jueves, 30 de junio de 2011

325.

Relato.


OTRA ALCESTIS, SI OS PARECE


Θνῄσκω, παρόν μοι μὴ θανεῖν, ὑπὲρ σέθεν.
Muero, aunque pudiera evitar la muerte, por ti.

Eurípides, Alcestis, v. 284.

Es que lo he visto en la tele, ¿sabes? Iba como siempre, con ese andar de pato un poco despistado. Pero se le veía satisfecho. No es para menos, creo yo. Fue antes de acompañar a los niños a la Facultad y al instituto. Los acerco en el coche. No me coge tan de camino, pero tampoco es tanta la molestia si les ahorro el trayecto en metro y en autobús. Y me gusta estar con ellos, aprovechar esos instantes en su compañía. Estaba en la cocina preparando el desayuno y tenía la televisión encendida. Era un avance de noticias en medio de uno de esos programas que tratan de mil chismes sin trascendencia. Antes oía la radio, pero me he acostumbrado a ver la tele en la cocina mientras trasiego con platos, restos de tostadas y café con leche, estropajo y lavavajillas. Con la radio puedes pensar mientras la oyes. Con la televisión, no. Así que decidí un buen día que era mejor no pensar, puse un aparato en la cocina y me enganché a la caja tonta por las mañanas. Mi cabeza se pone demasiado pesada cuando empieza a trabajar por su cuenta. Y lo peor son las mañanas, con el día entero por delante. Son tantas ocupaciones acumuladas. Y vienen en tropel, no una detrás de otra, ordenadamente, que es como podría una manejarlas con cierta soltura. No, vienen en masa, apiñadas como una avalancha de nieve en medio de la montaña. No, sólo he visto las avalanchas en televisión. Es que se lo oí decir una vez a Alberto. Puede ser que de tanto trabajar con él se me haya pegado algo de su talento. Hubo un momento en que yo vivía la literatura más que él. Sí, me atrevo a decirlo, yo vivía la literatura casi más que él, durante aquellos primeros momentos en que tomó la decisión de intentarlo seriamente. Yo creía en sus libros más que él. Pero es otra historia. Te estaba diciendo que por las mañanas prefiero dejar mi mente en blanco. No lo consigo del todo, pero la televisión ayuda. Los niños, los niños..., mira que son grandes, pero nada, prefieren que les llame en vez de ponerse el despertador. A mí, la verdad, no me cuesta trabajo porque me levanto antes que ellos y también tengo que salir a la calle, a trabajar. Luego, nos montamos en el coche y, después de dejarlos, entonces pienso. Mientras, voy esquivando a los cafres que se cruzan delante de mí o me acosan con sus pitidos. A veces temo que sepan que me aterra conducir y que por eso, sádicamente, me aturullan con el horrendo sonido de sus bocinas y sus gritos. La gente a esas horas o está dormida o está de mala leche. Y más en una ciudad tan enorme como ésta. Y yo odio conducir, odio los coches, pero aquí son imprescindibles. Cuando vivíamos en el pueblo las cosas eran diferentes. Todo estaba a mano y la vida se deslizaba con mayor calma, casi imperceptiblemente. Pero sabes que para Alberto era importante salir de allí. Tenía razón, para qué vamos a negarlo. Aquí está el corazón del mundillo cultural. Podíamos habernos ido a Granada o a Sevilla. Pero puestos en faena con una mudanza, con un cambio de trabajo y de colegio para la mayor, porque el pequeño no había nacido aún, era preferible apostarlo todo y venirnos a Madrid. Te confieso que tuve buena parte de la culpa en esa decisión. Me refiero a la de elegir Madrid. Ya lo conoces cómo es. O mejor, cómo era. Siempre tan vacilante, tan apocado con sus cosas, tan poco seguro de sí, tan desconfiado acerca de sus propias capacidades. Para mí resultaba más que evidente que eso de escribir era muy importante en su vida. Esperar la jubilación en aquel ayuntamiento, todo el día rodeado de papeles, con las mismas caras cada mañana, con ese trabajo tan monótono. Y luego, aguardar la muerte dando paseos por el parque en compañía de viejos que nada compartían con él. Porque odia el fútbol, jugar a las cartas o al dominó. Y el alcohol sólo lo toma en las fiestas y con cuentagotas. Entendí que su futuro era posiblemente muy oscuro si seguíamos en el pueblo. Y mira que a mí me gusta. Piensa que nacimos allí, que allí fuimos al colegio y tuvimos nuestros primeros amigos, que son los que duran toda la vida. Allí están las familias y las tumbas de nuestros muertos. Yo adoro mi pueblo, sus calles, su gente, su olor cuando llega la primavera y el calor cuando el verano nos calienta las molleras. Al atardecer, pocas cosas hay más agradables que pasear por el parque, cuando empieza a levantarse una brisilla que te da la vida después de un día insoportable. Y vas viendo a todo el mundo. Y los vas saludando. Y les preguntas por su madre o por su padre, si el niño he encontrado trabajo o cómo lleva la muerte de su cuñado. Cosas así propias de los pueblos. ¿Y qué decirte del invierno? A veces nieva, ¿sabes? Entonces, todo se vuelve blanco, todo. Porque las casas son blancas y, entonces, se ponen blancos también los tejados y el negro del asfalto. Pero nos fuimos. Fui yo quien se lo propuse. No me pesó la mudanza porque fue responsabilidad mía y a la vista está que mi intuición fue acertada. Dudo que hubiera sacado algo en claro de habernos quedado allí. Las cosas importantes se cuecen aquí, donde viven los capitostes y la gente importante. Además, tuvieras que haber visto la cara de ese hombre cuando volvía del ayuntamiento a la hora de comer. Se le veía en los ojos su amargura, en su boca torcida, en el tono de sus palabras. Y yo sabía que todo era porque le gustaba escribir, porque se sentía escritor, pero no confiaba en poder cumplir su sueño de llegar a ser alguien en ese mundo, de ser aceptado por el público y por los críticos. El pueblo lo tenía encarcelado, pero la peor celda era su carácter. Así que tomé la iniciativa y comencé una lenta tarea. Porque junto a la falta de fe en sus capacidades, Alberto tenía miedo a arriesgar tanto. ¿Y si fracasaba? Tanto esfuerzo, se decía, tanto trastorno para acabar con idéntico trabajo, pero en medio de la locura de Madrid, con la vida mucho más cara, más ajetreada, sin el apoyo de nuestras familias. En fin, me costó un cierto trabajo vencer sus miedos. Lo conozco desde que éramos unos niños y nada más mirarlo ya sé qué es lo que tiene en la cabeza. Y decidimos venirnos a Madrid. Como es tan estudioso y tan inteligente, no necesitó mucha dedicación para sacarse otras oposiciones a un ministerio. Ya tenía bastante experiencia como administrativo y los temarios se los empapó como una esponja absorbe el agua. Desde entonces vivimos en Madrid. Al poco vino el niño. Me encargaba de la casa, de las criaturas y de la vocación de Alberto. Él se dedicaba a leer como un poseso. El piso se quedó pequeño para los libros que se traía. Gastábamos un presupuesto en libros, tanto que tenía que consultarle cuando necesitaba un trapito nuevo. En algún momento le sugerí que fuera a la biblioteca pública y los pidiera prestados, pero entonces me saltó con que los subrayaba y le hacía comentarios en los márgenes. Y terminó diciéndome que el placer auténtico lo dan los libros cuando se los posee. Me soltó una retahíla de razones que me dejó callada y ya no volví a mentarle el gasto en libros. Los niños estaban en primer lugar, como es natural, y nunca les faltaba de nada. Sin lujos, por supuesto, pero tenían de todo lo fundamental. Alberto se dedicaba a sus libros y yo me hundía en hacer cálculos y más cálculos para salir adelante. Al final si alguien tenía que conformarse sin algo era yo. Pero no me siento frustrada por eso. Es natural. Tú eres madre y me entiendes. Tú quieres a tu marido y me entiendes. En algún momento pensé que era injusto, pero se me pasaba. Me imaginaba a Alberto triunfando con sus novelas y se me pasaba el malestar. Bueno, me perdonarás que te vuelva a contar lo que ya sabes, pero necesito hablar, sacar fuera lo que me está bullendo en el corazón, todo lo que me ha vuelto a brotar al verlo esta mañana en la televisión, en estos momentos tan importantes para él. Sí, sí, era un dineral el que se gastaba en libros. Mejor que nunca saliéramos a ninguna parte ni nos gastáramos un céntimo en cines, restaurantes o teatros, porque hubiéramos tenido que sacarlo de no sé dónde. Me resultaba molesto, para qué voy a negarlo, porque a mí siempre me ha gustado salir. No soy de estar todo el día de acá para allá, dando tumbos, pero un sabadito por la noche me sienta de maravilla ir al cine o al teatro y cenar fuera. No te digo en uno de esos restaurantes que nada más entrar te piden un riñón, no. Me conformaba con una mesoncito, unas tapitas, ya sabes. Y si era con amigos, mejor que mejor. Pero Alberto era muy huraño. La gente le molestaba. Así que me veías pasando las semanas, los meses y los años metida en casa con las cuatro faenas de siempre y aburrida. Me salvó la tarea que me impuse de sacar adelante a mi marido, para qué te lo voy a negar. Al poco de instalarnos, empecé a insistirle en que debía tomarse en serio su vocación. Así llamé yo a ese impulso sin freno que lo obligaba a emborronar páginas y páginas con esa letra de hormiguita que tiene y que yo sólo entendía. Menos mal que en las oficinas ya nadie emplea la escritura a mano, que todo eran máquinas de escribir antes y ordenadores ahora, que si no, no sé, no sé. Luego, yo mecanografiaba sus manuscritos, porque sabía escribir a máquina. En el pueblo hice un par de cursos y se me daba bien. Alberto me decía que estaba harto de emplear el chisme en la oficina y que su tiempo fuera del trabajo debía dedicarlo a la creación. Así que tomé sobre mis espaldas la tarea de secretaria. Luego aprendí a manejar el ordenador también para pasarle sus escritos. Los primeros momentos, cuando los niños eran pequeños me resultaba complicado. Era difícil encontrar tiempo; pero fueron creciendo y me encontré más disponible para esa tarea y las angustias fueron remitiendo. Le dejaba en su cuarto leyendo y escribiendo. Gracias a mi insistencia, consiguió terminar su primera novela. Él quería dedicarse a escribir relatos breves, pero yo le dije que ni hablar. Que eso de los relatos breves no da fama ni dinero, suposición que era cierta, como