miércoles, 16 de febrero de 2011

217.

Tu cama en la UCI era la primera junto a la puerta. Aquella UCI del hospital Virgen Macarena de Sevilla era una sala donde las camas estaban separadas sólo por una cortina, no siempre descorrida. Tu posición privilegiada te permitía estar al tanto, como si de un siniestro portero se tratase, de todo lo que entraba y salía. De vez en cuando, veías entrar a toda carrera una nube de sanitarios que deslizaban una cama en la que sólo distinguías el bulto de quien debía ser el enfermo enterrado en cables, máquinas y ganchos con bolsas. Así ocurrió aquel día. Como el humo, el enjambre pasó delante de tus ojos y se internó en lo que sospechabas era otra sala de aquella UCI. Las conversaciones que se escurrían entre enfermeras tras aquel pequeño tornado daban cuenta de una chica joven, de un accidente de coche, de una situación crítica y de pocas esperanzas. Había cierto movimiento de camas a diario, así que no pudiste identificarla cuando, en algún momento posterior, aquella chica fue sacada de la UCI e intervenida. Lo piensas porque días después oíste a un grupo de médicos (altos y majestuosos ellos) entrar en aquel reducto con sonrisas y satisfacción. Delante de ti comenzaron a hablar de algo que acababan de hacer y que había sido bien hecho. Se trataba de aquella muchacha. Sobreviviría. El caso había sido muy complicado; pero había tenido un final feliz. Te alegraste por ella. Otro día, una de las enfermeras comentaba con una compañera que la muchacha había llorado. Ella estaba en la otra sala y era para mí sólo una historia y un revuelo de personas alrededor de una cama de hospital. Lloraba porque no quería vivir. La enfermera decía que le dijo: “¡Anímate, puedes mover un dedo de la mano! Con eso tienes la vida por delante.” Al cabo de un tiempo, que no puedes calcular, mientras tú seguías allí, se la llevaron al hospital de Toledo.

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