miércoles, 15 de diciembre de 2010

164.

Después de tanto leer y meditar, parece que la filosofía de vida más cercana a los requisitos de humanidad y sensatez es el epicureísmo. Primero, por su materialismo. Nada de almas inmortales ni de dioses. El buen maestro pensaba que existían, pero que vivían inmortales y eternamente felices en lo que Lucrecio llamaba intermundia, un lugar lejano de las escorias de la vida de los mortales. Había que honrarlos, pues, pero sabiendo que nada viene de ellos, ni bueno ni malo. Teniendo en cuenta el fundamental valor de cohesión social de la antigua religión griega, Epicuro revela su inteligencia salvando así esa vertiente de la religión sin sufrir sus incursiones en la intimidad de las personas. Lejos de la visión desmadrada que se tiene vulgarmente de su doctrina, Epicuro propugnaba la moderación en la búsqueda del placer, un cálculo racional sobre aquellos que vienen bien y sobre aquellos con consecuencias indeseables. La memoria, y los seres humanos no somos sino memoria, nos salva del dolor evocando mejores momentos y la amistad sana e inteligente culminan tan sabrosa pitanza. Al final, después de tanto buscar lo absoluto, va a resultar que un trozo de queso con un mendrugo y un vasito de buen vino son suficientes para dar sentido a tu vida y convertirla en un paraíso. Siempre y cuando los ataques con hambre, por supuesto.

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