pude comprobar después. Mi intuición me decía que Alberto necesitaba dar el golpe con una novela. Ésas sí que se venden y como des con una que enganche a la gente, pegas un golpe doble de una vez, te forras y te haces famoso. Luego, todo resulta mucho más fácil. Como era habitual, él no se sentía con fuerzas. Escribió algunos cuentos que mandó a concursos. Yo sospechaba que era un camino inútil, pero lo dejé porque creía que podría ser un buen rodaje. Yo no entiendo mucho de literatura y menos de cómo se venden libros, pero tenía un instinto en el que confiaba, como me ha pasado siempre en la vida. Nunca le premiaron nada. Sólo una vez quedó finalista de uno, cuyo primer premio se lo dieron a un escritor consagrado de ésos que tienen renombre tanto por sus libros como por sus andanzas. Se veía a la legua que estaba amañado. Hasta yo me di cuenta de que lo que había escrito ese figurón era un bodrio. De hecho, durante la copita que dieron tras la concesión del premio, a la que asistimos como invitados, uno de los miembros del jurado que había seleccionado a los finalistas, se le acercó y le felicitó porque, en su opinión, el relato de Alberto era el mejor. Luego, se encogió de hombros y nos dio a entender que el pescado estaba vendido de antemano. En todo caso, lo importante fue que mi marido se sintió algo animado. En ese momento decidió embarcarse en su primera novela. Le llevó casi dos años terminarla. No quiero ni que imagines lo que pasé con la dichosa novelita. Había días que parecía como si el mundo fuera a venirse abajo por culpa de eso que él llamaba "inspiración". Luego se presentaban los detalles. Que si tal personaje no cuadra, que si tal situación no le gustaba, que si tal suceso era infantil. No sigo. Yo lo oía sin pestañear, le aportaba mis ideas para la trama, que nunca eran aceptadas, claro está, y estaba pendiente de echarle un cable cuando veía que estaba a punto de tirarlo todo por la borda. El caso es que al final la terminó. Un trabajo de forzado, te lo aseguro. Pero ahora venía una segunda parte que creo fue tan complicada como la primera. ¿Qué hacíamos con la novela? Alberto era partidario de mandarla a un concurso. Yo, no. Después de la experiencia sufrida, pensaba que era mejor remitirla directamente a varias editoriales y probar fortuna. Así lo hice. Y digo lo hice, porque me encargué yo de buscar direcciones, de hablar por teléfono, de preguntar si admitían originales, de encargar las copias, de terminar los paquetes. En aquellos tiempos no había eso de los correos electrónicos, como ahora. Otro presupuesto, chica, otro presupuesto en fotocopias y encuadernaciones, y en gastos de correos. Pero todo estaba justificado si lograba que Alberto fuera feliz. ¿No es normal esa conducta cuando amas a alguien? Aunque todo fue inútil. Inútil. Es que ni nos contestaban. Sólo alguna tuvo la deferencia de enviarnos un tarjetón rechazándola. Intenté comprender que las editoriales deben de recibir miles de originales y que si se ponen a contestar a todos, se gastarían una fortuna en papel y sellos; pero, por otro lado, como sufría en primera línea las penalidades de los escritores desconocidos, me enfurecía por su falta de tacto, de sensibilidad, de humanidad. ¿Tanto costaba responder amablemente que no les interesaba? La novela descansó en uno de los cajones de su mesa de trabajo. Parecía que todo había terminado. Era lo que le faltaba a Alberto para confirmar que eso de escribir no era sino una utopía para un ser tan carente de cualidades como él pensaba que era. Pasamos una mala temporada. Se volvió apático y malhumorado. Más callado que nunca. Siempre había que extraerle las palabras con sacacorchos, pero en aquellos meses, se volvió más taciturno y silencioso que antes. Poco a poco, como todo lo que tiene relación con él, fui socavando sus defensas y le fui convenciendo de que lo intentara de nuevo. Si te soy sincera, en aquella época no sabía si, efectivamente, Alberto podía llega a ser un buen escritor o no. Lo que me importaba era verlo haciendo lo que le gustaba. Compensaba los sinsabores de bregar con los fracasos el verlo en su mesa, embebido, maquinando tramas y personajes, lleno de un entusiasmo del que carecía cuando volvía a la vida real, a la vida cotidiana. Alberto tenía un mundo interior en el que únicamente era feliz con plenitud y que yo cultivaba con todo mi amor para él, sólo para él. Y logré convencerlo para que iniciase la tarea de escribir una segunda novela. Es curioso Alberto. Su falta de confianza iba paralela a un impulso incontenible por leer y por emborronar papeles. Supongo que es la cualidad que distingue a un escritor vocacional de un aficionado. Tal vez mi percepción de lo esencial que era para Alberto escribir me hizo apostar por él y confiar en que a base de esfuerzo y trabajo quizás un día lograra lo que más deseaba en el mundo. Por supuesto que en medio de todo este fregado yo seguía con mi vida. Los niños iban creciendo y yo me había hecho con un grupo de amigas. Fue cuando te conocí. Lo necesitaba porque si no, me hubiera hundido en la tristeza. Y ya que los fines de semana eran sagrados para mi marido en su estudio, al menos podía salir con vosotras. Fue entonces, también, cuando empecé a prepararme para administrativa. Aproveché esos cursos que había hecho en el pueblo. Siempre me hizo ilusión tener un trabajo propio. Y mira por dónde, al final lo conseguí, vaya si lo conseguí. En fin, no aspiraba a nada del otro mundo. Lo suficiente para sentirme bien y meter algún dinerillo en casa. Pero hasta aquel momento nunca tuve tiempo. Y ahí donde lo ves, Alberto no veía con buenos ojos que trabajase fuera de casa. Ahora se las da de moderno y va por ahí hablando con importancia de una serie de cosas que me dejan helada. Pero en sus buenos tiempos, cuando no era nadie, la sola mención de buscarme un trabajo, lo ponía enfermo. Estudié casi de manera clandestina. Él lo sabía, por supuesto, pero no le gustaba ver trazas en su entorno que le recordasen que su mujer estaba estudiando. Llegué a pensar que era su particular manera de salvar un cierto sentido de culpa por no haberle dedicado nunca ni un segundo a sus hijos. Su conciencia estaba tranquila porque sabía que su mujer estaba al frente de la familia, mientras él se dedicaba a sus cosas. El caso es que aquellos cursos de formación profesional me vinieron luego muy bien. De hecho, fueron mi salvación. No gano como para darme grandes lujos, pero sobrevivo con dignidad. Aquel fue el mejor momento para estudiar. Tú bien sabes lo dura que puede hacerse la vida cuando tienes a los hijos ya algo crecidos y van al colegio, cuando no te necesitan para todo. ¿No? Bueno, entonces es que debo ser una exagerada. El caso es que organicé bien las labores de la casa y el trabajo como secretaria de mi marido y me encontré con un tiempo que me interesaba más llenar con algo que siempre me había apetecido. Me parecía mejor que plantarme ante la televisión o salir a la calle a perder el tiempo de cotilleo con las vecinas. Me he desviado del tema, perdona. Alberto empezó su segunda novela. También le llevó terminarla un par de años. Fue un proceso tan penoso como el anterior, con el agravante de que se estaba volviendo más gruñón. La terminó y volvimos al tormento del envío a editoriales. Aunque esta vez mi ayuda fue un poco más certera. Entre la escritura de la primera novela y de esta segunda, había conocido a Cecilia. Su marido me echó una mano. Conoce a un editor que recibió el original con una notita suya. Por supuesto que Alberto no hubiera triunfado si su obra no hubiera valido la pena; pero el empujoncito del marido de Cecilia fue importante. Siempre me he temido que las editoriales ni siquiera miran lo que se les envía. Es como siempre han funcionado las cosas en este país, lo fundamental no es que valgas para lo que haces o no, sino tener buenos conocidos que te den el achuchón y te coloquen en una posición a partir de la que puedas demostrar lo que vales. O vivir del cuento el resto de tu vida, claro. Como dice el refrán, quien no tiene padrinos, no se bautiza. Con todo, lo importante fue que la novela le gustó al editor, que la publicó, que se vendieron algunos miles de ejemplares, que la crítica la recibió bastante bien y que Alberto, por primera vez en su vida, se sentía contento consigo mismo. A partir de entonces, las cosas fueron desarrollándose con un ritmo firme, a pasos contados, nada de prisas, pero tampoco pausas. Comenzaron a hacerle entrevistas. Escribió otra novela y otra. Disfrutaban, generalmente, de una estupenda acogida. Porque, la verdad, Alberto es un excelente escritor. Se fue haciendo famoso. Para dejar el trabajo de funcionario en el ministerio no le hice falta yo. Él solito tomó la decisión y me pareció bien. Los derechos de autor le estaban dejando bastante dinero y comenzó a colaborar en periódicos y revistas. Hasta le propusieron hacer un programa de televisión sobre libros. La vida le iba viento en popa y su amor hacia mí iba menguando irremediablemente. Hasta que un día me dijo que se iba de casa porque estaba liado con una periodista. Yo sabía quién era la señorita. Era joven y vistosa. Se le veían ganas de arrasar. Trabaja en la televisión. Lloré, como es lógico, pero no le di la satisfacción de rogarle, ni le recordé nuestra vida en común. Ahora son asiduos de fiestorros y de revistas. Están de moda los dos. Vaya, hablo sin parar. ¿A qué vino todo esto? Ya recuerdo. Lo he visto en la tele esta mañana. Era antes de acompañar a los niños. Era antes de ir a meterme en la oficina de la empresa, antes de ir al supermercado, antes de volver a casa y hacer la comida, de limpiar y poner la lavadora, antes de que vuelva la niña y me cuente cómo le va en la Facultad, antes de que el pequeño regrese cabreado y soltando tacos, como siempre, del instituto, ¡el pequeño, si tiene dieciocho años! Se parece a su padre. Tiene sus mismos andares, esos andares de pato de su padre, ese caminar desbaratado que rechinaba con el traje de gala que llevaba puesto, con la pajarita, el frac y el discurso de aceptación del sillón en la Real Academia.

