jueves, 30 de diciembre de 2010

177.

Has leído un artículo en una revista sobre el pensamiento de Hannah Arendt acerca de la educación. Lo primero que te resulta llamativo es la fecha. Está redactado a fines de los años 50, cuando la exiliada judía ya estaba asentada en los EE.UU. y había adoptado el inglés como lengua para sus escritos. Estas reflexiones parten, en primer lugar, de una pensadora con una densa formación y una capacidad extraordinaria de llegar al núcleo del objeto que analiza. Por otro lado, piensas que no hace falta ser un experto en enseñanza para percibir el rumbo que toma una determinada concepción de la misma y los efectos que provocará en los objetos de su actividad. La otra piedra de asombro es que describe los fundamentos de lo que aquí, en España, siempre tan rezagada en todo lo intelectual, se considera el no va más de la modernidad y el progreso. Ya sabes, el desprecio por la tradición cultural, por la transmisión del conocimiento, la asimilación del profesor a un ser cuya función oscila entre lo decorativo de un poste de teléfono y lo grotesco de un pato de feria al que acribillar con unas pelotas. Siguen a esta característica el horror al trabajo y al esfuerzo, el pánico al niño traumatizado por un suspenso, la igualación de todos los que intervienen en la enseñanza y demás joyas que brillan con el color del infierno en los pasillos de escuelas e institutos de tu país. No tiene nada de extraño que un personaje como tú, doctor en Filología Clásica, tuviera el mismo acomodo en la docencia postmoderna que un escriba del Egipto faraónico delante de la imprenta de Gutenberg. Tú y lo que tú representas están de más en las aulas del siglo XXI. Y no lo piensas con el convencimiento de que está bien, sino con la tristeza de quien contempla, una vez más, cómo tu anciana Europa va cayendo en la decadencia y en la ruina. Como ya has dicho, estás viviendo el fin de la cultura europea porque sus integrantes han dejado de creer en el Dios cristiano; pero también es el fin porque han dejado de creer en su tradición, que constituye otra manifestación de las divinidades que sustentaron aquel viejo templo.

Inger Enkvist, “Hannah Arendt y la filosofía de la educación”, La ilustración liberal, 41 (2009) págs. 51-60.

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