landero, Relato de un hombre corriente, Barcelona, Tusquets, 2009.

sábado, 16 de abril de 2011

266.

La gran incógnita de quienes asisten a la cama de un enfermo en coma es saber si se entera de lo que se le dice. Estuviste dos meses en coma inducido. Y no recuerdas conversaciones, ni ruidos. Tu memoria es sólo el curso de unos sueños en los que el asunto recurrente era beber. Tenías sed. Siempre ibas a la busca de un vaso de agua. A veces, alguien te lo daba y bebías con la sensación final de no haber tomado nada. Y la sed sobrevivía. Había trenes, fiestas en casas de aristócratas famosos, edificios, gente conocida con toda la escenografía que los sueños arropan. Hubo rostros que, una vez vuelto a la consciencia, reconociste en las enfermeras. Algunas de sus operaciones quedaron envueltas en la materia de tus sueños, convertidas en extrañas reuniones al calor de un desierto o en hogares donde convivías con estrellas de cine. En medio de las brumas, el lavabo que estaba en la pared al lado de tu cama, donde el personal se lavaba las manos continuamente, refulgía en tus ensueños como un manantial al que deseabas acercarte sin poder hacerlo. De esos sueños fuiste despertando sin advertirlo. Un día te preguntaste qué demonios hacías en una cama de hospital, sin capacidad de movimiento, asaeteado por cientos de cables, estrechado entre máquinas, acosado por soniquetes rítmicos.

viernes, 15 de abril de 2011

265.

El lunes pasado te encontraste con este párrafo en un periódico: David Cameron dijo hace unos días en Islamabad que el Reino Unido era “el responsable de muchos de los problemas del mundo actual”. La frase la aplaudió con alborozo una audiencia de estudiantes paquistaníes. La frase, en su cobardía, no requiere mayores explicaciones y el entorno, en su barbarie, menos aún. En el fuero interno de un Occidente en decadencia, esas palabras se entienden como un honrado reconocimiento de culpabilidad; pero para los pakistaníes es la muestra patente de temor y una invitación a la rebatiña sobre nuestros despojos. De acuerdo que la historia de la Humanidad es el relato de una infamia repleta de sangre y ruina. De acuerdo que todas las civilizaciones se han expandido con criminales a la cabeza que los vencedores entienden como héroes. Pero mientras no se salmodie un mea culpa universal, las intervenciones como la mencionada, lejos de suponer un mérito, son una desgracia. Siempre pensaste que el admirado Gandhi, si en vez de haber nacido en el seno del Imperio Británico, hubiera nacido en el Imperio Otomano, por poner un ejemplo, sus huesos se hubieran secado anónimamente en una fosa común de cualquier prisión perdida.

El Mundo del lunes, 11 de abril de 2011, pág. 37.

jueves, 14 de abril de 2011

264.

Ya has comentado previamente tu admiración por Montaigne. Uno de los libros que recuerdas con más placer es una selección de sus Ensayos leída en tu adolescencia. Posteriormente, los leíste completos y te afirmaste en tu juicio. Por eso, cuando supiste que Jorge Edwards había publicado un libro titulado La muerte de Montaigne, corriste a comprarlo. Edwards entra en el grupo de tus preferidos. Tanto por su obra como por su posición política y vital. Has leído lo que el autor califica de “novela”, denominación que sólo atendiendo a lo difuso y confuso de ese género en la postmodernidad se permite aceptar. Propiamente, no es sino el curso de unas reflexiones sobre la figura del alcalde Burdeos. Su muerte aparece al final, como es lógico, y no es tan central en la obra como su título pudiera indicar. Hay explicaciones sobre el contexto histórico y conjeturas sobre sus relaciones con Étienne de la Boétie, su esposa Françoise de la Chassaigne y María de Gournay. Se habla de Enrique III y Enrique IV, de sus madres y esposas. La evocación de Montaigne, su estilo y época, se entrevera con las impresiones de Edwards. El resultado es un relato vívido, atrayente y fresco que te ha enganchado desde la primera página, y que te deja el regusto en el alma de la moderación, de la transigencia, del humanismo, en fin, tan extraviado en aquel siglo XVI como en este siglo XXI. Tras su lectura, más aprecias a Michel de Montaigne y más a Jorge Edwards.

