miércoles, 30 de marzo de 2011

254.

La mayoría, casi todos aquellos venían a verte con una sonrisa en los labios y las ganas de asistir a las muestras de tu poder en la desgracia miraban hacia otro lado cuando la mención al abandono de tu esposa brotaba en la conversación. Ella te había dejado unos pocos días antes de recibir el alta. Finalmente, tras cinco meses, te dejaban regresar a tu casa, sin embargo, tu estado estaba bastante lejos de considerarse satisfactorio. No te podías levantar de la cama y tu futuro era incierto debido a las secuelas de la enfermedad. Tras la escapada de tu mujer quedaron dieciocho años de matrimonio, unos hijos y un hogar a los que te habías dedicado con una actitud que hubiera dejado a las feministas más resentidas con la expresión de una perplejidad babeante. Aquella tarde sin final, la ambulancia te devolvió a la casa de tus padres y a la memoria de unos años que considerabas ya superados en el abismo del pasado oscuro. De nuevo te sentías un niño y bien sabías que tu infancia, en general, no fue una experiencia agradable. En aquellos momentos, el mundo parecía hundirse bajo tus pies y pronto te diste cuenta de que el asunto de la separación provocaba malestar en los otros. Unos no seguían el tema y empezaban a hablar de otros asuntos; otros callaban y miraban al suelo; otros justificaban su actitud y pedían comprensión y hubo quien llegó a decirte que su situación era peor que la tuya, ya que a fin de cuentas tú estabas rodeado de una familia que cuidaba de ti. Sólo tus más próximos y alguno que cayó del caballo y vio la luz llegaron a otras conclusiones. Pronto percibiste que tus desahogos sólo eran posibles delante de contadísimas personas y que era mejor no hablar del asunto delante de quienes acudían a tu lado con un obsequio y con los deseos de verte mejorar y emprender una nueva vida. Aquello era una especie de tabú. Llegaste a pensar que tras esa actitud se escondía el miedo a actuar como lo había hecho ella si se diese la circunstancia. Estás de acuerdo en que la ética dominante siempre ha sido quebrantada en toda época, pero la presión social impedía el reconocimiento de esa falla e incluso en muchos casos la evitaba. Hoy en día se interpreta como sinceridad y espontaneidad lo que no es sino egoísmo y falta de compasión. Y esto es también símbolo de decadencia, de la mayor de las decadencias.

5 comentarios:

  1. Si, la decadencia de la humanidad, no la del género humano, sino la del humanismo.

    ResponderEliminar
  2. Al final, querida Babu, esta triste historia tuvo un final feliz. Fue cosa así como de justicia poética. Me recuperé en gran medida, encontré un nuevo camino y vivo feliz. Mejor que todo fuera así. Visto en la distancia, lo más interesante de aquellos momentos fue la reacción de la gente.

    ResponderEliminar
  3. ¡Sorpresa temblorosa de lo personal! Y distanciarse para para ver efectos en la cara de la gente indica recuperación personal casi total ¿no?

    ResponderEliminar
  4. En efecto. Con cicatrices, pero íntegro.

    ResponderEliminar
  5. Καλά. Las cicatrices son condecoraciones concedidas por el enemigo.

    ResponderEliminar