viernes, 25 de febrero de 2011

225.

Pío Baroja tiene fama de ser un escritor descuidado. Y lo es, a tu juicio también. Las inquietudes de Shanti Andía es una novela deslavazada, en la que se mezclan diferentes peripecias sin ton ni son. Con la excusa de ser historias narradas por personajes secundarios, algunos excursos llegan a convertirse en una derivación esencial de la trama. El estilo es llano, simple hasta el extremo. Pero tiene una fuerza que te engancha desde la primera página y te lleva en volandas hasta el final. Maravilloso don Pío, fascinante don Pío, seductor don Pío. ¡Ojalá pudieras escribir como él, tú que te enredas en largas oraciones como volutas salomónicas! Pero entreverada en esa narración de las aventuras de marinos en los siete mares (nunca más cierto este dicho), te ha llamado mucho la atención un fragmento que recoges seguidamente. El terrorismo de la ETA tiene sus raíces. Y aquí están. Buena parte de los vascos, ese pueblo privilegiado, puesto por encima del resto de los españoles durante siglos, posee en sus costumbres y sus modos una radicalidad y una cerrazón que traspasan las eras históricas. Los dos sujetos de los que habla Baroja, cambiando la vieja fe católica por la nueva fe socialista, son perfectamente transtemporales, por no decir el ambiente predominante en la sociedad.
En la relojería me enteré de cuanto pasaba en el pueblo. Casi todos los contertulios eran carlistas y fanáticos; yo no lo era; pero allí pasaba el rato enterándome de las vidas ajenas, y me entretenía. Mi norma era no discutir cuestiones de política ni de religión.
El que por las trazas debía de ser liberal, mucho más aún de lo que se mostraba en público, era el boticario Garmendia. No le convenía desenmascararse por completo; pero, en el fondo, no tenía ideas religiosas.
Garmendia no se atrevía a mostrarse francamente volteriano, y procedía en la conversación con insidia, por frases sueltas, por observaciones al parecer cándidas.
Los que más se indignaban con él eran dos carlistas cerrados, venidos del interior de la provincia: el uno, administrador de un título; el otro, contratista de piedras.
El administrador se llamaba Argonz; el contratista, Echaide.
Garmendia les sacaba fuera de quicio con sus observaciones, al parecer ingenuas, pero de doble fondo.
El boticario decía, por ejemplo, que había conocido algún protestante o judío, buena persona, y añadía que era para él muy extraño y muy triste que un hombre que profesaba una religión falsa pudiera ser mejor que muchos católicos.
—¿Qué importa que un hombre sea bueno o malo, si no es cristiano?—preguntaba Echaide, furioso.
—Hombre, sí importa.
—No importa nada—replicaba el otro—. Nada. Si no va a misa, no se puede salvar.
Garmendia les mortificaba continuamente. Lo mismo Echaide que Argonz eran muy aficionados a la sidra y al chacolí, y a toda clase de licores.
—Es una lástima—les dijo una vez Garmendia—que los vascongados, a pesar de ser tan religiosos, sean tan borrachos.
—¡Mentira!--exclamó Echaide, poniéndose rojo de indignación—. El pueblo vascongado es un pueblo honrado, y los que le denigran son indignos de pertenecer a él.
—Son unos canallas—añadió Argonz, con los ojos fuera de las órbitas.
—No lo dudo—replicó Garmendia—. Soy tan vascongado como cualquiera, pero siento que a mis paisanos les pase lo que a los irlandeses, que son muy religiosos, pero les gusta demasiado el vino.
—¿Y qué? ¿Por qué no les ha de gustar?
Los dos carlistas exaltados comprendían que Garmendia era su enemigo, y uno de ellos dijo una vez, amenazadoramente:
—Lo que hay que hacer aquí es salir al campo con el fusil, y a todo liberal que se encuentre, ¡fuego!
—Y por la espalda—añadió el otro, con la cara inyectada de rabia.
El relojero era de estos hombres que a todo el mundo dan la razón, y, con su lente en el ojo derecho, movía la cabeza, en señal de asentimiento, a cuanto decían sus contertulios; pero, al marcharse los carlistas exaltados, murmuraba:
—Son unos bárbaros: la Inquisición no es para estos tiempos. El mundo marcha.

Pío Baroja, Las inquietudes de Shanti Andía, novela leída en edición digital descargada legalmente de http://www.gutenberg.org/ebooks/12848. La cita corresponde a las páginas 88-89.

miércoles, 23 de febrero de 2011

224.

Lees un artículo de Alicia Delibes y recuerdas otro que reseñas en la entrada 177 de este blog. Ya lo sabes: el único lugar donde todavía mora la utopía cómodamente es en la instrucción pública del mundo occidental. Esto explica el desastre por el que se están despeñando las aulas de países como España. Cuanto más amarradas a los viejos mitos están las élites pedagógicas, más caóticos y derrotados aparecen los centros docentes. Porque es utopía querer convertir a los alumnos en adultos solidarios, feministas, ecologistas, pacifistas, multicultralistas, relativistas, asamblearios, miembros de ONG/OMG (Organizaciones Muy Gubernamentales), bien educados emocionalmente, radicales en su colectivismo participativo y demás parafernalia del imaginario sesentayochista. Es imposible llegar a componer semejante ser humano. Y en última instancia ¿cómo se evalúa la consecución de semejantes objetivos? Quizá se logre obteniendo una mayoría de votantes que dé su sufragio a partidos políticamente correctos. Dicen que su objetivo es que los alumnos sean felices. ¿Cómo se sabe si esa finalidad se ha logrado? A estos objetivos se han subordinado aspectos como las capacidades de leer, escribir, hacer cálculos matemáticos y físicos, conocer la geografía del mundo, la historia de su cultura y sus valores. Era mucho más fácil pretender, como en las escuelas de la III República en Francia, instruir ciudadanos que colaboren en el buen funcionar de una República, ciudadanos cultos y formados, dejando aspectos morales y emotivos a la vida particular de cada cual. Más fácil y, por tanto, accesible a la realidad. Pero todo eso, claro, es cosa de conservadores trasnochados.

martes, 22 de febrero de 2011

223.