Jorge Edwards, La muerte de Montaigne, Barcelona, Tusquets, 2011.

miércoles, 13 de abril de 2011

263.


Esta entrada está dedicada a Babunita


Convivir con gatos en el campo es una de las mejores vías para acceder al conocimiento más puro de la caducidad del ser. Esa experiencia tuviste con aquel gato que recogisteis en el carpintero casi recién nacido. Le pusisteis de nombre Frodo. Creció a vuestro lado. Fue un gato feliz porque tenía las ventajas del gato doméstico (el sitio dentro de casa más cálido en invierno y el más fresco en verano, buen pienso y latas de atún, de comida para gatos y demás privilegios) y las ventajas del gato salvaje (ratones y pajarillos, hembras en el momento oportuno, largos paseos, vida libre y demás privilegios). Con frecuencia, desaparecía una temporada para acabar volviendo tan tranquilo como siempre. Convivió con vuestra perra Senda desde el primer momento. Ella lo adoptó de recién llegado y soportó con paciencia estoica sus bromas durante toda su vida en común. Desde siempre le gustó a Frodo asaltarla cuando más tranquila estaba. La foto que encabeza esta entrada fue hecha a la puerta de la casa y la conservas en tu móvil junto a la de tus seres queridos. Un día ella murió y Frodo no volvió más. Ahora hay otros gatos que se os han acercado, aunque ninguno llega a entrar en la casa. Ya ha habido alguno que vino, estuvo y se fue para no volver. Convivir con un gato en el campo te hace saber que nada es permanente, que todo acaba y que ese animal que hoy alimentas y miras, mañana, sin saber cómo ni por qué, desaparece para no regresar nunca más. Como la propia esencia del ser: hoy es y mañana no es. Sin saber cómo ni por qué.

lunes, 11 de abril de 2011

262.

Hay una frase afilada y porcinamente racial que pudiera aplicar a la modernidad una vieja costumbre. Los generales romanos en el momento del triunfo, entre los despojos de los vencidos por su mano, las aclamaciones del pueblo, los laureles de los mandatarios y los agasajos de los dioses, debían sobrellevar que un esclavo a su espalda les repitiera al oído: “Recuerda que eres mortal”. Del mismo modo, sería conveniente que al gobernante que acaba de asentar sus partes menos nobles en el sillón del poder algún mindundi de palacio le repitiera con cierta frecuencia aquello de “recuerda que a cada cerdo le llega su San Martín”.

sábado, 9 de abril de 2011

261

La moderna ciencia sobre el cerebro humano ha descubierto que la razón y lo consciente no son sino tigres de papel, que las auténticas fuerzas rectoras son las emociones y el inconsciente. Aquéllas acuden con armas y bagajes en apoyo de éstas, aunque te creas que es al revés. Y añaden los científicos que el inconsciente sabe procesar mejor los millones de datos que el mundo proporciona cada segundo y que es capaz de manejarse con ellos. Mientras, lo consciente se atropella en el momento de recibir un par de decenas de impulsos. Recuerdas, entonces, cómo el zen no es otra cosa que dejar paso a ese inconsciente. Cuando el maestro en el arte del tiro con arco le dice al discípulo que debe practicar hasta convertirse en la flecha, no está haciendo otra cosa que exigirle la pérdida de su actividad consciente y el abandono en el inconsciente. Se busca una disciplina asimilada hasta el punto de que el practicante pierde la consciencia de su saber y deja actuar un inconsciente en el que el tiro con arco se ha imbricado hasta volverse tan intrínseco como andar, comer o dormir, actividades que uno realiza sin pensar. Te ejercitas, pues, en intentar que tu parte inconsciente aflore en su estado puro. Y no debes temer nada, porque el inconsciente, al igual que las emociones, saben mejor que tu razón y tu consciente cómo sobrevivir en medio de la vida. Otra prueba más que afirma tu fe en las enseñanzas del zen y que te hace admirar su adaptación al mundo que vives. Entre el budismo zen y la ciencia no hay contradicción, sino coincidencia.

jueves, 7 de abril de 2011

260.

