lunes, 27 de junio de 2011

322.

Hace tiempo viste un pequeño video en Youtube. El escenario te situaba en un aeropuerto. El aspecto del público te hacía pensar en EE.UU. La impresión se confirmó cuando por una puerta viste entrar un grupo de militares. Eran, inequívocamente, norteamericanos. Cargaban con sus petates y avanzaban por medio de la enorme sala. Poco a poco, el público fue percatándose de su presencia. Uno de los presentes detuvo su paso, dejó su maleta y comenzó a aplaudirles. A ritmo lento, pero firme, el resto de la gente que pululaba por el aeropuerto secundó con sus aplausos el paso de los militares. Al final, la aclamación se volvió ensordecedora. No era una toma espontánea, sino un espacio publicitario; pero el sentimiento que traslucían las escenas crees que encajaba perfectamente con el que prende en los corazones de los norteamericanos. Un tiempo después, viste otras imágenes similares en cuanto al escenario. Esta vez era un aeropuerto español. Un equipo de fútbol salía de la sala de recogida de equipajes. No sabes de cuál se trataba, ni te importa. El fútbol jamás te interesó lo más mínimo. Detrás de una barandilla, una turba de hinchas aclamaba a los jugadores. Entre el público, pugnando por agitar sus manos pudiste observar un grupo de militares. Con sus petates y uniformes. Eran españoles, claro. Esa diferente manera de concebir la labor de quienes se juegan la vida por unos valores que, supuestamente, forman el cimiento de un país, te resulta más hiriente hoy, cuando te enteras de que ayer han murieron dos soldados españoles en la guerra de Afganistán.

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