El horror ante la nada no es sólo patrimonio adquirido de una mentalidad que ha experimentado la muerte de Dios. Toda la historia de Occidente está entreverada de alusiones a la negatividad del vacío, empezando por esa expresión latina del horror vacui, el “miedo al vacío”, con el que los estudiosos de la historia del arte aluden a la necesidad de rellenar cualquier espacio con alguna manifestación artística. También este sentido lo ves plasmado en expresiones coloquiales. Cuántas veces oyes decir o lees que alguien “se siente vacío”, con el sentido de una carencia vital y de malestar psíquico. Se habla de “la vacuidad de una existencia” o de “una vida vacía”. Los jóvenes de hoy en día “tienen la cabeza vacía”. Y si te internas en los bosques de las expresiones donde aparece la palabra “nihilismo” ves que se suelen asociar a las ideas de amoralidad. No calaron en las mentes occidentales las reflexiones de un Dionisio Areopagita (o quien sea que se esconda tras este nombre), de un Maestro Eckhardt, de un Jakob Böhme o, más cercano a nosotros, de San Juan de la Cruz, en el que la noche oscura del alma no inunda al místico de zozobra y angustia, sino de una luz interna cuya luminosidad arrebata la fuerza a la que el sol difunde. Aunque quizá tenga razón la gente cuando identifica la nada con algo negativo. La nada es negatividad esencial y sólo tras un esfuerzo de profundización en la realidad de su no-existencia puede alguien elevarse a las cimas de su fuerza transformadora. Eso sólo lo consiguen los místicos o los meditadores con muchas horas de mente limpia sobre sus rodillas.

lunes, 21 de febrero de 2011

222.

Continuando con tu convencimiento de que el futuro de las ciencias humanas descansa en los logros de las neurociencias, lees un libro de Francisco Mora. Es éste uno de los neurocientíficos españoles que más está trabajando en la tarea de abrir los caminos de esa disciplina entre el público no especialista. No es el primero que lees de sus libros y desde el momento que supiste de su existencia, te sentiste atraído. Al final, quedas decepcionado. Como es lógico, el Dr. Mora no es un filósofo, ni un economista, ni un especialista en arte, ni en sociología. El libro es más una promesa de futuros éxitos que una relación de lo que ya se ha logrado o se está logrando. Es lógico que sea así, piensas, ya que lo relevante de ese neohumanismo está todavía por hacer. Como ciertas conclusiones, te quedas con que eso llamado neurofilosofía es una especie de entelequia. Lo que no pueden resolver las neurociencias es el impacto que sus descubrimientos tiene en la búsqueda del sentido de la existencia. Aspectos como la libertad, la conciencia o el yo quedan despejados, pero el combate por el sentido queda sin dirimir. Más se le puede sacar partido en economía o sociología. Algo en el estudio de la estética, aunque quede sólo en la explicación de las partes del cerebro que se activan ante el placer por la obra de arte. Queda mucho por hacer y las bases están puestas, pero la pregunta por el sentido sigue sin responder. Y algo te dice que quizá sea mejor que sea así.

Francisco Mora, Neurocultura, Madrid, Alianza Editorial, 2007.

domingo, 20 de febrero de 2011

221.

A veces te ves inconsecuente. Tanto proclamar tu adhesión a las enseñanzas de Buda y a sus discípulos, tanto hablar del vacío y de la nada para caer en las garras del velo de Maya que te envuelve con sus sortilegios. El mundo que te rodea te atrae en algunos de sus aspectos y les manifiestas ese apego que debe ser absorbido en el flujo de la senda hacia el nirvana. No es lo único. También tienes apego a tus seres queridos, a tus recuerdos, a algunas posesiones materiales, puestos éstos en los puntos supremo, medio e ínfimo de una escala ideal. Bien, ése es tu trabajo. Para aquellos que no han renunciado a todo, es labor de toda una vida hallar ese punto medio en el que la constancia del vacío originario no conlleve un desentenderse del ser que te rodea. Trabajo fino, de filigrana y extrema pericia es ése. Pero en lo que respecta a los efectos del funcionamiento humano en las colectividades, piensa que también los estoicos postulaban una ausencia de deseo en su ἀπάθεια, la apatía en su sentido originario, y que esta pretensión no le impidió a Marco Aurelio gobernar el Imperio, ni a Séneca, ese delicioso impostor, tan andaluz en su pose, empapelar las conciencias de sus conciudadanos cultos y de las generaciones posteriores con sus invocaciones a la serenidad y a la razón. Recuerda, como colofón, que el estoicismo es la escuela filosófica antigua más próxima al budismo. No sabes si esta pirueta es válida para justificar lo que pretendes justificar, pero, al menos, está bien buscada. En todo caso, como bien sabes, sólo los monjes pueden optar con ciertos visos de éxito por el camino que lleva realmente a la iluminación.

sábado, 19 de febrero de 2011

220.