La lectura de este artículo, cuyas tesis suscribes desde la cruz hasta la raya, te ha evocado una curiosa experiencia de tu etapa docente. Corrían aquellos años en los que te obligaron a realizar unos cursos para adaptarte a la nueva ley educativa, la dañina LOGSE. Durante bastantes tardes tuviste que soportar aquellas cantinelas. Lo hiciste en silencio, intentando entender algo de aquel galimatías ideológico envuelto en una supuesta cientificidad. Del trauma recuerdas con nitidez dos escenas. La primera tiene por protagonista a una señora muy peripuesta. A todas luces, se trataba de uno de esos enchufados de la FETE (rama docente de la UGT) que coparon los Centros de Profesores cuando se crearon. Su incuria intelectual y verbal era prominente. Se pasó varias sesiones criticando a Esperanza Aguirre, Ministra, por aquel entonces, de Educación. Las otras escenas tienen por primer actor a un tal Gregorio, pedagogo titulado, que os trataba como deficientes mentales o parvulitos, para no ser políticamente incorrectos. Había entre tus compañeros desde muchachos recién incorporados hasta talludos profesores con muchos decenios a sus espaldas. Había entre ellos tanto vagos y caraduras como profesionales serios, cumplidores y coherentes. Había quienes se habían adocenado, aun siendo buenas personas, y quienes llevaban a cabo por libre y a sus expensas carreras académicas e intelectuales. Soportasteis estoicamente la andanada de sandeces y de maltrato intelectual con exquisita educación. En la última sesión, te atreviste a intervenir. Adujiste tu desacuerdo, pero también tu calidad de funcionario, por lo tanto, tu obediencia a la superioridad. Declaraste tu desánimo, pero no tu indisciplina. Finalmente, le señalaste la inquietud ante tu carencia de recursos, visto el previsible deterioro de la convivencia en el centro por las características del alumnado que os iba a llegar. El bueno de Gregorio, con su estilo de vendedor de Amway a domicilio, te sonrió seráficamente y con un tono de benévola superioridad, te dijo algo así como: “Nadie espera que seáis héroes. Haced, simplemente, lo que podáis.”

miércoles, 6 de abril de 2011

259.

Sospechas que la creencia en la inmortalidad nació en la especie humana cuando nuestros antepasados percibieron cómo el cuerpo recién muerto tiene una seductora semejanza con el cuerpo que duerme. Del sueño se despierta uno; de la muerte, no. Quizá de esa asociación, nuestros predecesores intuyeran que el mundo de los sueños que uno vive cuando duerme es el preludio del mundo que habita tras el sueño sin fin de la muerte. De estas reflexiones, surgió el siguiente relato.

