martes, 21 de diciembre de 2010

168.

Este comentario lo has hecho a la página web Cultura 3.00-Tercera cultura:

He sentido un enorme interés por la revolución naturalista y por esta página desde que tuve conocimiento por primera vez de su existencia. Pero, del mismo modo, desde el primer instante las dudas me han asaltado. Por ejemplo, el asunto de la falacia naturalista. La ciencia busca la verdad y la descubre mediante el método racional. La verdad es indiscutible. En la verdad científica no hay libertad por cuanto no hay disensión con lo establecido, ya que, según el criterio de falsabalilidad popperiano, la primera disensión convierte a la verdad descubierta en falsedad. Ahora bien, si intentamos extender la verdad científica (lo que es) a la ética (lo que debe ser) convertimos a ésta en algo tan indiscutible como la ciencia. Y aquí entran mis temores. Conociendo el historial del homo sapiens, dar ese salto hacia la ética “científica” la tiñe de un ominoso aspecto de dogma, algo cercano a lo religioso por el aspecto de inconmovible que presenta. Por otro lado, esta ética “científica” sería mucho más peligrosa que la procedente de la religión, ya que, contrariamente a ésta, su base no es la confianza ciega en un poder imposible de conocer racionalmente, sino la misma verdad establecida por la razón. Lo siento, pero aún siendo ateo, soy consciente de que los crímenes más espantosos contra la humanidad los han cometido ideologías ateas y pretendidamente científicas. En otro orden de cosas, respecto al proyecto Gran Simio, creo que se debe tratar a nuestros congéneres en la vida (vulgo, animales) con compasión, con empatía. Hay que solidarizarse con ellos en el sentido budista: sufren por existir, como nosotros. Pero de ahí a convertirlos en una variedad de lo humano, a mi juicio, hay una distancia. Por el momento (a espera de lo que decida la evolución), no hay ni se espera que haya no sólo pintores, sino chimpancés como Beethoven, Bach o Mozart, escritores como Cervantes o Shakespeare. Tampoco un gorila podrá estudiar el cerebro como lo hacen Antonio Damasio, Francisco Mora o Adolf Tobeña. Tampoco hay un Albert Einstein. Por no irnos lejos, no hay ni un humilde rapsoda que cuente en una tribu perdida del Amazonas, la genealogía de sus dioses, por más que sea pura mitología. Y si desean darle la vuelta a la moneda, tampoco hay Tamerlanes, Atilas, Stalines ni Hitleres, ni son capaces de aniquilar en unos minutos centenares de miles de congéneres con una simple bomba. Todos tenemos el mismo origen, pero no todos hemos llegado al mismo punto. Un filósofo dijo que los animales no pueden tener derechos porque no tienen deberes. Este razonamiento me parece tremendamente ilustrativo de la sociedad en que vivimos, tan apegada a los derechos como despectiva con los deberes, su contrapartida natural.

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