Tu madre quería que tuvieras músculos. Te hacía ejercitarte con unos tensores delante de la ventana abierta para que tus pectorales fueran poderosos. Los domingos por la tarde ponía en el coche (Seat 850 de dos puertas) unos bocadillos, a tu padre como conductor, a tu hermana, a algún amigo tuyo del bloque y montaba una excursión al campo. Normalmente, el campo era un pinar a pocos kilómetros de la ciudad y poblado de domingueros. Su frase favorita destinada a ti era: “¡Corre un poco, muévete!” Y corrías un poco y te movías un poco menos. De aquellas tardes horribles de domingo con el carrusel deportivo en el transistor de tu padre (el 850 no tenía radio), con la obligación de jugar al fútbol y con la tristeza del lunes acechando, sólo sobrevive el recuerdo agradable de una de aquellas tardes. No se te ha olvidado y puede que sea, como todo recuerdo, un invento. Pero está vivo en tu mente: hay un árbol junto al que estás sentado en el suelo y en el que estás apoyado; hay un cierto silencio sólo roto por el amigo y tu hermana a lo lejos jugando con una pelota. No hay deportes en un transistor ni voces obligándote a moverte. Sí hay una cajita de pastillas de regaliz y La isla del tesoro en tus manos. Y también aparecen los aromas de un placer intenso en medio de tu infancia. Para ti aquel libro, aquel regaliz y aquel entorno, desde entonces, son lo más cercano al paraíso en la tierra que has conocido.

viernes, 18 de febrero de 2011

219.

Te atrae el budismo por diversas razones. No habla de un Dios que tú no ves. Erige un edificio sobre la caducidad de todo lo que existe, una base perfectamente comprensible por cualquier ser humano con un poco de perspicacia. Se las ve de frente con la nada, origen y meta de la conciencia. Organiza y argumenta unas normas éticas de sentido común presentes en todas las sociedades a lo largo del tiempo y del espacio. Renuncia a la esperanza en un más allá irracional. Junto a estos rasgos, te resultan tremendamente atractivas las semejanzas que el budismo tiene con las antiguas escuelas filosóficas griegas. En las enseñanzas y en los seguidores del Buda Shakyamuni ves la pervivencia del espíritu de los pitagóricos ancestrales, de la Academia platónica, del Liceo aristotélico, del Jardín epicúreo y del Pórtico estoico. Tanto el budismo como las escuelas filosóficas helénicas basaban su doctrina en un conocimiento racional de la realidad donde no hay revelaciones de dioses y donde hasta los más arcanos dogmas son accesibles al saber humano. Luego, cada una sacaba consecuencias diferentes. El Buda no nos pide fe, sino racionalidad para aceptar la implacable verdad que fundamenta su doctrina, al igual que los maestros filósofos griegos. Incluso el método expositivo de los sutras semeja al de los diálogos platónicos. También presentan un objetivo práctico, más o menos primordial en el cuerpo de sus enseñanzas, y ofrecen normas para un comportamiento que permita una vida exenta de infelicidad, llena de armonía y calma. Difieren en otros muchos aspectos, como los rituales y el culto al fundador, que en el caso del budismo se recrea con aportaciones míticas fáciles de obviar desde un punto de vista racional. No vas a introducir aquí consideraciones acerca de los contactos que la cultura griega tuvo con el budismo gracias a las conquistas de Alejandro Magno y del desarrollo de los reinos helenísticos en los confines de Persia y en las fronteras con la India, cuyas más hermosas representaciones son las esculturas y los relieves del arte grecobúdico. Tampoco vas a hablar de las supuestas influencias que el escepticismo de Pirrón pudo aceptar procedentes de los seguidores del Buda. Las conexiones directas son interesantes, pero contempladas desde la curiosidad intelectual. Las similitudes conceptuales, sin embargo, afectan directamente al núcleo de la vida y sus conflictos. En pocas palabras, desde un punto de vista mucho más general, no puedes dejar de sentirte atraído por una manera de entender positivamente la existencia donde oyes resonar ecos de los maestros de la Antigüedad griega.

jueves, 17 de febrero de 2011

218.

Que las fronteras entre lo que es izquierda y derecha son difusas lo ves cada vez más claro. Hay revuelo con el problema de la piratería en Internet. De un lado, piensas que según la doctrina clásica de lo que se supone es la izquierda, sus partidarios deberían mostrarse afectos a que todo el mundo dispusiera gratis de todo lo que burbujea en red. Ya sabes: la cultura para el pueblo y demás consignas. De otro lado, piensas que la derecha debería ser celosa de la propiedad privada y en esta se debería incluir lo que se suele conocer como “propiedad intelectual”. Pero hete aquí que la izquierda socialista aboga por defender la propiedad privada del derecho intelectual y que la derecha liberal propugna la libre disposición de los contenidos de Internet. Tú, por tu parte, no sabes a qué atenerte. De un lado, es evidente que la libertad creativa del artista y del intelectual se basa en la independencia económica que le da vivir de su trabajo. De hecho, la política de subvenciones tan cara a la izquierda fomenta una versión postmoderna del viejo músico-criado al servicio del noble que le paga para que amenice sus fiestas y demuestre ante los demás congéneres su poderío. El artista y el intelectual que viven de su trabajo son un avance en la libertad. Por otro lado, cuando buceas en los foros de quienes defienden la descarga gratuita, te encuentras con gente que propugna para los creadores el sostenimiento con dinero público. Y cada vez que alguien habla de dinero público, piensas en el agit-prop de la III Internacional. Al final, te quedas con la idea de que en todo este follón es izquierda lo que el izquierdista de turno dice que es izquierda y derecha lo que el derechista de turno dice que es derecha. Hoy es una cosa y mañana será otra, qual piuma al vento y al final, messer Niccoló di Bernardo dei Macchiavelli.

miércoles, 16 de febrero de 2011

217.

