martes, 15 de febrero de 2011

216.

Desayunas. La tostada que previamente has untado con ajo (el maestro Dôgen te hubiera echado del monasterio por ello). Encima viertes aceite de oliva. Del fuerte, como a ti te gusta. Café con su leche. Masticas y bebes, mientras tu cabeza vuela. La casa del campo puede convertirse en un problema, tu hijo es una bala perdida y tu hija está agobiada con los exámenes. Tu compañera pasa una mala racha y en otra ciudad tus padres te esperan para el fin de semana. Tu desayuno pasa por tus manos, tu boca, tu esófago y llega a tu estómago. Y no reparas en lo bien que te sienta a esas horas de la mañana en que te levantas hambriento. No te detienes a imaginar la gente que hay detrás de esos alimentos que te sacian, el trabajo, las ilusiones, el dinero que ha llegado a sus manos, en muchas ocasiones escaso. Así es tu vida, vivir con tu mente lejos de donde vive tu cuerpo. Vivir en el futuro y en el pasado en vez de experimentar el presente. No eres buen alumno del zen. Nunca lograrás librarte del velo de Maya que tu mente errática descuelga sobre los ojos de tu ser esencial. Y te haces propósito de concentrarte en el desayuno a la mañana siguiente, mientras te cepillas los dientes después de la cena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario