lunes, 27 de diciembre de 2010

174.

Los historiadores son conscientes de que la gente se interesa más por los mitos que por la realidad de los hechos. La verdad de la historia es pálida, con idéntico color de rojo sangre por ambas partes. Hay en ella las mismas ambiciones por parte de unos y otros, las mismas traiciones y las mismas heroicidades. Sin embargo, no hay legión de estudiosos que pueda saltar por encima de los muros que los colectivos humanos levantan para crearse sus propios paraísos. Los fundamentan con cimientos aferrados a un pasado donde gente probablemente normal, forzada a actos que posteriormente se denominarán heroicos, siembra las semillas de una fama para ellos impensable. No les interesa a los pueblos la realidad histórica, sino el mito que los siglos han tejido con sus hilos. Bien lo saben los historiadores y por más que se esfuercen en dar a conocer la verdad de lo sucedido, la gente siempre preferirá la leyenda que la imaginación ha cultivado sobre aquellos surcos. Que la colina de Hissarlik oculte entre sus pedruscos la historia de una ciudad reconstruida impenitentemente a lo largo de los siglos, con sus vidas cotidianas, sus asedios y sus muertes no tiene ningún valor para la generalidad de las mentes humanas. Sin embargo, las andanzas de Paris y Helena, los sufrimientos de Príamo y Hécuba, los amores trágicos de Héctor y Andrómaca, por no hablar de la arrogancia de Agamenón, la ira de Aquiles, la muerte de Patroclo, las gestas de Diomedes, Odiseo y Menelao, todo ello sí cubre el ansia de mitos que la mente de los pueblos necesita para sentirse viva.

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