viernes, 3 de septiembre de 2010

86.

Aquí es donde concluye tu singladura por los auténticos derroteros del zen. Te es imposible aceptar mitos como el del boddhisattva, tan imbricado con el otro mito de la reencarnación, también inadmisible, cuya esencia se enlaza a ese otro mito llamado karma. La condescendencia te hace sonreír cuando lees las leyendas que ilustran la vida terrenal del Buda Shakyamuni. No presentan ninguna novedad esos intentos de adornar con lo sobrenatural los días de quienes han sido considerados seres superiores por su aportación a la humanidad. Sabes que en el fondo, como ocurre con cualquier leyenda, hay algo de cierto. La figura histórica de Gautama Siddharta es indiscutible y, simplemente, se trató de un reformador del brahmanismo en una época durante la cual surgieron otros como él. Una historia que recuerda la de otros reformadores como Cristo. Luego, una vez muertos, sus seguidores, animados por su carencia de textos directos escritos por el personaje y seducidos por la majestad de sus enseñanzas, acabaron por rodearlos de toda clase de fenómenos extraordinarios. Pero cuando entras en el cuerpo de las doctrinas, hay aspectos que no aceptas. Porque no has salido de una religión como la cristiana, incrédulo ante sus mitos y el efecto benéfico de sus exigencias, para caer en las garras de otra mitología. La cuestión que revolotea en tu cerebro es, entonces, hasta qué punto el budismo puede ser despojado de esos conceptos sin que quede desnaturalizado y convertido en algo para nada diferente de una especie de manual de supervivencia para la vida.

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