domingo, 13 de marzo de 2011

238.

Sobre la instrucción pública
II
Había alumnos que no querían estudiar, alumnos díscolos, alumnos interesados, alumnos neutros, alumnos inteligentes, alumnos con graves problemas personales y familiares, alumnos hiperactivos. Pero tú sabías que poseías recursos para que aquella colectividad de seres humanos que poblaba un aula evitara el caos. Sin necesidad de acudir ni a las expulsiones, ni a los gritos, ni a los castigos, ni a las arbitrariedades del poder, ni a una excesiva exigencia. Recursos que habías aprendido de tus clásicos. Los generales, para hacerse obedecer sin diezmar a sus tropas, sabían que tenían que ponerse en vanguardia, comer el mismo rancho que sus hombres, dormir al raso con ellos, ser los más austeros, los más cumplidores. Una vez esto claro, podían exigirles a sus subordinados que les siguieran hasta las mismas puertas del infierno. Y normalmente les seguían. Por ello, al segundo día de clase, tú ya te sabías los nombres de todos tus alumnos. La tarde anterior te los habías estudiado y te habías quedado con la cara de la mayoría de ellos mediante las fichas con fotos. Las fechas de exámenes y su contenido estaban claros desde el primer día. Contigo no había sorpresas, ni preguntas a traición. Eras puntual y los tratabas con una educación extrema. Los comprendías cuando sabías que eran sinceros en sus reclamaciones. Y preparabas tus clases con esmero. Sabías que no podías pedir lo que tú antes no habías ofrecido. De ese modo, nunca expulsaste a nadie de tu aula y nunca tuviste el menor problema de disciplina. Aunque pecabas, y lo reconoces, de cierta laxitud benefactora en el momento de las notas. Pero eras consciente de que la finalidad de tu clase no era que pudieran leer de corrido a Homero (algo imposible en uno o dos años de griego), sino sacar unas pocas conclusiones sobre la belleza de la Antigüedad, su pervivencia y la gratitud que le debemos por ser nuestros antepasados. Aspirabas a que la tradición humanística de Occidente fuera advertida a través de tus actos.

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