Tu cama en la UCI era la primera junto a la puerta. Aquella UCI del hospital Virgen Macarena de Sevilla era una sala donde las camas estaban separadas sólo por una cortina, no siempre descorrida. Tu posición privilegiada te permitía estar al tanto, como si de un siniestro portero se tratase, de todo lo que entraba y salía. De vez en cuando, veías entrar a toda carrera una nube de sanitarios que deslizaban una cama en la que sólo distinguías el bulto de quien debía ser el enfermo enterrado en cables, máquinas y ganchos con bolsas. Así ocurrió aquel día. Como el humo, el enjambre pasó delante de tus ojos y se internó en lo que sospechabas era otra sala de aquella UCI. Las conversaciones que se escurrían entre enfermeras tras aquel pequeño tornado daban cuenta de una chica joven, de un accidente de coche, de una situación crítica y de pocas esperanzas. Había cierto movimiento de camas a diario, así que no pudiste identificarla cuando, en algún momento posterior, aquella chica fue sacada de la UCI e intervenida. Lo piensas porque días después oíste a un grupo de médicos (altos y majestuosos ellos) entrar en aquel reducto con sonrisas y satisfacción. Delante de ti comenzaron a hablar de algo que acababan de hacer y que había sido bien hecho. Se trataba de aquella muchacha. Sobreviviría. El caso había sido muy complicado; pero había tenido un final feliz. Te alegraste por ella. Otro día, una de las enfermeras comentaba con una compañera que la muchacha había llorado. Ella estaba en la otra sala y era para mí sólo una historia y un revuelo de personas alrededor de una cama de hospital. Lloraba porque no quería vivir. La enfermera decía que le dijo: “¡Anímate, puedes mover un dedo de la mano! Con eso tienes la vida por delante.” Al cabo de un tiempo, que no puedes calcular, mientras tú seguías allí, se la llevaron al hospital de Toledo.

martes, 15 de febrero de 2011

216.

Desayunas. La tostada que previamente has untado con ajo (el maestro Dôgen te hubiera echado del monasterio por ello). Encima viertes aceite de oliva. Del fuerte, como a ti te gusta. Café con su leche. Masticas y bebes, mientras tu cabeza vuela. La casa del campo puede convertirse en un problema, tu hijo es una bala perdida y tu hija está agobiada con los exámenes. Tu compañera pasa una mala racha y en otra ciudad tus padres te esperan para el fin de semana. Tu desayuno pasa por tus manos, tu boca, tu esófago y llega a tu estómago. Y no reparas en lo bien que te sienta a esas horas de la mañana en que te levantas hambriento. No te detienes a imaginar la gente que hay detrás de esos alimentos que te sacian, el trabajo, las ilusiones, el dinero que ha llegado a sus manos, en muchas ocasiones escaso. Así es tu vida, vivir con tu mente lejos de donde vive tu cuerpo. Vivir en el futuro y en el pasado en vez de experimentar el presente. No eres buen alumno del zen. Nunca lograrás librarte del velo de Maya que tu mente errática descuelga sobre los ojos de tu ser esencial. Y te haces propósito de concentrarte en el desayuno a la mañana siguiente, mientras te cepillas los dientes después de la cena.

lunes, 14 de febrero de 2011

215.

Un mundo nuevo es éste en el que te sumerge Horacio Quiroga. Selvas despiadadas, animales que piensan, trabajadores que malviven por lo que les dan en un entorno sin compasión, altos burgueses que son presa de situaciones extrañas que les pueden aún cuando a veces el final es feliz. Te ha gustado Quiroga y el universo que despliega en la lectura. Son relatos a un paso de la narrativa fantástica que tanto dará que hablar pasado el tiempo, pero que no traspasa un umbral de realismo que otorga a los cuentos un tinte de alienación que los hace tremendamente atractivos a la vez que familiares. Es una especie de Kafka contenido de la pampa y la selva sudamericana.

Horacio Quiroga, Cuentos de amor, de locura y de muerte, leídos en edición digital descargada legalmente de: http://www.gutenberg.org/ebooks/13507.

sábado, 12 de febrero de 2011

214.

