martes, 22 de febrero de 2011

223.

El horror ante la nada no es sólo patrimonio adquirido de una mentalidad que ha experimentado la muerte de Dios. Toda la historia de Occidente está entreverada de alusiones a la negatividad del vacío, empezando por esa expresión latina del horror vacui, el “miedo al vacío”, con el que los estudiosos de la historia del arte aluden a la necesidad de rellenar cualquier espacio con alguna manifestación artística. También este sentido lo ves plasmado en expresiones coloquiales. Cuántas veces oyes decir o lees que alguien “se siente vacío”, con el sentido de una carencia vital y de malestar psíquico. Se habla de “la vacuidad de una existencia” o de “una vida vacía”. Los jóvenes de hoy en día “tienen la cabeza vacía”. Y si te internas en los bosques de las expresiones donde aparece la palabra “nihilismo” ves que se suelen asociar a las ideas de amoralidad. No calaron en las mentes occidentales las reflexiones de un Dionisio Areopagita (o quien sea que se esconda tras este nombre), de un Maestro Eckhardt, de un Jakob Böhme o, más cercano a nosotros, de San Juan de la Cruz, en el que la noche oscura del alma no inunda al místico de zozobra y angustia, sino de una luz interna cuya luminosidad arrebata la fuerza a la que el sol difunde. Aunque quizá tenga razón la gente cuando identifica la nada con algo negativo. La nada es negatividad esencial y sólo tras un esfuerzo de profundización en la realidad de su no-existencia puede alguien elevarse a las cimas de su fuerza transformadora. Eso sólo lo consiguen los místicos o los meditadores con muchas horas de mente limpia sobre sus rodillas.

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