SUEÑOS

Había ocurrido durante la noche. La ventisca zumbaba fuera intensamente con ese aullido tan estremecedor que recordaba el lamento de los lobos con el estómago vacío. Todos se habían acurrucado unos junto a otros, como solían hacer cuando el frío punzaba la piel y tajaba la carne hasta encontrar el hueso y herirlo. Todos unidos bajo un revoltijo de pieles y calor humano. Cuando la claridad comenzó a entrar por la abertura de la cueva, se fueron despertando lentamente, entre precavidos y temerosos del nuevo día que se desperezaba más allá de la boca de su habitáculo. El fuego seguía encendido, aunque el calor más vivo provenía más de las ascuas que todavía temblaban enrojecidas. Las mujeres y los hombres, los niños y los jóvenes estiraban sus músculos después de la noche. Todos iban saliendo de ese útero cálido y confortable en el que habían pasado la que seguramente había sido la noche más cruda de aquel invierno ya de por sí bastante despiadado. Uno, sin embargo, se demoraba en su vuelta a la vigilia. Se trataba del viejo al que todos llamaban Grob. Seguía acostado, de lado, una de sus manos bajo su mejilla, con un rostro plácido. Hubo quien pensó que se levantaría descansado y fresco, por más que en los últimos tiempos su cuerpo le hiciera flaquear y lo obligara a permanecer en la cueva mientras las mujeres recogían frutos y los hombres salían a cazar. Grob padecía ya los achaques de la vejez a sus treinta veranos y alguno más, no se sabía exactamente cuántos. Las mujeres habían empezado a cuidar de él como lo hacían de Murm, de Urg y de Klat. Cuatro ancianos en total que comenzaban a ser una carga pesada para el sostenimiento del clan. Grob seguía sin moverse cuando todos habían empezado a comer los restos de carne asada que la noche anterior habían dejado cerca del fuego. Henk, el jefe del clan, se acercó al durmiente y lo zarandeó con suavidad. Nada se movió en el viejo. Con cierta alarma, lo sacudió más intensamente para confirmar lo que todos empezaban a suponer. Los temores, y alguna que otra esperanza, eran ciertos. Grob, el anciano, se había quedado dormido para siempre. Henk se dirigió al resto del clan que aguardaba las palabras de su jefe. “El anciano ya habita el mundo de los sueños” dijo y todos miraron a la sima donde irían a reposar sus huesos. Luego, alzaron los ojos hacia la entrada de la cueva por donde se adivinaba un cielo claro a pesar de la ventisca.

lunes, 4 de abril de 2011

258.

Miguel Sáenz, en el prólogo del libro lo advierte: leer a Thomas Bernhard por primera vez es un impacto directo al alma. Viste el libro, extrañamente, en la papelería del pueblo. Sabías de la existencia del autor, pero nada más. Una ojeada te echó atrás. Ni un punto y aparte en cientos de páginas. Lo desechaste. Otro día, hace poco, observaste que seguía en el mismo sitio. Lógico. ¿Quién va a estar interesado en ese autor aquí, la Andalucía profunda de cofradías, subsidios e indolencias? Lo compraste. Lo empezaste y desde las primeras líneas fue un correr desbocado, lleno de feliz ansiedad por empapar tu alma de sus palabras. Has quedado, efectivamente, enredado en el sortilegio de Bernhard. Cuando a lo largo de la lectura comprobabas, además, las semejanzas con tus emociones en la infancia y en la adolescencia, esa caída irremediable en las redes del autor austríaco se fue haciendo más intensa. Hay diferencias entre él y tú. Su vida fue mucho más dura y salvaje. Sufrió más. Sus tiempos fueron muchos más crueles y amargos. Pero esa sensación de estar fuera de lugar en el colegio, esa angustia, esos pensamientos recurrentes acerca del suicidio, te sonaban familiares. Su odio a Salzburgo evoca tu desencuentro con Sevilla. Las dos ciudades son para los foráneos joyas. Cuando visitaste Salzburgo, quedaste prendado de la ciudad. Pero detrás de esas fachadas de arte y belleza, se esconden sociedades mezquinas, mediocres, aplastadas por las convenciones más rancias, negadoras de las expresiones vitales que se aparten del corsé de unas adocenadas esencias eternas. Y cuando narra sus experiencias en el hospital, tu memoria afloró y te sentiste firmemente próximo a él. Sólo te queda lograr alguna edición en alemán y, con la inestimable ayuda del traductor de Google, abismarte en otras de sus obras. Desde ahora eres otro bernhardiano más.

Thomas Bernhard, Relatos autobiográficos, trad. Miguel Sáenz, Barcelona, Anagrama, 2009.

sábado, 2 de abril de 2011

257.

Dijo alguien una vez: "Hay una ciencia, que es la Física. Luego, está la Química, que es parecida a la Física. Todo lo demás es poesía".

viernes, 1 de abril de 2011

256.

Otro relato.

