lunes, 6 de diciembre de 2010

157.

Cuánto más te atrae la historia que el presente. Te sucede igual que con los maestros muertos. Del pasado te quedas con lo que deseas. En tu Grecia antigua no les prestas atención a los esclavos, ni a la suciedad en las calles, ni a las enfermedades incurables que hoy en día son triviales. En tu Grecia olímpica no hay recién nacidas expuestas a la entrada de las casas esperando la muerte sólo porque su padre no deseaba tener niñas. No oyes el chasquido de la garganta degollada en las Termópilas, sino sólo las palabras solemnes de Leónidas y los versos de los poetas que las cantan. Tampoco tienes por qué recordar continuamente a aquellos atenienses que arrasaron Melos sólo porque sus habitantes quisieron ser neutrales en la guerra contra Esparta. Por poner los ejemplos más cercanos. Lo mismo podrías decir de esas otras épocas del pasado que admiras: la Constantinopla bizantina, el Renacimiento, el siglo XVI español, la corte de Luis XIV de Francia o la de Federico el Grande de Prusia, la Gran Bretaña que dominó el mundo o ese Imperio Austro-Húngaro en el que sufres las miserias de tu Europa. A veces, cuando piensas en ese pasado que trasciende tu pequeña historia, recuerdas que hubo otra cara en la moneda. Y aunque Walter Benjamin o Bertolt Brecht no entran en tu panteón de hombres ilustres, reconoces que algo de verdad decían cuando revelaban que detrás de las obras memorables hay míseros humanos que padecieron el peso de la grandeza.

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