miércoles, 1 de diciembre de 2010

153.

Aunque seas reluctante a los mea culpa de Occidente por sus desmanes, dada la universal tendencia de lo humano a la destrucción, todo ese movimiento británico y norteamericano a favor de la investigación en el Congo leopoldino y el Amazonas peruano te olía a cierta chamusquina. El caso congoleño es claro. El Imperio Británico consideraba el dominio de África como asunto preferencial y la presencia de un país extranjero como colonizador de una tan vasta extensión como era el Congo es de suponer que levantaría recelos en los Gobiernos de Su Majestad. Los abusos de los caucheros en el Amazonas no estaban claros para ti hasta que ya hacia el final, Vargas Llosa deja caer, como quien no quiere, la existencia de explotaciones de caucho británicas en el Extremo Oriente. La cosa encaja, pues. A pesar de todo, el Imperio Británico sigue siendo objeto de tu admiración. A lo largo de la historia, siempre ha habido alguna potencia que ha dictado sus normas al resto. Prefieres que sean los británicos o los norteamericanos quienes las dicten a los chinos o los iraníes. Parafraseando una famosa respuesta, aquéllos pueden ser malvados, pero son tus malvados.

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