jueves, 24 de marzo de 2011

248.

Te enteras de que un antiguo combatiente de la II Guerra Mundial llamado Alistair Urquhart escribió un libro sobre su experiencia. The forgotten Highlander es el título. Fue capturado como prisionero muy pronto y pasó el resto del conflicto en manos japonesas, de un lado a otro y sobreviviendo milagrosamente a través de mil peripecias. Nunca habló de aquello hasta que a sus noventa años empezó a dejarlas por escrito. En su libro describe minuciosamente los horrores que hubo de sufrir a manos de sus captores. La letanía de suplicios es aterradora. Y te preguntas cómo es posible que un pueblo como el japonés pudiera haber llegado a esa magnitud en su maldad. Con su testimonio, la imagen ofrecida por las filmografías norteamericana y británica se queda corta. Razón de más para sentir una punzada en tu corazón. ¿Cómo puede alguien educado en una sensibilidad que se recrea en la visión de la luna llena cometer las atrocidades que se relatan? ¿Cómo es posible que alguien pueda alcanzar tales niveles de inhumanidad cuando ha sido amamantado en una cultura capaz de recoger en unos brevísimos versos toda la sensibilidad de la naturaleza y su impacto sobre el alma humana abierta al cosmos? Te ocurre lo mismo con Alemania y Austria. Es la eterna cuestión. Pueblos cultos y sensibles arrojados a la barbarie. Te consuela algo pensar que no hicieron nada nuevo y que la historia de la humanidad es la repetición constante de episodios como los campos de concentración o la ocupación japonesa de China. Quizá el gran pecado de Japón y de la Gran Alemania nazi fuera que perdieron la guerra. No lo sabes con seguridad. Tal vez sea así…

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