jueves, 30 de septiembre de 2010

104.

Viendo los rostros de los deudos, el clima del tanatorio, el olor del hospital, el color del ataúd, las emanaciones del coche fúnebre, las palabras del cura, los pésames de los conocidos, el sonido del palustre sobre la placa del nicho o la inmensidad de la espera durante la incineración; vistos los trajes ya inútiles en el armario, las tazas, los platos, los botes en el cuarto de baño de quien no volverá a usarlos; vista la soledad que deja atrás aquella voz exiliada para siempre; visto todo ese marasmo de dolor y ceremonia, llegas a creer que eso de morirse hiere más a quienes se quedan que al que se ha ido.

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