Otra de Polibio:
[1] Ῥόδιοι δὲ κατὰ τοὺς προειρημένους καιροὺς ἐπειλημμένοι τῆς ἀφορμῆς τῆς κατὰ τὸν σεισμὸν τὸν γενόμενον παρ᾽ αὐτοῖς βραχεῖ χρόνῳ πρότερον, ἐν ᾧ συνέβη τόν τε κολοσσὸν τὸν μέγαν πεσεῖν καὶ τὰ πλεῖστα τῶν τειχῶν καὶ τῶν νεωρίων, [2] οὕτως ἐχείριζον νουνεχῶς καὶ πραγματικῶς τὸ γεγονὸς ὡς μὴ βλάβης, διορθώσεως δὲ μᾶλλον, αὐτοῖς αἴτιον γενέσθαι τὸ σύμπτωμα. [3] τοσοῦτον ἄγνοια καὶ ῥᾳθυμία διαφέρει παρ᾽ ἀνθρώποις ἐπιμελείας καὶ φρονήσεως περί τε τοὺς κατ᾽ ἰδίαν βίους καὶ τὰς κοινὰς πολιτείας, ὥστε τοῖς μὲν καὶ τὰς ἐπιτυχίας βλάβην ἐπιφέρειν, τοῖς δὲ καὶ τὰς περιπετείας ἐπανορθώσεως γίνεσθαι παραιτίας. [4] οἱ γοῦν Ῥόδιοι τότε παρὰ τὸν χειρισμὸν τὸ μὲν σύμπτωμα ποιοῦντες μέγα καὶ δεινόν, αὐτοὶ δὲ σεμνῶς καὶ προστατικῶς κατὰ τὰς πρεσβείας χρώμενοι ταῖς ἐντεύξεσι καὶ ταῖς κατὰ μέρος ὁμιλίαις, εἰς τοῦτ᾽ ἤγαγον τὰς πόλεις, καὶ μάλιστα τοὺς βασιλεῖς, ὥστε μὴ μόνον λαμβάνειν δωρεὰς ὑπερβαλλούσας, ἀλλὰ καὶ χάριν προσοφείλειν αὐτοῖς τοὺς διδόντας.

Los rodios en el momento mencionado aprovecharon la oportunidad del terremoto que tuvo lugar en su isla un poco de tiempo antes y durante el cual el gran coloso se desplomó junto con la mayoría de los muros y atarazanas. Manejaron tan prudente y certeramente el suceso que la calamidad no les produjo un perjuicio, sino más bien una mejora. En la vida privada y en los asuntos del estado, tan diferentes son entre los seres humanos la desidia y la negligencia de la atención y la sensatez, que para unos el azar provoca un perjuicio y para otros los acontecimientos inesperados resultan ser motivo de avance. En aquella ocasión, los rodios hábilmente dieron importancia y magnitud a la calamidad y emplearon las entrevistas y las conversaciones particulares ante las embajadas de forma solemne y magnífica. Se condujeron con las ciudades y sobre todo con sus reyes de tal modo que no sólo recibieron espléndidas donaciones, sino que además los donantes les estuvieron agradecidos.

Polibio, Historias, V 88.1-4.

viernes, 11 de febrero de 2011

213.

Cuando los bárbaros destruyan nuestras estatuas y quemen nuestros libros, cuando los bárbaros profanen las tumbas de nuestros antepasados y derriben nuestros templos, cuando los bárbaros impongan sus nuevos dioses sanguinarios y arrojen al abismo nuestros viejos héroes, entonces nuestros hijos se preguntarán qué divinidad envidiosa cegó las mentes de sus padres y les hizo creer que los bárbaros eran mejores.

jueves, 10 de febrero de 2011

212.

Otra muestra de que el ser humano se mueve gracias a los mitos y no a la historia es que algunas de las personas que más han marcado etapas en el devenir humano carecen de datos históricos abundantes, e incluso definidos. Pasa con el Buda, con Sócrates y con Cristo. Al final, la mitología sobre el personaje se hace dueño de la peripecia y los especialistas se las ven y se las desean para establecer datos fehacientes de su trayectoria real. A esto hay que añadir, en general, su preferencia por el mensaje oral, lo que deja su testimonio en manos de quienes pronto elevaron a los altares la actividad de los maestros. Al final poco importa la ciencia en esto. No son los hechos los que mueven a la humanidad sino nuestra imaginación. Ya lo dice la neurociencia: nuestra mente no busca la verdad, sino un relato coherente que le permita sobrevivir.

miércoles, 9 de febrero de 2011

211.

Una aproximación sincera a la historia te deja claramente establecido lo utópico de una objetividad absoluta por parte del estudioso. Bien lo asimilaste cuando tuviste que elaborar tu tesis doctoral y te las hubiste con cientos de artículos y libros sobre el tema. En este sentido y teniendo en cuenta que el mito nace antes que la historia, bien pudieras afirmar que la historia no es sino una elaboración a partir del mito, donde aspectos poco racionales son eliminados con vistas a ofrecer un conjunto coherente que dé cuenta de lo sucedido. Coherente, he ahí la clave del arco de la historia, pero no necesariamente cierta. Nunca dejará ésta de arrastrar entre sus cortinajes los bordados de los viejos mitos, como todo hijo nunca dejará de mostrar algo de la forma original de su madre en los ojos, en la boca, en el andar o en la entonación de las vocales.

martes, 8 de febrero de 2011

210.

La principal dificultad que se encuentra a la hora de aprender un idioma extranjero es el vocabulario. El resto de factores intervinientes en el fenómeno de la lengua, por muy complejos que sean, es dominable; pero las decenas de miles de palabras son un muro de ladrillos que se debe erigir lentamente con la argamasa frágil y quebradiza de la memoria. Gracias a Google Translator, has podido leer con soltura una novelita de Stefan Zweig en alemán: Brennendes Geheimnis. La búsqueda de vocabulario es vertiginosa y los disparates de ese recurso son salvables con la consulta a otras páginas web. La obra es deliciosa. Hay un análisis tremendamente agudo de la psicología de un adolescente, de sus relaciones con los adultos y de la intuición de un fenómeno que parece ser la piedra de toque de la conducta de esos mismos adultos. Choca un tanto la ingenuidad de ese casi niño con lo que conoces hoy en día de los personajes de la misma edad, pero no debes olvidar que estás hablando de principios del siglo XX en un contexto que te recuerda las novelas de Thomas Mann centradas en la nobleza y en la alta burguesía. El estilo es rápido, aunque estés bregando con el alemán, lengua pesada como una división de Panzers. No te extraña que Zweig tuviera éxito en su tiempo: la obra tiene todos los ingredientes de la buena literatura: amenidad, interés y estilo.

