domingo, 20 de febrero de 2011

221.

A veces te ves inconsecuente. Tanto proclamar tu adhesión a las enseñanzas de Buda y a sus discípulos, tanto hablar del vacío y de la nada para caer en las garras del velo de Maya que te envuelve con sus sortilegios. El mundo que te rodea te atrae en algunos de sus aspectos y les manifiestas ese apego que debe ser absorbido en el flujo de la senda hacia el nirvana. No es lo único. También tienes apego a tus seres queridos, a tus recuerdos, a algunas posesiones materiales, puestos éstos en los puntos supremo, medio e ínfimo de una escala ideal. Bien, ése es tu trabajo. Para aquellos que no han renunciado a todo, es labor de toda una vida hallar ese punto medio en el que la constancia del vacío originario no conlleve un desentenderse del ser que te rodea. Trabajo fino, de filigrana y extrema pericia es ése. Pero en lo que respecta a los efectos del funcionamiento humano en las colectividades, piensa que también los estoicos postulaban una ausencia de deseo en su ἀπάθεια, la apatía en su sentido originario, y que esta pretensión no le impidió a Marco Aurelio gobernar el Imperio, ni a Séneca, ese delicioso impostor, tan andaluz en su pose, empapelar las conciencias de sus conciudadanos cultos y de las generaciones posteriores con sus invocaciones a la serenidad y a la razón. Recuerda, como colofón, que el estoicismo es la escuela filosófica antigua más próxima al budismo. No sabes si esta pirueta es válida para justificar lo que pretendes justificar, pero, al menos, está bien buscada. En todo caso, como bien sabes, sólo los monjes pueden optar con ciertos visos de éxito por el camino que lleva realmente a la iluminación.

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