viernes, 17 de diciembre de 2010

166.

Te resultan desagradables las ansias de determinados maestros del zen por introducirse en eso que llaman modernamente los “movimientos sociales”. Irrumpen con una doctrina de trabajo personal en ese constructo ideado para acabar con tu propia personalidad que es lo socialmente correcto. Se empeñan en equiparar la doctrina a una de las innumerables escuelas filosóficas, ideologías políticas, sectas esotéricas que propugnan la curación de todos los males modernos gracias a esas pócimas asestadas al vecino. Es cierto que, como afirma Keiji Nichitani, el budismo puede llegar a ser tachado de poco comprometido con la sociedad en la que se desenvuelve y en esta característica ve el filósofo un defecto. Pero esa acusación es de por sí una trampa que la corrección social ha preparado para que caiga en ella el zen. Para ti eso no es una lacra, sino una ventaja. Por eso, chirría en tus ojos la visión de determinados maestros con sus kesa y sus cráneos relucientes impartiendo doctrina contra el capitalismo global, contra la sociedad de consumo, contra la amoralidad de la vida moderna, mientras ofrecen a la concurrencia el bálsamo de Fierabrás que va a acabar con todos los males de la opulenta sociedad occidental. Aparecen en los medios de comunicación e imparten doctrina. No, esa no es tu visión del budismo zen. Estás conforme en que la compasión, como ya dijiste, es la llave que abre la doctrina a los demás y evita un ensimismamiento absoluto. Pero no debes olvidar que el budismo es un camino personal, individual, particular. Una de las cualidades que más admiras de las enseñanzas del Buda es ese desinterés por el proselitismo, la carencia de esa compulsión hacia la captación del no creyente. Ahí subyace un respeto infinito por las decisiones del otro y el interés por el individuo que busca su propia liberación fuera del contexto social en el que se desarrolla su existencia. Prefiero, por tanto, a personajes como esos monjes y maestros errantes que se reían de sus semejantes y se tomaban poco en serio los convencionalismos de su tiempo, mientras atizaban a quienes les oían los laberintos de un koan.

Keiji Nishitani, On Buddhism, New York, State University of New York Press (SUNY), 2006.

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