Stefan Zweig, Brennendes Geheimnis, leída en versión digital descargada legalmente de http://www.gutenberg.org/ebooks/24173

lunes, 7 de febrero de 2011

209.

Para entender algunos arcanos de las filosofías orientales, nada hay mejor que intentar equiparar sus conceptos fundamentales con los de la tradición occidental. El taoísmo es una vieja escuela china que tuvo una influencia determinante en el budismo cuando éste entró en el Imperio del Centro en el siglo III a.C. El lector de los textos fundamentales del taoísmo se encuentra delante de una especie de galimatías cuya comprensión le resulta difícil. Quizá sirva de aclaración que cuando Lao Tze dice que el tao lo es todo, nosotros debamos interpretar ese término como ser. Los diez mil seres de los que habla el Tao Te King es el mundo en sus infinitas manifestaciones al tiempo que en su esencial unidad. El ser, como el tao, es conceptos como amor u odio, patria o enemigo, el coche que conduces, la piedra que ves al lado de la carretera, la carretera misma, el equipo de fútbol que otros adoran, tus hijos y tus padres, los recuerdos de la lectura de un libro y todo cuanto puedas imaginar, sentir, recordar. La diferencia esencial reside en que Occidente tiende a pensar en el ser como algo estático e inmutable. Ésta es la base de su búsqueda de la sustancia como elemento constitutivo del ser. Ese ser estático no fue sólo una ocurrencia de Parménides, sino que la búsqueda de la sustancia, constante en la filosofía occidental, es una prolongación de esa determinación. Sólo Heráclito se acercó, como sabes, a concepciones parejas a las orientales. Frente a estas nociones, el taoísmo es tan consciente de la mutabilidad de todo lo existente, que su concepto esencial significa realmente camino. Así, para Oriente, el ser es un camino, con todas sus connotaciones de tránsito, cambio, paso, avance.

sábado, 5 de febrero de 2011

208.

Si fuera preciso ofrecer una muestra de la Europa germánica (Alemania y Austria) tras la I Guerra Mundial embridando diferentes vertientes de las artes y las letras, las dos novelitas que acabas de leer encajarían perfectamente. Tanto La tela de araña, como La rebelión, ambas de tu querido Joseph Roth, son la ilustración en literatura de cualquier cuadro del expresionismo alemán, de esa música que los jerarcas nazis llamaban “degenerada”, de la escultura y del ambiente que se vivía en las calles de Berlín o Viena. Ambas se centran en dos hombres cuya situación en el ambiente desquiciado posterior a 1918 es imposible de ajustar a un mundo que se derrumba. Son personas perdidas, un trasunto del propio Roth, que añoran el orden de lo que Zweig llamaba el mundo de ayer, esa taxonomía perfecta de los fenecidos imperios donde todo y todos tenían su lugar y el futuro era previsible. Cada uno de ambos pretende buscar su nuevo espacio sin conseguir más que una muerte mísera en el caso del protagonista de La rebelión y una frágil posición de aparente privilegio dentro del nuevo orden totalitario en el caso del protagonista de La tela de araña. Con el tiempo, el revolucionario Roth acabaría por añorar la vieja estabilidad que encabezaba el venerable emperador Francisco José. Se nota, por otra parte, que La tela de araña fue su primera novela publicada. El estilo es cortante, casi telegráfico a veces, frente a la algo posterior La rebelión, donde el autor se recrea algo más. En todo caso, dos buenas muestras de aquel genio austro-húngaro.

Joseph Roth, La rebelión, trad. F. Formosa, Barcelona, Acantilado, 2007; La tela de araña, trad. Javier Orduña, Barcelona, Acantilado, 2008.

viernes, 4 de febrero de 2011

207.

Los medios de comunicación rebosan de pesimistas. Según sus predicciones, los seres humanos [occidentales] somos los responsables de que en breve nos achicharremos entre los vapores de océanos en ebullición, de que los desiertos devoren los bosques y las selvas. Aseguran que cada vez habrá más gente que morirá de hambre y epidemias. Nos avizoran un futuro en el que sólo podremos aspirar el hedor de la basura que creamos. En Occidente, las personas son cada vez más egoístas, solitarias, crueles, violentas y nocivas. La lista de horrores apocalípticos es larga y la solución a veces parece que se te señala en algo parecido como el regreso a los hechiceros de la tribu, a las bestias de tiro, a la leña y a las boñigas como solo abono. Entre los voceros del fin del mundo predominan los escritores, los eruditos dedicados a las antiguas disciplinas humanísticas y los descendientes de los filósofos, que ahora han abandonado su labor de observación imparcial del ser para abocarse a la crítica negativa y despiadada del mismo. Siempre y cuando este ser se encarne en Occidente, por supuesto. A ti, pobrecito hablador, te da por pensar que detrás de su pesimismo, de su mentalidad apocalíptica está el rencor por una lenta pérdida de su papel como guías de la sociedad. Su pesimismo no se fundamenta en un negro futuro del mundo y la humanidad, sino en lo oscuro del suyo propio. El mañana no es de ellos, sino de los científicos, que ya están elaborando una visión de lo humano basada en la ciencia. Que Bernard-Henri Lévy haya criticado a la ciencia en un congreso es bastante sintomático. Que los ecologistas abominen de esa misma ciencia como posible superadora del conflicto entre progreso y naturaleza, es también sintomático. Que los autodenominados políticos progresistas desprecien los descubrimientos de las neurociencias sobre las diferencias entre el cerebro masculino y femenino tildándolos de machistas es sintomático, nuevamente. Y no olvides (¡horror para los clérigos!) que la ciencia unida a la técnica es un invento exclusiva, original e imperecederamente occidental. Vamos hacia un nuevo paradigma y en ése los mandarines del conocimiento deben ir reciclándose. Desgraciadamente, la historia te demuestra que los mandarines suelen morir matando, ya sea simbólicamente como le pasó a Galileo, o físicamente, como le pasó a Miguel Servet.