miércoles, 29 de junio de 2011

324.

Lecciones de democracia (III)
Herodoto, Historias, 3 80.1-6.
[1] ἐπείτε δὲ κατέστη ὁ θόρυβος καὶ ἐκτὸς πέντε ἡμερέων ἐγένετο, ἐβουλεύοντο οἱ ἐπαναστάντες τοῖσι Μάγοισι περὶ τῶν πάντων πρηγμάτων καὶ ἐλέχθησαν λόγοι ἄπιστοι μὲν ἐνίοισι Ἑλλήνων, ἐλέχθησαν δ᾽ ὦν. [2] Ὀτάνης μὲν ἐκέλευε ἐς μέσον Πέρσῃσι καταθεῖναι τὰ πρήγματα, λέγων τάδε. “ἐμοὶ δοκέει ἕνα μὲν ἡμέων μούναρχον μηκέτι γενέσθαι. οὔτε γὰρ ἡδὺ οὔτε ἀγαθόν. εἴδετε μὲν γὰρ τὴν Καμβύσεω ὕβριν ἐπ᾽ ὅσον ἐπεξῆλθε, μετεσχήκατε δὲ καὶ τῆς τοῦ Μάγου ὕβριος. [3] κῶς δ᾽ ἂν εἴη χρῆμα κατηρτημένον μουναρχίη, τῇ ἔξεστι ἀνευθύνῳ ποιέειν τὰ βούλεται; καὶ γὰρ ἂν τὸν ἄριστον ἀνδρῶν πάντων στάντα ἐς ταύτην ἐκτὸς τῶν ἐωθότων νοημάτων στήσειε. ἐγγίνεται μὲν γάρ οἱ ὕβρις ὑπὸ τῶν παρεόντων ἀγαθῶν, φθόνος δὲ ἀρχῆθεν ἐμφύεται ἀνθρώπῳ. [4] δύο δ᾽ ἔχων ταῦτα ἔχει πᾶσαν κακότητα: τὰ μὲν γὰρ ὕβρι κεκορημένος ἔρδει πολλὰ καὶ ἀτάσθαλα, τὰ δὲ φθόνῳ. καίτοι ἄνδρα γε τύραννον ἄφθονον ἔδει εἶναι, ἔχοντά γε πάντα τὰ ἀγαθά. τὸ δὲ ὑπεναντίον τούτου ἐς τοὺς πολιήτας πέφυκε: φθονέει γὰρ τοῖσι ἀρίστοισι περιεοῦσί τε καὶ ζώουσι, χαίρει δὲ τοῖσι κακίστοισι τῶν ἀστῶν, διαβολὰς δὲ ἄριστος ἐνδέκεσθαι. [5] ἀναρμοστότατον δὲ πάντων: ἤν τε γὰρ αὐτὸν μετρίως θωμάζῃς, ἄχθεται ὅτι οὐ κάρτα θεραπεύεται, ἤν τε θεραπεύῃ τις κάρτα, ἄχθεται ἅτε θωπί. τὰ δὲ δὴ μέγιστα ἔρχομαι ἐρέων: νόμαιά τε κινέει πάτρια καὶ βιᾶται γυναῖκας κτείνει τε ἀκρίτους. [6] πλῆθος δὲ ἄρχον πρῶτα μὲν οὔνομα πάντων κάλλιστον ἔχει, ἰσονομίην, δεύτερα δὲ τούτων τῶν ὁ μούναρχος ποιέει οὐδέν: πάλῳ μὲν ἀρχὰς ἄρχει, ὑπεύθυνον δὲ ἀρχὴν ἔχει, βουλεύματα δὲ πάντα ἐς τὸ κοινὸν ἀναφέρει. τίθεμαι ὦν γνώμην μετέντας ἡμέας μουναρχίην τὸ πλῆθος ἀέξειν: ἐν γὰρ τῷ πολλῷ ἔνι τὰ πάντα.”

