miércoles, 29 de diciembre de 2010

176.

Leyendo el libro que te ocupa en este tiempo las horas, encuentras una frase que te evoca momentos pasados. Dulce bellum inexpertis (la guerra es atractiva para quienes no la conocen). Viene a cuento de una obra de Erasmo de Rotterdam sobre la guerra. La evocación acude tiñendo el instante de la nostalgia de aquellas lecturas en francés que debiste acometer durante la carrera, en concreto La guerre de Troie n’aura pas lieu de Jean Giraudoux. Una obra de teatro que reinterpreta la famosa Guerra de Troya en el sentido pacifista propio de la estupefacta sociedad francesa posterior a la I Guerra Mundial. En un pasaje, uno de los personajes cuya identidad no recuerdas revela con clarividencia que en una guerra los únicos vencidos son los muertos. Esta frase siempre te ha impresionado. Y sacas algunas conclusiones. Si la sociedad moderna es pacifista, se debe no sólo a que hoy en día basta un minuto para hacer el mismo daño que en la Edad Antigua precisaba de meses o años. No sólo se debe a que el capitalismo y la preeminencia del mercado (para horror de ciertas mentes) están haciendo prevalecer poco a poco el intercambio sobre la conquista y llevando a la consecuencia de que los pueblos, reblandecidos los espíritus, prefieran la calma para disfrutar de los bienes que el comercio les proporciona. No sólo se debe a que el territorio ocupado tras la contienda queda en un estado tan lamentable que lo hace inservible para el vencedor. El desapego hacia banderas y marchas militares no son la causa, sino la consecuencia de estos fenómenos. Hay otra razón, crees, que entronca con la frase latina y las palabras de Giraudoux. Hasta el siglo XX, los que regresaban de las guerras eran los vencedores o los vencidos; pero en buen estado físico. Pocos heridos sobrevivían. El tiempo dulcifica los padecimientos y, al cabo de los años, sólo quedaba en la memoria de los combatientes los aspectos menos duros. Sin embargo, los avances de la medicina han provocado que de la guerra vuelvan tullidos, parapléjicos, dementes, gente cuya vida está a salvo, pero cuyas condiciones son penosas. Antes los auténticos perdedores no podían hablar de la parte amarga de la batalla; hoy en día, sí pueden.

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