martes, 7 de diciembre de 2010

158.

En 1801 Ludwig van Beethoven tenía treinta años. Había sido contratado por una aristócrata para darles clases de música a sus hijas. Una de ellas era Giuletta, condesa Guicciardi. Sólo contaba con dieciséis años. El escenario resulta algo típico. Un hombre huraño, poco amigo de la mediocridad y la masa; un músico a punto de perder el oído para más ponzoña dentro de la herida de estar vivo en medio de un universo feo e inarmónico. La joven, suave, imaginas que algo alocada e ingenua. Contraste de cursos vitales y el monstruo de la naturaleza que cae enamorado de una insignificante adolescente. Independientemente de cómo fuera la historia real, fantaseas con el ansia de Pigmalión que aferraría los deseos del maestro y con los dimes y diretes, los sí quiero y no quiero; los ahora, no; tal vez, mañana de la condesita. Y Herr Beethoven que se va desesperando en su búsqueda de aquello que dé luz a sus días, hermosura a sus desencantos y tibieza a la frialdad de estar vivo. Beethoven compondrá la Sonata número 14 en do sostenido menor Quasi una fantasia, opus 27, número 2 para ella. No hay mayor monumento al amor. Pero Giuletta se casará con alguien de su posición. Para ti, que ella no lo merecía si, tras oír la sonata, no escapó de las angosturas de su clase para sumergirse en los torbellinos del portento. Aunque convendría ser un tanto clemente con la cría y entender que su vida junto al maestro no se hubiera deslizado con la melancólica ternura del adagietto, ni con el templado gozo del allegretto, sino con el volcánico empuje del presto agitato de la sonata "Claro de luna".

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