lunes, 20 de diciembre de 2010

167.

Quienes no pueden permitirse un segundo de reposo suelen decir, cuando el cuerpo les punza con algún achaque, aquello de “lo mejor es no oírse”. Si duele la espalda, si la pierna se resiste al movimiento, si la cabeza retumba con la migraña, pero la vida no les permite la pausa, esas personas tienen ese remedio modesto, pero eficaz. Sólo cuando el dolor es tan intenso que se deja oír sin permitir obviarlo, entonces esos seres empiezan a pensar que tal vez sería conveniente plantearse la idea de pedirle cita al médico. Mientras tanto, esperan que esa dilación haga desaparecer la punzada y no ver así entorpecido el curso de su vida. Quizá fuera ese remedio también una buena medicina para los ataques de tu mente. Cuando las sombras te acosan y te sientes atrapado por el lado oscuro de la vida, sería tan curativo que, sin más complicación, “no te oyeras” y siguieras embarcado en el afán de cada día. En el fondo es el camino que te marcan los maestros budistas. Vive sin pensar en que estás viviendo, sin darle vueltas a lo que pueda ser la vida, sin “oírte” a ti mismo. Del mismo modo que, al final, de no oír los dolores del cuerpo, éstos se olvidan y se alivian, probablemente los dolores del alma experimenten el mismo proceso. Aunque se te antoje mucho más difícil taponarte los oídos para los aguijones que hieren el alma que para los que acosan el cuerpo.

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