Cuando el alboroto hubo cesado y hubieron pasado cinco días, los sublevados contra los Magos deliberaron acerca de todos los acontecimientos y se pronunciaron unos discursos increíbles para algunos griegos, pero que realmente fueron pronunciados. Otanes exhortó a transferir el poder al pueblo persa con estas palabras: “Creo que ya no es posible que uno se convierta en nuestro monarca. No es ni apropiado ni bueno. Sabéis hasta qué punto llegó la soberbia de Cambises y fuisteis partícipes de la soberbia del Mago. ¿Cómo, entonces, podría ser algo conveniente la monarquía, si el monarca es capaz de hacer lo que desea sin tener responsabilidad? Incluso al mejor de todos los hombres, una vez elevado a esa posición, podría privarlo de los pensamientos propios de gentes normales. Porque se apodera de él la soberbia dados los bienes que están a su alcance y desde su nacimiento la envidia crece en ese hombre. Al poseer estos dos vicios, posee toda maldad, porque, ahíto de soberbia y de envidia, lleva a cabo muchas y temerarias acciones. Aunque el rey debiera carecer de envidia, al ser dueño de todos los bienes, nace en él lo contrario en lo que respecta a los ciudadanos. De este modo, envidia a los mejores porque viven y son prósperos. Pero se alegra de que existan malos ciudadanos y es el primero en admitir sus calumnias. Y lo más incongruente de todo: si se le admira con moderación, se enoja porque no es objeto de exclusiva atención; y si alguien se la presta exclusivamente, se enoja con él por ser un adulador. Y ahora voy a decir lo más importante: el monarca anula las costumbres tradicionales, viola a las mujeres y mata indiscriminadamente. Por el contrario, el pueblo, al poseer el gobierno, ostenta en primer lugar la igualdad, el título más hermoso de todos. En segundo lugar, no hace nada de lo que hace el monarca: ejerce los cargos por sorteo, su poder está sometido a responsabilidad y administra todas las decisiones públicamente. En suma, mi opinión es que abandonemos la monarquía y exaltemos al pueblo. Porque con el pueblo todo puede hacerse”.

martes, 28 de junio de 2011

323.

Cada vez que a la paciente de la cama que estaba a tu izquierda le preguntaban qué quería comer, la sima del deseo se revolvía en tu cerebro. A ti nunca te preguntaban qué querías para comer. Tampoco era normal que en la UCI le preguntaran a nadie por el menú. Casi todos los que penabais en aquella antesala del Hades estabais sumidos en el coma o durmiendo un sueño cuyo despertar podía o no producirse. A ti siempre te traían pollo, pescado y patatas o arroz, unos purés insufribles y de postre gelatinas y flanes. Hubieras ofrecido tu reino, de tenerlo, por una humilde ensalada, con sus tomates, lechuga, alguna aceitunita despistada y maíz. Hasta que un buen día, quizá por despiste de alguien, te presentaron una ridícula ensalada. Por aquel entonces, tu síndrome de opsoclono y mioclono te impedía manejar nada. Gracias a tus conocimientos del griego, el médico, cuando tiempo atrás te había revelado esa secuela, no tuvo que explicarte en qué consistía el maleficio. Tus piernas, tus pies, tus brazos, tus manos, tus ojos temblaban. Para comer, necesitabas la presencia de una auxiliar. No recuerdas por qué, el día de la ensalada la auxiliar no venía. Así que armado de valor y de un tenedor, empezaste la hazaña de aferrar aquel solitario grano de maíz que lucía como una pepita de oro en medio de tu escuetísima ensalada. El combate fue arduo. Tus manos no te obedecían, pero tu deseo de comerte ese grano de maíz te empujaba a intentarlo una y otra vez. Imposible pincharlo. Sostenerlo entre los dientes del tenedor era un ejercicio de destreza circense. Con frecuencia, cuando estaba a punto de llegar a la boca, una oscilación de tu mano devolvía el objeto de tus ansias al plato. Hoy no recuerdas si acabaste por comerte el maíz o no. Sólo puedes revivir ese combate desigual entre un enfermo tembloroso y un pérfido grano de maíz. Hasta que saliste de la UCI no volviste gozar de ese privilegio de zares que es una ensalada. Por supuesto, a la primera que pudiste, exigiste mucho, mucho maíz.

lunes, 27 de junio de 2011

322.

Hace tiempo viste un pequeño video en Youtube. El escenario te situaba en un aeropuerto. El aspecto del público te hacía pensar en EE.UU. La impresión se confirmó cuando por una puerta viste entrar un grupo de militares. Eran, inequívocamente, norteamericanos. Cargaban con sus petates y avanzaban por medio de la enorme sala. Poco a poco, el público fue percatándose de su presencia. Uno de los presentes detuvo su paso, dejó su maleta y comenzó a aplaudirles. A ritmo lento, pero firme, el resto de la gente que pululaba por el aeropuerto secundó con sus aplausos el paso de los militares. Al final, la aclamación se volvió ensordecedora. No era una toma espontánea, sino un espacio publicitario; pero el sentimiento que traslucían las escenas crees que encajaba perfectamente con el que prende en los corazones de los norteamericanos. Un tiempo después, viste otras imágenes similares en cuanto al escenario. Esta vez era un aeropuerto español. Un equipo de fútbol salía de la sala de recogida de equipajes. No sabes de cuál se trataba, ni te importa. El fútbol jamás te interesó lo más mínimo. Detrás de una barandilla, una turba de hinchas aclamaba a los jugadores. Entre el público, pugnando por agitar sus manos pudiste observar un grupo de militares. Con sus petates y uniformes. Eran españoles, claro. Esa diferente manera de concebir la labor de quienes se juegan la vida por unos valores que, supuestamente, forman el cimiento de un país, te resulta más hiriente hoy, cuando te enteras de que ayer han murieron dos soldados españoles en la guerra de Afganistán.

sábado, 25 de junio de 2011

321.

Sobre Manuel Chaves Nogales (y III)
Sin recuperarte del ahogo que te ha agarrotado el alma ante la España monstruosa con la que convivió Chaves Nogales en aquellos años terribles, te abismas en otro de sus libros: La agonía de Francia. No se trata aquí de una colección de relatos, sino de un ensayo sobre las causas que llevaron al derrumbe de Francia ante el primer asalto del ejército alemán en la II Guerra Mundial. A lo largo de las páginas, tus ojos van atravesando un panorama de desánimo, dejadez, desidia, abandono, renuncia, poltronismo y demás sustantivos que revelen una nación que ha dejado de creer en sí misma y que sólo aspira a que la dejen en paz con sus miserias. La aproximación a la decadente realidad de lo que había sido una referencia para la democracia en Europa y en el mundo causa en ti una pena profunda. Nunca admiraste a Francia, más allá de algunos escritores y músicos, pero puedes llegar a entender cómo su cobardía moral impactó en las almas de aquellos españoles que la veían como una valla ante el totalitarismo de uno y otro lado. La escombrera polvorienta que se te antojan España y Francia en aquellos años despierta en ti el temor del futuro. También hoy vociferan quienes consideran que las urnas son un fraude y que la democracia es un tongo. También hoy los políticos están más seducidos por su apego a las prebendas que por el bien general. También hoy el adocenamiento se enseñorea de las masas. No obstante, en medio de este marasmo te queda el buen sabor de alma de haber dado con alguien al que consideras hermano de pensamiento.

Manuel Chaves Nogales, La agonía de Francia, Barcelona, Libros del Asteroide, 2010.

viernes, 24 de junio de 2011

320.

Sobre Manuel Chaves Nogales (II)
La lectura de su libro titulado A sangre y fuego te confirma la trayectoria mencionada en la entrada anterior. Los nueve relatos son una parada de monstruosos horrores que no deja de helarte la sangre. El subtítulo habla de héroes junto a bestias y mártires. Sacas la conclusión de que hubo mucho más de bestialidad que de otras actitudes más nobles. Ese libro y no otros debería ser el texto de referencia para conocer la realidad de nuestra Guerra Civil con la banalización radical del asesinato por uno y otro lado. De ese modo, lograríamos desenmascarar ese movimiento que empuja, tras el monopolio de la gloria por parte de un bando durante muchos años, a glorificar por revancha el otro, cuando ninguno de los dos merecía tan supuesto honor. Al final del último relato, el autor da cuenta de su postura. Habla un tal Daniel: Yo no he sido nunca revolucionario –decía-, pero tampoco tenía obligación de serlo. Nadie me puede llamar traidor a la revolución porque nunca me había comprometido a hacerla ni a ayudarla. Yo ganaba mi jornal trabajando honradamente. No era mal compañero. Creo yo. Servía al patrón... Y el último párrafo del relato y del libro te dice: El comunista le miró receloso [a Daniel]. ¿Todavía un fascista emboscado? ¡Bah!, un pobre diablo sin conciencia revolucionaria, concluyó. Para ir a morir al frente servía, sin embargo. Le pusieron en una mano un plato de comida y en la otra un fusil. Daniel, convertido en miliciano de la revolución, luchó como los buenos. Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese. Ése es el eterno conflicto español: qué hacer con la libertad.

