viernes, 4 de febrero de 2011

207.

Los medios de comunicación rebosan de pesimistas. Según sus predicciones, los seres humanos [occidentales] somos los responsables de que en breve nos achicharremos entre los vapores de océanos en ebullición, de que los desiertos devoren los bosques y las selvas. Aseguran que cada vez habrá más gente que morirá de hambre y epidemias. Nos avizoran un futuro en el que sólo podremos aspirar el hedor de la basura que creamos. En Occidente, las personas son cada vez más egoístas, solitarias, crueles, violentas y nocivas. La lista de horrores apocalípticos es larga y la solución a veces parece que se te señala en algo parecido como el regreso a los hechiceros de la tribu, a las bestias de tiro, a la leña y a las boñigas como solo abono. Entre los voceros del fin del mundo predominan los escritores, los eruditos dedicados a las antiguas disciplinas humanísticas y los descendientes de los filósofos, que ahora han abandonado su labor de observación imparcial del ser para abocarse a la crítica negativa y despiadada del mismo. Siempre y cuando este ser se encarne en Occidente, por supuesto. A ti, pobrecito hablador, te da por pensar que detrás de su pesimismo, de su mentalidad apocalíptica está el rencor por una lenta pérdida de su papel como guías de la sociedad. Su pesimismo no se fundamenta en un negro futuro del mundo y la humanidad, sino en lo oscuro del suyo propio. El mañana no es de ellos, sino de los científicos, que ya están elaborando una visión de lo humano basada en la ciencia. Que Bernard-Henri Lévy haya criticado a la ciencia en un congreso es bastante sintomático. Que los ecologistas abominen de esa misma ciencia como posible superadora del conflicto entre progreso y naturaleza, es también sintomático. Que los autodenominados políticos progresistas desprecien los descubrimientos de las neurociencias sobre las diferencias entre el cerebro masculino y femenino tildándolos de machistas es sintomático, nuevamente. Y no olvides (¡horror para los clérigos!) que la ciencia unida a la técnica es un invento exclusiva, original e imperecederamente occidental. Vamos hacia un nuevo paradigma y en ése los mandarines del conocimiento deben ir reciclándose. Desgraciadamente, la historia te demuestra que los mandarines suelen morir matando, ya sea simbólicamente como le pasó a Galileo, o físicamente, como le pasó a Miguel Servet.

1 comentario:

  1. Es difícil seguirle el ritmo teniendo que hacer más cosas a lo largo del día, -nos quedó pendiente entre otras, pero especialmente en esa, comentar a Polibio- Es, además, prácticamente inútil puesto que en un 98,00 de los casos su pensamiento está como en nuestra mente, eso sí, el suyo siempre más allá del nuestro por su vasto conocimiento de los clásicos, así de memoria… ¡qué envidia!!

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