miércoles, 9 de marzo de 2011

234.

Hay un recurso en el Islam denominado más o menos taqiyya que tú podrías interpretar como dolo. Es la facultad de engañar al infiel, de disimular las auténticas intenciones siempre que la finalidad sea imponer la fe del musulmán. En Occidente solemos decir que el fin no justifica los medios, lo que es uno de los fundamentos de la democracia con su respeto a las formas. Para el musulmán, sin embargo, es perfectamente legítimo que el fin justifique los medios. La taqiyya está sirviendo en Occidente para que los musulmanes vayan haciéndose lentamente con nuestras instituciones y costumbres ante la pasividad de los tibios y la complacencia de los traidores. No otra cosa crees que está ocurriendo en los países musulmanes del norte de África y en otras zonas que comparten esa religión. Aparentemente, no hay líderes. Se trata, suelen decir, de movimientos espontáneos de gentes sencillas hartas de la tiranía y de la falta de libertad. A tu juicio, no es sino un monumental empleo de la taqiyya. Es difícilmente creíble que no haya manos negras detrás de todo y esas advocaciones a la libertad suenan tan falsas en ese mundo como las llamadas a la lujuria de un monje trapense. El Islam no conoce más libertad que la de someterse o ser esclavo o morir. En este sentido, el proceso que llevó en Irán al derrocamiento de la monarquía y a la instauración de la República Islámica es paradigmático. Para la progresía europea, Jomeini era el protector de los desfavorecidos, una nueva esperanza anticapitalista, un seguro de emancipación de los pobres y oprimidos. Y el ayatolá se dejaba querer. Cuando llegó a Irán, en poco tiempo, todos los opositores al Sha de preceptiva comunista o liberal fueron exterminados sin piedad. Y se impuso la teocracia. Dios no suele comunicarse con los mortales y sus supuestas palabras no son sino invenciones bien o mal intencionadas de algunos iluminados. De este modo, la teocracia no es sino el régimen de quienes dicen tener el privilegio de entender los silencios posteriores a su única teofanía verbal. Como nuestros políticos y nuestras élites son cuasi analfabetos culturales, no pueden aplicarse aquel verso de Virgilio en la Eneida (II 49), cuando Laocoonte advertía a sus compatriotas troyanos de la verdadera faz del famoso caballo: Sed timeo Danaos et dona ferentes (pero temo a los griegos aunque nos traigan regalos). En suma, Occidente haría bien en seguir aquella máxima de W. Churchill y no tener amigos ni enemigos, sino intereses. Así que mejor que sigan con sus tiranos o que advengan otros, siempre que no enarbolen la ira de su dios en las banderas.

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