sábado, 2 de julio de 2011

327.

Nueva incursión en el mundo de Natsume Sōseki. Esta vez, la novela lleva por título El caminante. Aunque el camino no aparezca por ninguna parte y menos el caminante. Es el relato en primera persona de Jiro, miembro de una familia de clase media en el Japón de la Restauración Meiji, el mundo que conoció Sooseki, con un epílogo en forma epistolar. Pero el protagonista principal es el hermano del relator. Ichiro, que ése es su nombre, simboliza con su malestar íntimo, con su vacilación, con su inquietud, con su desolación moral esa sociedad que por orden de la superioridad tuvo que adaptarse bruscamente a una modernidad que le resultaba extraña. El universo tradicional se estaba derrumbando y el que se avecinaba parecía pretender asolar las almas de los japoneses. Y, como siempre, ese huracán pasa por las páginas del libro con la suavidad de la caída de los pétalos de la flor del cerezo en el alba de la primavera. Por eso te gusta la literatura japonesa, como ya has comentado anteriormente. Hay agón, conflicto, desencuentro, ruina y tristeza, pero nada que ver con las desgarraduras de la literatura occidental.

Natsume Sōseki, El caminante, Gijón, Satori Ediciones, 2011.

Nota.- El culpable de este blog se va una semana por ahí. No habrá entradas hasta que vuelva, salvo que por un milagro surja algo interesante que contar y haya conexión a internet. Gracias y hasta la vuelta.

viernes, 1 de julio de 2011

326.

Estampas andaluzas
Ella es una persona cercana a ti. Su hijo tiene algunos problemas. Nada serio, pero lo suficientemente molesto como para hacerla chocar con orientadores ignorantes y maestros de almas chamuscadas. El diagnóstico es fiable y el tratamiento está modernamente más que establecido y garantizado. Ella no tiene apuros económicos. Su marido gana un buen sueldo para lo que es la media en el pueblo y ella tiene una tienda. No están para tirar cohetes, pero sobreviven bien en medio de la ruina envolvente. Como es una luchadora, no ha parado de moverse para mantener a flote la barca vacilante de su hijo contra la incuria burocrática. Ha entrado en contacto con asociaciones, participa en reuniones y congresos. Sabe más del problema que ese pedagogo adocenado al halla con frecuencia medio dormitando en su despacho. Ha creado una asociación en el pueblo y más de una madre se ha unido, desoladas por el yermo en el que combaten las adversidades con que la naturaleza las ha visitado. Necesitan dinero. Y como es lógico, van al Ayuntamiento. Están al corriente de que allí de vez en cuando sacuden las arcas y reparten dádivas. ¿Qué mejor fin para ese dinero que su asociación? Las recibe el alcalde, les sonríe, les dice que algo les puede dar. Pero pone una condición: tienen que contar con las cofradías. Lo que sea, pero que aparezcan por algún lado. Ella se va molesta. No le gustan las cofradías. Pero algo tendrán que inventar. Necesitan dinero. En el regreso a casa, sabes que en su mente sólo le daba vueltas el colorido chillón de ese cartel electoral de Izquierda Unida que flameaba en el despacho del alcalde.