Manuel Chaves Nogales, A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, Barcelona, Libros del Asteroide, 2011. Citas: págs. 274 y 284.

jueves, 23 de junio de 2011

319.

Sobre Manuel Chaves Nogales (I)
Una de las preguntas que a veces ha irrumpido en tu mente es saber cuál hubiera sido tu posición si hubieras vivido el drama de la Guerra Civil. La cuestión es absurda, pero atractiva, dado el ambiente de cainismo que la intelligentsia española gusta de arrojar últimamente sobre las cabezas de los ciudadanos. En aquellos momentos, hubo quienes estuvieron en el lugar menos conveniente y lo pagaron con la vida. Hubo otros que se apuntaron a lo que les tocó simplemente porque no había alternativa. Y hubo quien creía en lo que hacía y que había caído en el lugar adecuado. Supones que hubieras dado la bienvenida a la República, pero también que pronto hubieras pensado con Ortega que aquello no era. Crees que, con Unamuno, hubieras saludado la rebelión militar como única salida a una situación revolucionaria que llevaba a España al sovietismo. Y, finalmente, quizá hubieras preferido irte de tu país, no de aquella forma tan radical como la de don Miguel, muriéndose al poco de su reprimenda a Millán Astray en la Universidad de Salamanca. Más bien, hubieras hecho como hizo, afortunadamente vivo, el periodista sevillano, liberal y demócrata hasta la médula, Manuel Chaves Nogales.

miércoles, 22 de junio de 2011

318.

Estampas andaluzas
Hace un tiempo, fuiste testigo de una divertida historia en las calles de este pueblo. Sus protagonistas son dos hombres. Uno de ellos es apodado “El Garbancito”. Su mote lo declara casi todo. Es bajito y rechoncho, aficionado al tintorro barato de taberna, dominó y aparato a plena voz enganchado a Tele5 todo el día. Rondará el final de la cincuentena. Es simpático y la gente lo aprecia. Su paso, generalmente vacilante, por las calles es saludado con apelaciones a su mote y con sonrisas. El Garbancito responde a todas con alegría. Vive de sus trapicheos: subsidios, trabajos agrícolas nunca advertidos que supuestamente se hacen en el pueblo, llantinas a la puerta del Ayuntamiento cuando la cosa está apurada. Nunca se le vio en ningún tajo, pero sobrevive a pesar de todo y saca lo suficiente para tener un aspecto saludable por más que su rostro muestre una color encarnada por encima de lo habitual. A nadie daña y a nadie molesta. El otro protagonista es Isidoro. Alcanza ya los ochenta. Hubo de salir joven del pueblo. Su familia estuvo en el bando de los vencidos y, según te cuentan, lo pasó mal. En vez de ir a Barcelona, prefirió Madrid. Allí progresó. Encontró un buen puesto en la Casa de Su Excelencia el Jefe del Estado y medró. Trabajó muy duro, se casó, tuvo hijos y se hizo con un buen patrimonio. Tiene un carácter fuerte. No le gusta que le contradigan y está acostumbrado a tener siempre la razón, aunque, si se le conoce y sabe cómo tratársele, puede darte lo que no imaginas. Enviudó, cuando ya tenía a sus hijos mayores e independientes. Decidió volver al pueblo y buscar una buena mujer con la que reiniciar su vida. Llegó, pues, a su antiguo hogar. Una de las primeras cosas que hizo fue apuntarse al que llaman Casino de los Señoritos. Recuperó viejas relaciones y se unió a una mujer que colmaba sus aspiraciones de cariño y estabilidad. Una mañana, mientras tú hablabas con Isidoro a la puerta de su casa, El Garbancito coincidió que pasaba por allí. Su trotecillo era saltarín, envuelto en los vapores de algún vinillo tempranero. Cuando llegó a vuestra altura, miró con una sonrisa a Isidoro y le espetó: “¡A ver cuándo repartes, compañero!”. “¡Vete a la mierda!” fue la respuesta del anciano. Malhumorada y sulfurada. Recordaste entonces cómo Isidoro un mediodía, hacía unos meses, mientras comías con la familia en una venta, en un aparte te había enseñado con delectación un carnet del PSOE.

martes, 21 de junio de 2011

317.










EL JARDÍN DE GRAVA






VERANO






sube la luz
y funde su color
con el verano



lunes, 20 de junio de 2011

316.

Sándor Márai fue un gozoso descubrimiento con El último encuentro y La mujer justa. Posteriormente, fue un abandono por aburrimiento en El amante de Bolzano. Hoy es un resistir hasta el final por no dejar un libro a medio concluir. Y eso que hace tiempo descartaste ese extraño prurito que adquiriste en la adolescencia de no dejar inacabado ningún libro cuya lectura hubieras iniciado. Con esfuerzo y frecuentes vuelos de tu mente por dar a la caza alcance, coronaste la cima de la última página. La anécdota se resume en el encuentro fortuito de un alto funcionario húngaro en los inicios de la II Guerra Mundial con una joven finlandesa que es idéntica a una amante que acababa de suicidarse. El alto funcionario parece haber firmado una declaración de guerra o de movilización. El autor no lo concreta. Esa sombra ominosa revolotea con su presagio de ruina y vuelco general toda la novela. Por lo demás, la obra es una larga sucesión encadenada de monólogos y reflexiones de los personajes en tercera persona entre los que destacan los del protagonista. Supongo que habrá quien disfrute con esas largas parrafadas sobre la vida y la muerte. Pero a ti han llegado a cansarte. La historia y el ambiente de catástrofe que se adivina en las vidas de sus personajes quedan sometidos a la facilidad de Márai por llenar páginas y páginas de un excelente, pero oneroso estilo.

Sándor Márai, La gaviota, Barcelona, Salamandra, 2011.

sábado, 18 de junio de 2011

315.

Lecciones de democracia (II)
Platón, Menexeno, 238d-239a.

[238d] καὶ οὔτε ἀσθενείᾳ οὔτε πενίᾳ οὔτ᾽ ἀγνωσίᾳ πατέρων ἀπελήλαται οὐδεὶς οὐδὲ τοῖς ἐναντίοις τετίμηται, ὥσπερ ἐν ἄλλαις πόλεσιν, ἀλλὰ εἷς ὅρος, ὁ δόξας σοφὸς ἢ ἀγαθὸς εἶναι κρατεῖ καὶ ἄρχει. [238e] αἰτία δὲ ἡμῖν τῆς πολιτείας ταύτης ἡ ἐξ ἴσου γένεσις. αἱ μὲν γὰρ ἄλλαι πόλεις ἐκ παντοδαπῶν κατεσκευασμέναι ἀνθρώπων εἰσὶ καὶ ἀνωμάλων, ὥστε αὐτῶν ἀνώμαλοι καὶ αἱ πολιτεῖαι, τυραννίδες τε καὶ ὀλιγαρχίαι: οἰκοῦσιν οὖν ἔνιοι μὲν δούλους, οἱ δὲ δεσπότας ἀλλήλους νομίζοντες: ἡμεῖς δὲ καὶ οἱ ἡμέτεροι, [239a] μιᾶς μητρὸς πάντες ἀδελφοὶ φύντες, οὐκ ἀξιοῦμεν δοῦλοι οὐδὲ δεσπόται ἀλλήλων εἶναι, ἀλλ᾽ ἡ ἰσογονία ἡμᾶς ἡ κατὰ φύσιν ἰσονομίαν ἀναγκάζει ζητεῖν κατὰ νόμον, καὶ μηδενὶ ἄλλῳ ὑπείκειν ἀλλήλοις ἢ ἀρετῆς δόξῃ καὶ φρονήσεως.

