jueves, 2 de diciembre de 2010

154.

Una amiga te dejó para leer unos libros. Estaban escritos en francés, la única lengua que, junto con el griego moderno, has llegado a dominar con cierta soltura. Ahora sólo son un amasijo de telarañas rotas después de lustros sin ejercitar sus funciones. Te pareció osado el gesto. Pero emprendiste la lectura armado de un diccionario. Y así te encontraste con ese pequeño diamante que es La symphonie pastorale de André Gide. Recuerdas haber leído algo suyo bastantes años atrás. Fue en español, La puerta estrecha, y sólo pervive de aquella obra un ambiente opresivo dominado por protestantes franceses. De nuevo aparece aquí el protestantismo en la La symphonie pastorale representado por el protagonista, un pastor que recoge a una huérfana ciega a la que educa con un cariño que desde el primer momento se tiñe de unos sentimientos sospechosos. Te ha impresionado la contención en el comportamiento de los caracteres, que asisten al nacimiento y desarrollo de pasiones amorosas dentro de una rigidez que te evoca la austeridad de los jansenistas. Toda la novela exhala la sobriedad del protestantismo. Está presente en el relato de la trama que el pastor lleva a cabo en primera persona, como un personaje ajeno al oleaje que se está levantando lentamente y del que es el principal protagonista. Las reacciones de la esposa suspicaz nunca se desbordan. Sólo se atisba la pasión en el hijo, que se enamora de la joven ciega. Incluso la ambigüedad del pastor cuya bondad contrasta con la rigidez de aquél y que le sirve de coartada para seguir manteniendo los lazos con la huérfana, realzan esa percepción de espontánea rigidez. Hasta el relato del suicidio final y la reacción del pastor están dominados por ese carácter estricto, por esa economía del sentimiento. La prosa coopera con esa claridad y esa exactitud tan francesas en crear un entorno de corrección. Todo estalla, finalmente, con la conversión al catolicismo del hijo y el suicidio de la joven. Ante la catástrofe, el pastor no muestra más que un estupor refrenado. Pequeña obra maestra que te ha dejado el buen sabor de boca de la literatura en estado puro. Y has practicado el francés después de tantos años de abandono.

André Gide, La symphonie pastorale, Paris, Gallimard, 1985.

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