CARONTE

Esto ya pasa de lo permisible. Cada vez vienen más y más sin que mi barca haya ampliado su capacidad de acoger pasajeros. Es la misma desde hace miles de años y gracias a mis desvelos se mantiene en buenas condiciones, que si no. Pero lo de ayer fue excesivo. Sabes que no me gusta quejarme. Es cierto que tengo fama de gruñón e inamistoso, pero no son sino bulos propagados por aquellos que se resisten a su destino y pretenden desfogar sobre mis espaldas el resultado de su frustración. No, no soy un gruñón, sino un ser reservado, amigo de pocas palabras. Cómo seré de comprensivo, amigo mío, que hace mucho tiempo renuncié a cobrar mi óbolo y, sin embargo, sigo cumpliendo con la obligación que los viejos dioses depositaron sobre mis espaldas. Si les pongo mala cara es comprensible, ¿no crees? Trabajo por nada, aunque tampoco es que aquella nimia moneda pagara realmente mi esfuerzo. Sólo en épocas de epidemias, hambrunas o guerras especialmente crueles, mi arca se llenaba de óbolos. La gente se creía que era un tacaño; pero eran incapaces de imaginar que toda aquella chatarra no me servía para nada. Que si les exigía el pago y luego acumulaba las monedas era sólo por mandato de la superioridad. ¿Además, dónde podía gastarlas aquí? ¿Hay acaso tabernas, tiendas, almacenes, burdeles? Sólo hay brumas, humedad, tierra, agua y suspiros. Nada que pudiera comprarse, porque tengo su propiedad por el uso que he hecho de ellos durante siglos. Al final, trabajo ahora como trabajé antes, porque es mi obligación y se acabó. Y no me he quejado nunca, bien lo sabes, nunca. ¡Por Zeus, Cerbero! ¿Quieres mirarme con las tres cabezas al mismo tiempo? Como te decía, no voy a tener más remedio que ir a quejarme porque el trabajo se me acumula de mala manera en los últimos tiempos y, aunque es cierto que los años para mí no pasan como para los mortales, la humedad me está calando los huesos y siento cómo me molesta cuando remo. No es justo que a mis siglos, se me venga esta avalancha encima. Cuando los viejos dioses se despidieron y dejaron su espacio a ese nuevo y único, creí que yo iba a ir también en el grupo de despedida. Fueron nobles, aquellos locos, desaparecieron sin decir nada, se volatilizaron sin proferir la menor palabra, aunque se llevaron mi arcón lleno de óbolos. Pero a mí me respetó el nuevo dios. Y durante siglos apenas me llegaron algunas almas despistadas a las que transportaba a un Hades diferente, bastante despoblado, porque el nuevo dios había limpiado de antiguallas sus galerías. Siempre quejándose, las ingratas, sobre todo desde que se fueron los viejos dioses. Antes no tenían otro elemento de comparación para darse cuenta de su suerte. Pero desde que el único dios comenzó a gobernar y decidió mandarme a esos desgraciados, mientras embarcan y se disponen a hacer un viaje gratis, pueden oír los gemidos de quienes se queman en el infierno, que, como sabes, está aquí al lado, justo aquí al lado. Mis almas, al menos, no se van a quemar y recibirán el mejor don que se le puede dar a un mortal, el olvido. Ésa es la realidad, por mucho que las historietas de los mitógrafos dijeran que en el Hades las almas se pasaban la eternidad quejándose de su suerte y añorando la vida. Mentira, todo mentira. Una vez cruzada esa entrada que tú tan bien guardas, pierden toda memoria y pasan a ser sombras vacías sin un cuerpo que las llene. Ya lo he decidido, voy a ir a quejarme. ¿No dice la propaganda que es tan bondadoso y tan clemente y tan misericordioso y tan benefactor? Pues le voy a pedir que me ponga un ayudante con otra barca o que mande a esa caterva de desdichados a otro sitio. ¿Qué culpa tengo yo de que el mundo se esté olvidando del único dios y que el pobre tenga reparos de mandar a los descreídos al infierno de las llamas? Como sigan proliferando a este ritmo los ateos en el mundo de arriba, voy a reventar. Así que, o eso, o que me busque un ayudante, o que ponga una barca con motor fuera borda, que me enterado de que son comodísimas.