viernes, 26 de febrero de 2010

11.

Mientras te cortan el pelo ves caer en tu regazo mechones sueltos entreverados de canas que auguran tu ancianidad. La maquinilla zumba en tu cogote, tus sienes, tu cráneo. Quizá el núcleo de tus angustias se esconda detrás de la falta de cariño por lo que es tuyo. Miras la última guedeja separada de su tronco y te haces nacer un sentimiento de cercanía, casi de amor por esa materia viva que, de dejarla escondida, sobreviviría más que tu aliento. Es tuyo, es tu pelo, un fragmento de ti que deberías apreciar. Quizá así tu vida podría rodearse de alivio y descanso, ya que desde siempre te has rodeado de menosprecio y desencanto hacia ti mismo. No has terminado de experimentar ese acercamiento a tu mismidad, cuando otro destello se abre a cuchilladas en la carne de tus elucubraciones. La dirección es justo la contraria. Realmente, concluyes, la esencia de la paz reside en contemplar ese trozo de ti como lo que es, simple materia perteneciente al universo, dirigida a la nada, que no es tuya ni de nadie, vacío temporalmente adscrito a tu materia, mínima pieza de una pieza menor del mundo, insignificante y carente de sentido. Notas cómo ahora respiras más aliviado. La peluquera sigue con su labor y tu alma se siente reconfortada.

jueves, 25 de febrero de 2010

10.

Buena parte de tu angustia, como la del hombre occidental, procede de la muerte de Dios. En Occidente había un Dios que fundamentaba todo, desde el orden personal al orden social, concluyendo en la eternidad. Daba sentido al dolor, la experiencia que los humanos intentamos evitar a toda costa. La muerte de Dios ha llevado a la muerte de los cimientos de tu mundo ancestral y abocado a la nada a los seres humanos. En Oriente nunca mataron a Dios, porque Dios nunca existió. Allí conocían que la substancia es la nada (o el vacío, da igual). Ellos han bregado en este campo de batalla desde hace milenios. Ahora es el momento de que te enseñen a vivir junto al cementerio donde está enterrado ese viejo señor.

miércoles, 24 de febrero de 2010

9.

La gran paradoja: después de miles de años buscando la substancia, tú crees haberla hallado en la nada. El todo es en esencia la nada. Qué bien lo expresó José Hierro en su poema "Vida" (Cuaderno de Nueva York, Madrid, Hiperión, 1998, página 129):

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.

Grito "¡Todo!", y el eco dice "¡Nada!".
Grito "¡Nada!", y el eco dice "¡Todo!".
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.

No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)

Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.

domingo, 21 de febrero de 2010

8.

Siempre con su lucidez, los antiguos lo vieron nítidamente: video meliora proboque, deteriora sequor (Ovidio, Metamorfosis, VII, 20). Antes de los psicoanalistas, antes de los neurocientíficos, la lucidez de tus antepasados. "Veo lo mejor y lo acepto; pero sigo lo peor". La razón, a pesar de los años dedicados a cultivar el amor hacia ella, no sirve para elucidar el misterio de tu ser.

jueves, 18 de febrero de 2010

7.

Desde el momento en que tu pregunta esencial es acerca de la nada, los métodos racionales naufragan. La razón te sirve nada más que para conocer. Ni te guía en la conducta ni es útil para organizar sociedades humanas, que, inevitablemente, acaban siendo guiadas por el equilibrio inestable de las emociones particulares sentidas por quienes las integran.

miércoles, 10 de febrero de 2010

6.

Alguien te dice que, cuando sufriste, salió a relucir esa ansia de consuelo que representa la figura de Dios. Y que esa es la prueba de que existe. Sería una versión adaptada del viejo argumento que afirma su existencia apoyándose en la extensión de la idea de lo divino por toda la especie humana. Le reconoces que es cierto que en aquellos momentos rezaste y suplicaste, y que todo terminó bien. Sin embargo, aquella arribada a buen puerto y las otras infinitas a muelles de menor calado fueron producto de tu instinto de supervivencia y de quienes con su amor coadyuvaron en su función. Hoy no ves la mano benevolente de lo divino. Te replica que tu auténtico yo, anhelante de trascendencia, salió a relucir en aquellas súplicas, como el de todos los seres humanos. Pero le respondes concluyente que nunca se es uno mismo en la desgracia, sino en el momento del sosiego, cuando nada urge y nada acosa.

sábado, 6 de febrero de 2010

5.

Es obvio que para ti los dioses son un producto de la imaginación humana. Dentro de "los dioses" incluyes el único Dios, sea cual sea su nombre y su doctrina. Si tuvieras que divinizar algo, eso sería, sin duda, la vida, el trasunto de aquella voluntad que el viejo Schopenhauer veía como esencia de todo lo existente. Como decían los atomistas, el ser es vacío y materia. Y la materia está dotada de vida o es inerte. Si escudriñas la actitud de todos los seres vivos, compruebas que al final siempre te encuentras con la vida, manifestada en el instinto de supervivencia. Todo, desde el amor al poder, desde la caridad a la ambición, también, paradójicamente, el martirio o el suicidio son manifestaciones de la voluntad de vivir. Sólo es cuestión de buscar por dónde pasa ese hilo de Ariadna que serpea por los pasillos de ese laberinto conformado por todas las manifestaciones de la vida. Respecto a la hipotética divinización de la nada, no hay materia para el asunto.

viernes, 5 de febrero de 2010

4.

La nada es la piedra angular de tu existencia. Tu pregunta filosófica debe ser tanto por qué existe la nada, antes que la razón del ser. Al final, tú y todo lo que existe os hundís en la nada y la nada es el punto final al que confluís tú y todo lo que hay. Ahora bien, ¿cómo pensar en lo que no es?

miércoles, 3 de febrero de 2010

3.

Si buscas una frase que pudiera encabezar un Libro de Cuentas, sería sin duda ésta: Οὐδὲν δὲ κακὸν κατὰ φύσιν (nada conforme a la naturaleza es malo). La escribió el emperador Marco Aurelio y aparece en el capítulo 17 del libro II de sus Meditaciones. Es tu traducción, como todas las que del griego aparezcan en este blog.