Nadie queda excluido por su debilidad, ni por su pobreza, ni por la irrelevancia de su linaje. Tampoco es honrado por las cualidades opuestas, como en las otras ciudades. Sólo hay un límite: manda y gobierna quien posee la reputación de ser alguien sabio y honrado. El fundamento de este régimen político nuestro es la igualdad de nacimiento. Las otras ciudades están compuestas por personas diversas y heterogéneas, de modo que sus regímenes son también heterogéneos, como tiranías y oligarquías. Por eso viven considerándose unos a otros esclavos y amos. Sin embargo, nosotros y los nuestros, nacidos todos como hermanos de una sola madre, no aceptamos ser esclavos ni amos los unos de los otros. Antes al contrario, la igualdad de nacimiento conforme a la naturaleza nos obliga a buscar legalmente la igualdad ante la ley y a no someternos entre nosotros ante ninguna otra cosa que no sea la reputación de virtud y prudencia.

jueves, 16 de junio de 2011

314.

Crees adivinar que uno de los grandes defectos de la casta política española es su ignorancia. Esta lacra no ha hecho más que incrementarse con el paso de los años y la preeminencia de una manera sesentayochista de ver la vida. No dices que haya algunos que sean unas eminencias en materias tales como economía, gestión administrativa u otras especialidades. Pero lo que sí se te antoja evidente es su alejamiento de la historia, verdadera matriz de la actividad política. El desprecio de la historia lleva a fenómenos tan curiosos como la actitud del Partido Nacionalista Vasco. Los muy ignorantes creen que poniéndole la música, el escenario y la choza a los etarras (llámense de un modo u otro), van a cumplir ese objetivo político tan enjundioso proferido por el Padre Arzalluz, aquello del árbol y las nueces. Permítasete reírte un tanto. La Eta y sus hordas son un grupo de rancia tradición revolucionaria, marxista y socialista. Su objetivo no es sólo la independencia de su entelequia eusquérica, sino la construcción del socialismo. Un País Vasco al corte cubano o venezolano. O ayatalesco con su “Pueblo Vasco” en el lugar de Alá. Bien enseña la historia que los diferentes partidos comunistas, así como la revolución islámica, han ido de la mano de los más moderados y una vez en el poder, han pasado inmediatamente por las armas a cualquiera que pensara de modo diferente. Incluidos, en primera línea, sus antiguos e ingenuos aliados en la santa causa. En un futuro e hipotético País Vasco independiente, el PNV y sus simpatizantes les iban a durar a los etarras el tiempo de un suspiro. ¿O se creen que después de tanto “sacrificio” iban de dejarles mandar a esos meapilas y burgueses del PNV? No harían así los etarras sino continuar una actividad ya empezada y en la que tienen cierta experiencia. Una recomendación, pues, más trato con historiadores y menos con aizcolaris.

miércoles, 15 de junio de 2011

313.

Desde que Platón erigiera el primer edificio reflexivo sobre la política y desde que Aristóteles sistematizara con ese espíritu suyo tan prusiano très avant la lettre el conocimiento sobre la política de su época, Occidente ha intentado acercarse a ese fenómeno armado con la razón. El conflicto surge, como siempre en lo relacionado con el ser humano, al intentar encajar en los razonamientos las emociones, verdadero motor del comportamiento humano. En este sentido, el fenómeno del nacionalismo en Europa, ya desde sus comienzos en el siglo XIX, es el prototípico ejemplo de la colisión entre la razón y los sentimientos y es la gran paradoja europea, la naturaleza primigeniamente ilustrada del nacionalismo. El encaje de bolillos es desde entonces elevar el edificio de la convivencia cimentado en la razón con los ladrillos de los sentimientos de quienes lo integran. Nada se puede hacer, por ejemplo, contra el sentimiento de un puñado de hombres que contra toda razón no tienen empacho en morir o matar por lo que ellos consideran su nación. Y de ahí sigue todo lo demás. El libro de Jacobo de Regoyos que acabas de leer es una muestra clarividente de la irracionalidad del nacionalismo, pero también de su engarce con grapas de titanio a las almas de sus detentadores. De Regoyos es corresponsal en Bruselas y en su libro repasa la historia de Bélgica y detalla la deriva de la parte flamenca hacia una independencia cuya esencial característica es el odio a los valones. De ese modo, crecen en Flandes y en Bruselas ejemplos del más ajado racismo. Lo que no se permite contra musulmanes o nacionales de otro país de la Unión Europea, se perpetra con orgullo contra cualquier ser o cosa que se presuma valón. Los ejemplos se multiplican. Ves la irracionalidad enraizada en el corazón de lo que se supone debe ser un continente alejado de todo lo que Flandes y sus gentes preconizan. Es muy fácil derivar ese panorama a España. Las actitudes de los flamencos son idénticas a las de nacionalistas catalanes, vascos o gallegos. Lo temible es que en el combate entre sentimiento y razón, suele vencer el primero.

Jacobo de Regoyos, Belgistán. El laboratorio nacionalista, Barcelona, Ariel, 2010.

martes, 14 de junio de 2011

312.

Terminas la lectura de la obra de José Manuel López Muñoz. En este caso se trata de cuatro relatos recogidos en el libro Cuando los caminos hablan. Es una incursión diferente de la novela histórica que comentas en la entrada 308. Vuelves a encontrarte con el estilo directo que se ajusta en este caso con mayor razón a la temática. Son escenas de la España rural de la primera mitad del siglo XX, especialmente de la postguerra. Se te antojan como un complemento muy adecuado para Delibes porque sin ser una imitación suya, ambos tienen el mismo olor y sabor. Los has leído de un tirón, atraído por una prosa fluida, sin adornos, pero de una eficacia total para el asunto que trata, llena de una objetividad que, sin embargo, deja entrever la humanidad de sus protagonistas. Son personajes que sufren privaciones, angustias, temores y actitudes violentas a veces, pero que afrontan esas circunstancias con un estoicismo casi racial y con una extraña serenidad. Tú no conociste esos tiempos, pero el relato que José Manuel López hace de esa sociedad y de ese momento te resulta de una verosimilitud apabullante. Al final, cuando terminas el último, te queda el regusto de los buenos libros: quieres más.

José Manuel López Muñoz, Cuando los caminos hablan, leído en edición digital descargada legalmente de http://www.bubok.es/libros/202136/Cuando-los-Caminos-Hablan.

lunes, 13 de junio de 2011

311.

La vecina se presenta con dos gatitos recién nacidos. Tienen sus ojos cerrados y maúllan de forma casi imperceptible. Vuestros vecinos son dos personas mayores que rondarán los setenta y algunos años. Han nacido en el campo y llevan toda la vida viviendo allí. Ella sabe que nos gustan los gatos. Y los perros. Nos los trae por si los queremos. Tienen un color que te recuerdan aquellos caramelos de café y nata que tanto gustaban a los críos en tu infancia. Los vecinos tienen varias gatas rondando su casa y paren continuamente. Una de ellas se ha acostumbrado a vosotros y aparece inmediatamente nos ve en la casa. Hace su ronda por el interior. Espera algún regalo con forma de lata de comida para gatos y se va. Tu compañera coge uno de los dos animalitos y lo acaricia. Es una pena, pero no tenéis opción. Es incómodo tener uno o dos gatos en la casa del pueblo. Y en el campo… Últimamente aparecéis sólo los fines de semana. Y no todos. Charláis un rato con la vecina y se va con su carga. Cuando se da la vuelta por la esquina de la casa, a tu compañera y a ti se os queda una cara de desolación. No decís palabra. Ella vuelve a su libro y tú al tuyo. En silencio, consumidos por la tristeza. Es, definitivamente, una pena. Los vecinos matan a todas las crías que nacen. Dicen que si no, se llenaría aquello de gatos. Viene bien tenerlos, pero no en demasiado número. Los vecinos saben mejor que vosotros cómo se sobrevive en el campo. Es su entorno. Vosotros sois unos recién llegados. ¿Qué les podéis decir? Por favor, no los matéis. Daría igual. Seguirían haciéndolo. Y, por otra parte, os interesa estar a buenas con ellos. Tenéis sólo un muro entre las dos casas. Y son tan susceptibles estas gentes. En esas reflexiones te angustias, cuando te surge la pregunta. ¿Por qué pensar que la vida es algo bueno? A fin de cuentas, la vida es sufrimiento. Esas pequeñas criaturas no sabrán de zozobras ante depredadores, de buscarse alimentos, de peleas por hembras o de machos que sólo van a preñar. No padecerán hambre ni podrán perecer atropellados. Pobre consuelo. Pero, al menos, te deja dormir por la noche.

sábado, 11 de junio de 2011

310.