jueves, 3 de febrero de 2011

206.

Una vieja leyenda cuenta que una vez un hombre quiso forrar de cuero el mundo para poder andar cómodamente por toda su extensión. Alguien, un sabio, le dijo que era mejor hacerse unas sandalias. No pretendas cambiar el mundo, cámbiate tu mismo. Tras esta historia antigua puedes apreciar, escondida entre las letras, el consejo de Marco Aurelio a los políticos: no persigas la utopía. Y tú añades: persigue sólo tu utopía íntima y personal, porque a nadie harás daño con ella ni a nadie se la impondrás, ni nadie se verá obligado a cargar con ella sobre sus hombros, ni te verás obligado a abrir campos de concentración donde reeducar y castigar a los remisos que se niegan a sentirse felices con tu pretendido paraíso sobre la tierra.

miércoles, 2 de febrero de 2011

205.

Sigue tu lectura de Polibio. Este fragmento te resulta sorprendentemente familiar. Parece como si estuviera retratando al peculiar pueblo español. Nihil novi sub sole y la élite intelectual moderna despreciando esto. La traducción, tuya.

[2] καὶ γὰρ αὕτη πλεονάκις μὲν ἴσως, ἐκφανέστατα δὲ τῇ Θεμιστοκλέους ἀρετῇ συνανθήσασα ταχέως τῆς ἐναντίας μεταβολῆς ἔλαβε πεῖραν διὰ τὴν ἀνωμαλίαν τῆς φύσεως. [3] ἀεὶ γάρ ποτε τὸν τῶν Ἀθηναίων δῆμον παραπλήσιον εἶναι συμβαίνει τοῖς ἀδεσπότοις σκάφεσι. [4] καὶ γὰρ ἐπ᾽ ἐκείνων, ὅταν μὲν ἢ διὰ πελαγῶν φόβον ἢ διὰ περίστασιν χειμῶνος ὁρμὴ παραστῇ τοῖς ἐπιβάταις συμφρονεῖν καὶ προσέχειν τὸν νοῦν τῷ κυβερνήτῃ, γίνεται τὸ δέον ἐξ αὐτῶν διαφερόντως· [5] ὅταν δὲ θαρρήσαντες ἄρξωνται καταφρονεῖν τῶν προεστώτων καὶ στασιάζειν πρὸς ἀλλήλους διὰ τὸ μηκέτι δοκεῖν πᾶσι ταὐτά, [6] τότε δὴ τῶν μὲν ἔτι πλεῖν προαιρουμένων, τῶν δὲ κατεπειγόντων ὁρμίζειν τὸν κυβερνήτην, καὶ τῶν μὲν ἐκσειόντων τοὺς κάλους, τῶν δ᾽ ἐπιλαμβανομένων καὶ στέλλεσθαι παρακελευομένων, αἰσχρὰ μὲν πρόσοψις γίνεται τοῖς ἔξωθεν θεωμένοις διὰ τὴν ἐν ἀλλήλοις διαφορὰν καὶ στάσιν, ἐπισφαλὴς δ᾽ ἡ διάθεσις τοῖς μετασχοῦσι καὶ κοινωνήσασι τοῦ πλοῦ· [7] διὸ καὶ πολλάκις διαφυγόντες τὰ μέγιστα πελάγη καὶ τοὺς ἐπιφανεστάτους χειμῶνας ἐν τοῖς λιμέσι καὶ πρὸς τῇ γῇ ναυαγοῦσιν. [8] ὃ δὴ καὶ τῇ τῶν Ἀθηναίων πολιτείᾳ πλεονάκις ἤδη συμβέβηκε· διωσαμένη γὰρ ἐνίοτε τὰς μεγίστας καὶ δεινοτάτας περιστάσεις διά τε τὴν τοῦ δήμου καὶ τὴν τῶν προεστώτων ἀρετὴν ἐν ταῖς ἀπεριστάτοις ῥᾳστώναις εἰκῇ πως καὶ ἀλόγως ἐνίοτε σφάλλεται. [9] διὸ καὶ περὶ μὲν ταύτης τε καὶ τῆς τῶν Θηβαίων οὐδὲν δεῖ πλείω λέγειν, ἐν αἷς ὄχλος χειρίζει τὰ ὅλα κατὰ τὴν ἰδίαν ὁρμήν, ὁ μὲν ὀξύτητι καὶ πικρίᾳ διαφέρων, ὁ δὲ βίᾳ καὶ θυμῷ συμπεπαιδευμένος.

