miércoles, 22 de diciembre de 2010

169.

Ha muerto Jacqueline de Romilly y estás de duelo. La conociste por sus libros. La estudiaste por sus trabajos sobre Tucídides. Te eran imprescindibles para la tesis doctoral. Desde las primas líneas la adoraste como una sabia. Leíste un libro suyo sobre la enseñanza de las lenguas clásicas y la seguiste con otras obras sobre aquella Atenas del siglo V a.C. que tanto amó. Pertenecía Mme. De Romilly a esa estirpe de mujeres extraordinarias que se acercaron a la Grecia antigua con la seriedad del académico y con el rigor del científico; pero, al mismo tiempo, con la agudeza de la mujer, la serenidad del helenista, la diafanidad de lo francés. Era de la raza de Marguerite Yourcenar o de mi maestra Esperanza Albarrán. Fue ejemplo con su claridad y su liberalismo espiritual de lo que cualquier helenista debería ser en la vida. Ignorabas que había sido judía y que había sufrido por ello. En esto se iguala a otra de tus heroínas, Hannah Arendt. Que la tierra le sea leve, ahora que su alma se acaba de encontrar con las de Aquiles, Héctor, Tucídides, Sófocles, Eurípides y Pericles en las llanuras amenas de los Campos Elíseos, lugar donde sólo moran los héroes

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