sábado, 4 de diciembre de 2010

155.

Sucedió hace algunos años, antes de la catástrofe que arrasó tu vida. Vivías aún en esa casa que te albergó durante veinte años. Era en aquel otro barrio de aquella otra ciudad. La habías visto con frecuencia y siempre sola. Debería de vivir por los alrededores de tu casa. Cuando iba a hacer algún mandado, cuando iba a comprar el pan, cuando salías a la calle, con frecuencia la veías. Demasiado joven, pensabas. La melena corta, muy negra, delgada, rostro afilado, con unos guantes de esos que dejan los dedos al descubierto. Su gesto era de luchadora, de persona convencida de la victoria final sobre cualquier adversidad que la vida le plantara por delante. Sobre su silla de ruedas salvaba obstáculos con pericia. No había escalón que se le resistiese. En algún momento temiste que volcara ante la fuerza con que hacía bascular la silla frente a una acera. Las rampas eran un terreno tan controlado que apenas le proporcionarían ya el placer de las marcas superadas. Su mochila colgaba de los manillares que sobresalían por el respaldo de la silla. Te fijaste muchas veces en ella. Pero acababas pronto por sumirme en tus propias preocupaciones y pensamientos. Su imagen de combatiente, de partisana de la vida, de resistente se difuminaba enseguida en tus pupilas, asediadas como estaban por los tristes embates de una vida convencional. Una tarde volviste a verla. Ahora su rostro ya no señalaba la fuerza y el poder. Sus manos no impulsaban con energía los aros de las ruedas. Tampoco corría. Rodaba lentamente, recreándose. Sonreía. Estaba hablando y mirando hacia arriba, hacia su derecha. Su mochila permanecía en el mismo sitio; pero no llevaba guantes. La entendiste: querría sentir sin obstáculos, apretar sin impedimentos una materia más cálida que el frío acero de los aros de las ruedas. Su mano derecha aferraba una mano. Con la otra, demostrando otra vez un dominio total del movimiento, impulsaba la silla de ruedas. Su acompañante, joven, alto, delgado, hermoso, feliz, la mano izquierda enlazada con la de la muchacha, marchaba a su lado. Andando.

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