En cierto modo, éste [el régimen democrático ateniense] tras un reconocidísimo esplendor gracias a las cualidades de Temístocles, en muchas ocasiones experimentó un rápido cambio en la dirección contraria debido a la inestabilidad de su naturaleza. Muy frecuentemente sucede que el pueblo ateniense se parece a las naves sin gobierno. En ellas, cada vez que en razón del miedo a la mar o a la presencia de una tempestad aparece en los marineros el impulso de actuar con serenidad y prestar atención al capitán, se ejecutan las maniobras de manera brillante. Pero cada vez que se envalentonan, comienzan a despreciar a los comandantes y a enfrentarse unos contra otros por la divergencia de pareceres, justo entonces, unos prefieren seguir navegando, otros instan al capitán para que eche el ancla, otros sacuden fuera los cabos, otros se mantienen y exhortan a recoger la vela. Las disputas mutuas y los motines resultan un vergonzoso espectáculo para los que observan desde fuera y la situación se presenta insegura para los que toman parte y asisten a la navegación. Por ello, muchas veces tras escapar con bien de los más peligrosos mares y las más famosas tempestades naufragan en los puertos y junto a tierra. Y eso es, precisamente, lo que le ha sucedido siempre al régimen político ateniense: unas veces, supera las mayores y más terribles adversidades gracias a las cualidades del pueblo y de sus dirigentes, mientras que otras veces, de forma en cierto modo aleatoria e irracional, yerra en medio de una descuidada negligencia. No hay por qué seguir hablando de este régimen político ni del de los tebanos, en los cuales las masas lo manejan todo al albur de sus propios impulsos, las unas destacando por su puntillosidad y su resentimiento; las otras educadas en la violencia y la ira.

Polibio, Historias, VI 44 2-9.

martes, 1 de febrero de 2011

204.

Otro monólogo. Esta vez le toca el turno a la historia de amor más triste jamás contada:

EURÍDICE

Fui yo quien lo estuve llamando. Resultó difícil que atendiera mi voz, no tanto por estar envuelta en las brumas que la humedad del Hades convoca en los sonidos, como por su severa determinación de continuar el sendero hacia la superficie sin ceder a la concupiscencia que intentaba conferir a mi reclamo. El dios, cediendo a los requerimientos de su esposa, había permitido que se cumpliera la excepción de las excepciones, que rarísima vez le es regalada a la raza mísera de los mortales. Y me ordenó que lo siguiera en silencio hasta las mismas puertas del infierno. Una vez franqueadas, proclamó regio, volvería a ser aquella a la que Orfeo amó con su cuerpo y con su canto. Tanto me había amado aquel hombre que osó emprender el camino que sólo se culmina una vez y tras el cual la vida pasa a ser un recuerdo añorado donde los dolores se difuminan y la dulce rémora de los placeres ocupan el espacio cedido por aquéllos. Nadie piense que me encontré a gusto entre las sombras, convertida ya en una más en medio de las suplicantes de luz. A mí también me atenazaba la evocación de los brazos tensos de mi amado, el arrebato de su posesión, las ondas en que se habían convertido en mi cada vez más limitada memoria los sonidos ajustados y serenos de su lira y de su voz. No me gustaba ser una muerta más, sabiendo como sabía que con el paso del tiempo, Orfeo dejaría de ser la compacta certeza de un cuerpo y un alma para mudarse en una lívida intuición de un pasado cuya fuerza se iría evaporando confundida entre la calima de mi alma. No me atraía sustituir un futuro de amor, pasión y belleza entre las miradas y la firmeza de mi amado por el lamento eterno de mis congéneres. Tampoco me seducía imaginarme, pasado el tiempo, pálida y transparente, sumida en la masa de los muertos, ignorante de que el alma que acababa de acceder al Hades era el despojo evanescente de quien una vez fue mi adorado. Nada de eso me empujó a llamarlo mientras subíamos el camino pedregoso que nos alejaba de la morada infernal. Si hubiera tenido ese cuerpo que, conforme a la promesa del dios, volvería a recubrir el vapor de mi espíritu cuando la luz del sol calentara mi frialdad de muerta, me hubiera visto a mí misma derramando lágrimas mientras me esforzaba por encarnar aquel exangüe silbido con palabras de atracción. Fue pasando el tiempo, el sendero enderezaba su último tramo y los temores se tensaban dentro, en mi interior. Era imprescindible acabar con aquella ficción de una nueva vida tras la muerte. Fue difícil, pero lo conseguí. Orfeo acabó por volverse y mirarme. Tímidamente, al principio; con grandes ojos abiertos, al final. Quizá él entendiera en mi susurro un lamento a la hora de volar al interior del infierno nuevamente, pero lo que en realidad brotaba del vapor de mi alma era un suspiro de alivio. Sabía que Orfeo iba a sufrir. Intuía su destrucción. Pero no podía regresar a su lado. No podía envolverlo con la mórbida humedad del Hades cuando me abrazara en el instante del amor. Aquella Eurídice que había querido no existía ya. Nadie muere y regresa a la vida siendo el mismo, porque la frialdad de la muerte nunca se desprende de la piel recobrada. Aunque un dios lo ordene. Hay poderes que están más allá de su soberbia. Y yo, aunque sólo alma, lo sabía.