Relato.

DEDICATORIAS

A los veinte años creyó haber encontrado el amor de su vida y escribió sus primeros poemas en serio después de algunos tanteos de adolescente. Eran poemas de amor, como no podía ser menos. Le gustaba leer y tenía maneras de poeta, así que le salieron unas composiciones muy dignas para su edad. Y prometedoras. Las reunió en un pequeño libro y lo presentó a un concurso. No lo ganó, pero quedó finalista. Fue un primer impulso en una carrera que contaría con días de oropel. Lo que más le ilusionó no fue el libro en sí, ni sus versos, sino la dedicatoria que abría el cuerpo de su producción. Sus palabras estaban destinadas a ese amor que las inspiró. El reconocimiento de su valía literaria no alcanzaba la altura de su temblor a la hora de leérselos a su amado a la luz de la luna, en la orilla de aquel mar que fue el testigo de su primer amor. El mismo día que recibió la notificación del fallo del concurso y la oferta de un editor de publicar su libro, el mismo día en que, corriendo con el telegrama en la mano, acudía a comunicárselo a su amado, éste la recibió cariacontecido y le dijo que ya no la amaba y que se iba. La escritora sufrió y de su dolor surgió un nuevo volumen más maduro, más original. Le llevó dos años terminarlo. A lo largo de ese período, fueron incrementándose sus lecturas, sus reflexiones sobre el arte de la poesía, sus tertulias y charlas con otros autores. Su carrera tenía ya rumbo y el bajel navegaba con buen viento. Le dedicó el libro a su madre, una persona corajuda, abandonada por su marido en la juventud, madre y padre, hermano y hermana de la artista, que siempre había estado a su lado cumpliendo con un papel que sobrepasaba la común cualidad de madre e iba más allá, mucho más allá. Aquella mujer excepcional que tanto colaboró con ella en hacerla caminar por la senda de la vida con el alma prieta y la mirada alta, falleció justo antes de que pudiera saber que su hija le había destinado unas hermosas frases en la página que daba acceso a su último poemario. Había guardado el secreto para darle la sorpresa. La anciana murió repentinamente de una embolia mientras preparaba la cena para ambas, justo el día antes de que la editorial le enviara sus ejemplares a la autora. En el ataúd, la escritora ya consagrada depositó uno de sus volúmenes oliendo aún a fresco. Y la vida continuó. Trabajó como profesora de Literatura en la Universidad, una labor que le permitía tener tiempo libre para su poesía. Fue afinando su estilo, quintaesenciando su contenido, aquilatando su ritmo y sus palabras. Fue acogiendo el reconocimiento de sus colegas. Sucesivamente, vino un libro dedicado a su amigo Miguel, que nunca llegó a ver aquellas palabras llenas de fervor, porque decidió suicidarse una tarde otoño bajo las sombras de una pertinaz depresión que jamás lo abandonó ni solo un día de su vida. A los tres años de esa tragedia, sacó a la luz un nuevo libro dedicado a su marido. No pudo aquel hombre disfrutar de la lectura de esos términos llenos de dulzura y tensión amorosa. Simplemente, no apareció en casa aquella tarde en que la escritora había depositado sobre la mesa del comedor un ejemplar de su libro a la espera de que lo abriera el esposo. En lugar de su marido, lo que había era una nota donde el hombre le comunicaba que se había ido a vivir con su amante a Nueva York y le daba el teléfono de un abogado con el que debía tramitar el divorcio. El último libro de poemas que escribió en su vida no se lo dedicó a nadie. Y no hubo más libros. Su talento pareció quedarse reseco, exhausto, aunque no su amor por la persona que la acompañó hasta el final de sus días, su única hija, la misma que le había inspirado ese último rumor de su corazón.

viernes, 10 de junio de 2011

309.

Polibio, X 36 1-7.
[1] (…) Mεγάλου γὰρ ὄντος, ὡς πλεονάκις ἡμῖν εἴρηται, τοῦ κατορθοῦν ἐν πράγμασι καὶ περιγίνεσθαι τῶν ἐχθρῶν ἐν ταῖς ἐπιβολαῖς, πολλῷ μείζονος ἐμπειρίας προσδεῖται καὶ φυλακῆς τὸ καλῶς χρήσασθαι τοῖς κατορθώμασι• [2] διὸ καὶ πολλαπλασίους ἂν εὕροι τις τοὺς ἐπὶ προτερημάτων γεγονότας τῶν καλῶς τοῖς προτερήμασι κεχρημένων. ὃ καὶ τότε περὶ τοὺς Καρχηδονίους συνέβη γενέσθαι. [3] μετὰ γὰρ τὸ νικῆσαι μὲν τὰς Ῥωμαίων δυνάμεις, ἀποκτεῖναι δὲ τοὺς στρατηγοὺς ἀμφοτέρους, Πόπλιον καὶ Γνάϊον, ὑπολαβόντες ἀδήριτον αὐτοῖς ὑπάρχειν τὴν Ἰβηρίαν, ὑπερηφάνως ἐχρῶντο τοῖς κατὰ τὴν χώραν. [4] τοιγαροῦν ἀντὶ συμμάχων καὶ φίλων πολεμίους ἔσχον τοὺς ὑποταττομένους. [5] καὶ τοῦτ’ εἰκότως ἔπαθον• ἄλλως μὲν γὰρ ἐπειδήπερ ὑπέλαβον δεῖν κτᾶσθαι τὰς ἀρχάς, ἄλλως δὲ τηρεῖν, οὐκ ἔμαθον διότι κάλλιστα φυλάττουσι τὰς ὑπεροχὰς οἱ κάλλιστα διαμείναντες ἐπὶ τῶν αὐτῶν προαιρέσεων, αἷς ἐξ ἀρχῆς κατεκτήσαντο τὰς δυναστείας, [6] καίτοι γε προφανοῦς ὄντος καὶ ἐπὶ πολλῶν ἤδη τεθεωρημένου διότι κτῶνται μὲν ἄνθρωποι τὰς εὐκαιρίας εὖ ποιοῦντες καὶ προτεινόμενοι τὴν ἀγαθὴν ἐλπίδα τοῖς πέλας, [7] ἐπειδὰν δὲ τῶν ἐπιθυμουμένων τυχόντες κακῶς ποιῶσι καὶ δεσποτικῶς ἄρχωσι τῶν ὑποτεταγμένων, εἰκότως ἅμα ταῖς τῶν προεστώτων μεταβολαῖς συμμεταπίπτουσι καὶ τῶν ὑποταττομένων αἱ προαιρέσεις. ὃ καὶ τότε συνέβη τοῖς Καρχηδονίοις.

Como ya hemos dicho en repetidas ocasiones, en la medida en que el éxito es grande dentro de la política y los planes contra los enemigos resultan victoriosos, el buen uso de ese éxito requiere de mucha mayor experiencia y cuidado. En este sentido, sería factible comprobar que quienes han triunfado superan en número a quienes han usado bien de sus triunfos. Esto fue lo que entonces les sucedió también a los cartagineses. Tras la victoria sobre los ejércitos romanos y la muerte de sus dos generales, Publio y Cneo, consideraron que Iberia era para ellos una posesión incontestable y se comportaron con sus moradores de manera arrogante. Esa fue justamente la razón de que en vez de aliados y amigos tuvieron a los subyugados como enemigos. Y es lógico que así les sucediera. Con la idea de que se debía obtener el dominio de un modo y mantenerlo de otro, no se percataron de que conservan mejor la supremacía quienes mejor se mantienen en los mismos presupuestos con los que desde el principio se apropiaron del poder. Es evidente, y ha sido observado ya por muchos, que los seres humanos sacan mayor provecho de las oportunidades haciendo bien a quienes les están próximos y ofreciéndoles favorables expectativas. Por contra, cuando, una vez obtenido lo que desean, actúan mal y gobiernan despóticamente a los subyugados, es lógico que, surgido un cambio en los dirigentes, se trueque también la disposición de los sometidos. Esto fue lo que entonces también les sucedió a los cartagineses.

jueves, 9 de junio de 2011

308.

