jueves, 10 de marzo de 2011

235.

La primera clase que diste aquel año, el último de tu vida profesional, de Historia de la Filosofía en el extinto Curso de Orientación Universitaria (C.O.U.) empezó con una frase de Virgilio en la pizarra. Felix qui potuit rerum cognoscere causas (feliz aquél que puede conocer las causas de las cosas). Aunque aquellos alumnos venían de un curso precedente en el que habían tenido una asignatura llamada Filosofía, te pareció pertinente empezar con el intento de aclarar qué era esa disciplina con las menores y más claras palabras posibles. Pertenece la cita a las Geórgicas (II 490). En ese verso se resume lo que ha sido la Filosofía en Occidente y lo que es la esencia de nuestra mentalidad aún hoy en día. Tras las luminarias de Platón y Aristóteles, en época helenística surgen las escuelas estoica, epicúrea, cínica y escéptica, junto a los herederos de la Academia y el Liceo. Aquéllas solían distribuir sus reflexiones en tres partes: la Canónica, la Física y la Ética. Con la primera se establecía una teoría del conocimiento, con la segunda se pretendía establecer las causas y las características del mundo y con la tercera se sacaban las conclusiones de la anterior para que el ser humano fuera feliz. No otra cosa dice el maestro mantuano. Hay tres conceptos que revelan el conocimiento virgiliano de la filosofía griega: cognoscere (conocer: Canónica), rerum causas (las causas de las cosas: Física) y felix (feliz: Ética). Y aunque ya la filosofía ha quedado relegada a una disciplina que busca desesperadamente su hueco en el mundo, la ciencia ha tomado el relevo y continúa andando por el sendero que abrieron los griegos.

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