jueves, 16 de diciembre de 2010

165.

Despiertas junto a ella y al abrir sus ojos, recibe tu sonrisa. Con el calor aún humeante entre las sábanas, te levantas y tras una breve visita al baño, bajas a la cocina. Ella ya preparando el café, marca blanca de supermercado, como es lógico. Normal el suyo, descafeinado el tuyo. Tú sacas de la bolsa de plástico el pan de ayer que reservas para tostar. Mientras comida y bebida se elaboran, coges mantel, dos servilletas de papel, la botellita del aceite, el azucarero, dos cucharillas (una para cada uno), un pequeño tenedor para ella y un cuchillo para ti. Ella tiene ya listo su plato: un kiwi en rodajas y dos tostadas pequeñas de pan integral, de esas que ya vienen preparadas. Lo lleva a la mesa donde estás disponiendo los utensilios. El café ya comienza a oler y tu pan ya está casi listo en el tostador. Añades a la mesa un par de esos roscos típicos de este pueblo y un vaso de agua para tus pastillas. Ella deposita los cafés en la mesa y tú, tu plato con el pan y una loncha de jamón cocido. Sintonizas en la radio vuestra emisora favorita y comienza la culminación de esa orgia de felicidad cuyos inicios asomaban entre aquellas sábanas calientes. Mientras tomas tu desayuno piensas que el viejo Epicuro tenía algo de razón. Esto que vives es la felicidad.

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