José Manuel López Muñoz ha conseguido reconciliarte por unos días con tu fenecido amor por Bizancio. Es el autor de una novela cuyo título es El cortador de raíces. Narra la peripecia de un monje bizantino, Juan Vatatzes. Formado como médico en el monasterio de San Juan Pródromo en la Constantinopla del siglo XI, emprende un viaje hasta el sur de Italia que le dará ocasión para visitar aquellas partes del Mediterráneo que en aquella época estaban a punto de ser perdidas por el Imperio de Oriente. Es, como debe ser, no sólo un viaje material por las tierras y las gentes, sino también un viaje personal tras la propia identidad. La novela muestra un exhaustivo trabajo de documentación, una fluidez que nunca la hace aburrida, un estilo sencillo, pero exacto y rico. Al tiempo, se nota la formación científica del autor (era hasta su jubilación, Catedrático de Ciencias Naturales en Bachillerato y es Doctor en Biología) en su detallada descripción de modos y prácticas médicas de la época. José Manuel fue compañero tuyo durante casi veinte años en diferentes Institutos. Siempre admiraste su integridad contra vientos y mareas, su coherencia y su bonhomía. Ahora también lo admiras en su tarea de escritor. Por ello emprenderás la lectura de otras de sus obras, también editadas en la misma página web.

José Manuel López Muñoz, El cortador de raíces. Leída en la edición digital descargada legalmente de http://www.bubok.es/libros/197998/El-Cortador-de-Raices.

miércoles, 8 de junio de 2011

307.

Algunas conclusiones ( y III)

Pues bien, parece que puedes extraer algunas conclusiones de los hechos expuestos anteriormente. En primer lugar, resulta esperanzador apreciar que la propaganda del estado no llega a los corazones de la gente visto que el conservadurismo ha ganado en las últimas elecciones de manera abrumadora. Es una prueba más de que eso de la ingeniería social es un timo en el que creen sólo los ingenuos y los aprovechados. El runrún de estos años con la campaña de agit-prop tan intensa ha debido de sonar en los oídos de los ciudadanos con la misma fuerza que las consignas del antiguo régimen y las de tantos años de comunismo en la Europa oriental. Lo mismo puedes decir de los efectos de los privilegios de la casta política y sus corrupciones. Todo es música celestial mientras el bolsillo esté lleno, los bares accesibles, las vacaciones a mano, las casas a un palmo y la familia bien, gracias. La estructura comienza a tambalearse cuando lo que realmente importa a las personas deja de estar presente en sus vidas. Ante la falta de trabajo, el desahucio, la tristeza de las tardes de domingo viendo la tele por no poder tomarse ni una cañita en el bar Pepe, toda la parafernalia del régimen (sea cual sea) se demuestra castillo de naipes. Nada nuevo bajo el sol. Ya lo dice el refranero: "donde no hay harina, todo es mohína". Incluida la promesa del paraíso en la tierra.

lunes, 6 de junio de 2011

306.

Algunas conclusiones (II)

Que el sistema electoral no es bueno resulta más que sabido. Que la corrupción campa por sus respetos en la casta política resulta más que conocido. Que esa misma casta hoza en un vergel de privilegios que al resto de los españoles nos evoca añejas prebendas de Ancien Régime es certeza de sobras difundida. Que nuestros representantes depositarios del poder (no quienes no mandan, obviamente) han demostrado una soberana inepcia en el manejo de los fondos públicos y en la resolución de la catástrofe económica que padecemos es algo totalmente aceptado por los ciudadanos. Ahora bien, durante muchos años, esta situación ha estado enseñoreándose de la vida española sin que hayan aparecido protestas más allá de las charlas de café o las reuniones con amigos. Ahora, sin embargo, la indignación arrecia y amenaza con una versión postmoderna de Mayo del 68 parisino. Justamente ahora.

sábado, 4 de junio de 2011

305.

Algunas conclusiones (I)

Los resultados de las recientes elecciones municipales y autonómicas dan lugar a unas interesantes reflexiones, cuyas conclusiones te parecen claras. El acceso al poder del socialismo en el año 2004 traía consigo un proyecto de ingeniería social. Las líneas maestras eran la ideología de género, el ecologismo, el laicismo, la multiculturalidad, el relativismo ético, la conversión de España en una CEISE (Comunidad de Estados Independientes del Suroeste Europeo) y la reivindicación de la II República. Desde el primer momento, toda la inmensa maquinaria al servicio de esa ideología comenzó a funcionar. Las televisiones públicas, las privadas, periódicos y emisoras de radio. Al mismo tiempo, la intelligentsia, en su mayor parte coaligada con el socialismo, se puso en marcha. Un formidable ejército con un objetivo, estrategia y tácticas completamente claras. Para conseguir tales metas era necesario arrumbar, ya que quedaba antiestético eliminar, a quienes disentían. El proyecto parecía ir bien. Hasta que se cruzó la crisis económica.

viernes, 3 de junio de 2011

304.








EL JARDÍN DE GRAVA



PRIMAVERA







por el cristal
la senda de una gota
eternidad










Nota:



Sigo sin poder responder a los comentarios.

jueves, 2 de junio de 2011

303.

Un poner, que dicen que se dice por aquí. Pongamos que un articulista hispanohablante publica artículos en una revista redactada en inglés. Es bilingüe, por tanto no tiene problemas con los idiomas en cuestión. La mencionada revista tiene una página en Internet. Hay foros abiertos para los lectores. Uno de ellos entra y hace un comentario. En inglés, claro. El mencionado articulista le responde en español. El cliente vuelve a entrar en el foro y le agradece cortésmente la respuesta, pero advierte que no se ha enterado. El articulista replica que eso no es problema, que hay muy buenos traductores automáticos. Y le vuelve a presentar la primera respuesta traducida mediante ese sistema. El cliente añade una tímida coda, fuese y no hubo nada. La historia es absurda, además de inimaginable. Pues bien, sustitúyase el inglés por el español y el español por el gallego, y te encuentras con esto. Lejos de consideraciones relacionadas con supuestos agravios ancestrales, la respuesta del tal Alexandrex es una simple falta de educación. Y de respeto hacia quien le mantiene gracias a que se ha gastado un dinero, parte del cual habrá ido al bolsillo del gallegohablante. Todo este asunto te da pena. En primer lugar, porque tienes vínculos con Galicia y el gallego forma parte de tu infancia y adolescencia. En segundo lugar, porque muestra que los perpetradores se escudan en su victimismo para saltarse las más mínimas normas de urbanidad. En tercer lugar, porque gracias a personajes como ése, se acabará con muchos siglos de convivencia sana. Consecuencia: nunca mais la revista Filosofía Hoy por permitir que se falte de ese modo a la consideración de sus lectores y, como sigan así las cosas, nunca mais Galicia. A fin de cuentas hay muchas tierras tan hermosas o más que Galicia. Y sin nacionalistas.

miércoles, 1 de junio de 2011

302.

Norman Fischer es de origen judío. Fue durante años el director del famoso San Francisco Zen Center. Actualmente, dirige una fundación llamada Everyday Zen, cuyo fin es difundir la visión que del zen posee Fischer. Has leído un libro suyo que te llamó intensamente la atención cuando supiste de él. Sailing Home. Using the Wisdom of Homer’s Odyssey to Navigate Life’s Perils and Pitfalls. Superando la primera impresión de tratarse de un típico libro de autoayuda con ínfulas de culturilla, te ves ante una inteligente aproximación a la Odisea como manual de supervivencia en la vida. El autor mezcla, a tu juicio diestramente, las enseñanzas del zen con las conclusiones que un lector puede sacar del relato de las peripecias sufridas por Odiseo en su retorno al hogar. Es un libro para releer una y otra vez. Su atractivo sobre ti radica, como no podía ser menos, por aunar dos de tus pasiones: el mundo griego antiguo y el budismo zen. Un libro que te hubiera gustado escribir a ti. Al final, adviertes que la naturaleza humana es la misma desde milenios atrás y que los recursos para navegar por la procelosa derrota de la existencia han sido descubiertos hace mucho tiempo, en muchas partes del mundo, por diferentes personas. Y siguen vigentes.

Norman Fischer, Sailing Home. Using the Wisdom of Homer’s Odyssey to Navigate Life’s Perils and Pitfalls, New York, Free Press, 2008.