miércoles, 22 de junio de 2011

318.

Estampas andaluzas
Hace un tiempo, fuiste testigo de una divertida historia en las calles de este pueblo. Sus protagonistas son dos hombres. Uno de ellos es apodado “El Garbancito”. Su mote lo declara casi todo. Es bajito y rechoncho, aficionado al tintorro barato de taberna, dominó y aparato a plena voz enganchado a Tele5 todo el día. Rondará el final de la cincuentena. Es simpático y la gente lo aprecia. Su paso, generalmente vacilante, por las calles es saludado con apelaciones a su mote y con sonrisas. El Garbancito responde a todas con alegría. Vive de sus trapicheos: subsidios, trabajos agrícolas nunca advertidos que supuestamente se hacen en el pueblo, llantinas a la puerta del Ayuntamiento cuando la cosa está apurada. Nunca se le vio en ningún tajo, pero sobrevive a pesar de todo y saca lo suficiente para tener un aspecto saludable por más que su rostro muestre una color encarnada por encima de lo habitual. A nadie daña y a nadie molesta. El otro protagonista es Isidoro. Alcanza ya los ochenta. Hubo de salir joven del pueblo. Su familia estuvo en el bando de los vencidos y, según te cuentan, lo pasó mal. En vez de ir a Barcelona, prefirió Madrid. Allí progresó. Encontró un buen puesto en la Casa de Su Excelencia el Jefe del Estado y medró. Trabajó muy duro, se casó, tuvo hijos y se hizo con un buen patrimonio. Tiene un carácter fuerte. No le gusta que le contradigan y está acostumbrado a tener siempre la razón, aunque, si se le conoce y sabe cómo tratársele, puede darte lo que no imaginas. Enviudó, cuando ya tenía a sus hijos mayores e independientes. Decidió volver al pueblo y buscar una buena mujer con la que reiniciar su vida. Llegó, pues, a su antiguo hogar. Una de las primeras cosas que hizo fue apuntarse al que llaman Casino de los Señoritos. Recuperó viejas relaciones y se unió a una mujer que colmaba sus aspiraciones de cariño y estabilidad. Una mañana, mientras tú hablabas con Isidoro a la puerta de su casa, El Garbancito coincidió que pasaba por allí. Su trotecillo era saltarín, envuelto en los vapores de algún vinillo tempranero. Cuando llegó a vuestra altura, miró con una sonrisa a Isidoro y le espetó: “¡A ver cuándo repartes, compañero!”. “¡Vete a la mierda!” fue la respuesta del anciano. Malhumorada y sulfurada. Recordaste entonces cómo Isidoro un mediodía, hacía unos meses, mientras comías con la familia en una venta, en un aparte te había enseñado con delectación un carnet del PSOE.

1 comentario:

  1. ¡Deliciosa anécdota, don Emilio! Es todo un cuadro de la Andalucía rural que padecemos. Cualquier parecido con una meritocracia es mera coincidencia. El simpático Garbancito no ha hecho más que arrimarse al sol que más calienta. Y lo que le espeta a Isidoro es todo un síntoma del pensamiento progre dominante, por no decir único: recordemos que la propiedad es un robo. Por cierto, ¡para que luego me digan mis alumnos que la filosofía (en este caso, para mal) no tiene relación con la realidad!

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