lunes, 7 de febrero de 2011

209.

Para entender algunos arcanos de las filosofías orientales, nada hay mejor que intentar equiparar sus conceptos fundamentales con los de la tradición occidental. El taoísmo es una vieja escuela china que tuvo una influencia determinante en el budismo cuando éste entró en el Imperio del Centro en el siglo III a.C. El lector de los textos fundamentales del taoísmo se encuentra delante de una especie de galimatías cuya comprensión le resulta difícil. Quizá sirva de aclaración que cuando Lao Tze dice que el tao lo es todo, nosotros debamos interpretar ese término como ser. Los diez mil seres de los que habla el Tao Te King es el mundo en sus infinitas manifestaciones al tiempo que en su esencial unidad. El ser, como el tao, es conceptos como amor u odio, patria o enemigo, el coche que conduces, la piedra que ves al lado de la carretera, la carretera misma, el equipo de fútbol que otros adoran, tus hijos y tus padres, los recuerdos de la lectura de un libro y todo cuanto puedas imaginar, sentir, recordar. La diferencia esencial reside en que Occidente tiende a pensar en el ser como algo estático e inmutable. Ésta es la base de su búsqueda de la sustancia como elemento constitutivo del ser. Ese ser estático no fue sólo una ocurrencia de Parménides, sino que la búsqueda de la sustancia, constante en la filosofía occidental, es una prolongación de esa determinación. Sólo Heráclito se acercó, como sabes, a concepciones parejas a las orientales. Frente a estas nociones, el taoísmo es tan consciente de la mutabilidad de todo lo existente, que su concepto esencial significa realmente camino. Así, para Oriente, el ser es un camino, con todas sus connotaciones de tránsito, cambio, paso, avance.

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