jueves, 23 de septiembre de 2010

100.

Les encanta, por el contrario, a tus contemporáneos la Odisea. Apenas hay adaptaciones al cine y a la televisión de la Ilíada; sin embargo, las de aquélla abundan. También esto resulta lógico. En la Odisea hay crueldad, pero menos. Su protagonista destaca por su astucia, no por su valor guerrero, aunque lo mostrase abundantemente en el canto dedicado a Troya. El tema es el del viaje y los personajes son más humanos conforme a la sensibilidad que corre por estos tiempos: Telémaco, el hijo leal que recorre el mundo buscando el rastro de su padre; Penélope, la esposa fiel que aguarda lustros y lustros el regreso de su marido; los compañeros de Ulises, tan inconscientes; las amantes del héroes, tan apasionadas; los pretendientes, tan ansiosos; los ancianos Laertes y Euriclea, tan dignos de compasión; hasta el perro Argos merece nuestra ternura. También el regreso de Ulises y el poema que lo narra te presentan el tinte de lo fantástico: el Cíclope, las Sirenas, los hechizos de Circe, el descenso a los infiernos, Escila y Caribdis. Un potpurrí que haría las delicias de tu mundo, si no fuera tan desdeñoso de lo antiguo y no precisara de adaptaciones que convirtieran en papilla nutritivos guisos. Vives una época blanda, como aquellas posteriores al siglo clásico de Atenas, durante la cual, precisamente, fue tomada como modelo la Odisea para escribir las primeras novelas de Occidente. Es una obra para gentes sin más valores que el hogar mullido donde aguarda el ser querido, aunque este objetivo sirva de excusa para demostrar la capacidad de supervivencia. Frente a la muerte con honor de la Ilíada y el camino hacia el Hades frío y lúgubre, en la Odisea el héroe sólo espera el calor del lecho junto a la esposa amada.

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