martes, 1 de marzo de 2011

226.

La necesaria brevedad de un blog te obliga a repartir entre varias entradas el comentario que te ha sugerido y las escuetas citas que has extraído del libro de Marcel Bataillon Erasmo y España, publicado en Francia en 1937 y traducido al español en una primera edición de 1950. Lo has leído a saltos. Su densidad es tal que no podías abarcarlo de una vez. Desde el primer momento te sedujo con esa fuerza que sólo la seriedad intelectual y el pundonor del investigador solvente pueden ejercer sobre el lector avisado. Confirmaste en carne propia, pues, la fama que tiene el libro de estudio fundamental para el fenómeno del erasmismo en nuestro país. Esa influencia ocupa el período del siglo XVI coincidente con la primera parte del reinado del César Carlos. Te atrae esa época. Con todos sus fracasos y sus frustraciones, con sus guerras y batallas, con sus triunfos y glorias, es el momento en el que España forma una parte esencial de Europa. A pesar de la renuencia primera de la Corona de Castilla y del desentendimiento de la Corona de Aragón, las Españas formaron parte de Europa orientando tendencias intelectuales y no sólo como potencia hegemónica a través de los Tercios. Al mismo tiempo, el erasmismo y su presencia aquí juegan en el filo de una navaja donde se decide entre la modernidad y la tradición. Tras la abdicación y muerte del César, el concilio, el reinado de Felipe II y el reforzamiento de la Iglesia Católica, España se decanta ya definitivamente hacia la tradición. Con todo, Erasmo y sus seguidores dan la sensación de una opción de modernidad que, desgraciadamente, quedó eliminada ya incluso en los instantes en que pretendía florecer. La fuerza del erasmismo consistía en que era un movimiento a la vez respetuoso con la tradición católica e innovador contra sus lacras. Ocupaba un puesto intermedio entre la ruptura total del Lutero y la conservación a ultranza de los esquemas medievales. Desgraciadamente, fracasó y la ruptura llevó a la matanza, al odio mutuo. Por todo ello, leer a Erasmo y a sus discípulos te sugiere las mismas impresiones que el Concilio Vaticano II. En cierto modo, la Iglesia Católica retomó el programa erasmista con cuatro siglos de retraso. Lo dice Bataillon: ¿Acaso el movimiento erasmiano por excelencia no consiste en avanzar a paso redoblado por un camino de libertad evangélica, y demostrar inmediatamente después que no se ha derribado ninguna de las barreras levantadas merced al trabajo secular de la Iglesia? (P. 795).

Marcel Bataillon, Erasmo y España, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1995 (5º reimpresión en español).

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