martes, 28 de septiembre de 2010

103.

Fueron dos meses en coma, cinco meses sin poder levantarte de la cama y dos años y medio de lucha contra tu enfermedad, sus secuelas, la burocracia sanitaria y la incompetencia de la mayoría de los médicos. También fueron años de percepción de una realidad a cuyas espaldas habías vivido durante cuarenta y tres años. Y no sólo hablas porque tu experiencia acerca de los hospitales nunca había trascendido de una rápida visita a algún familiar o amigo enfermo, o la asistencia a alguna consulta externa para hacerte una prueba insignificante y rutinaria; también te refieres a la constancia de esa otra realidad que versa sobre la actuación del ser humano puesto en situaciones cruciales. En primer lugar, era tu propia situación extrema la que te hizo reaccionar y comportarte como nunca antes lo habías hecho; en segundo lugar, y es lo que ahora mismo te hace pensar, sacaste conclusiones sobre cómo los otros actúan ante alguien golpeado por la suerte de una manera tan despiadada. Tu consejo en estas circunstancias está muy claro: nunca te muestres vencido. No hay nada que los demás teman tanto como un ser humano aherrojado por la desgracia que renuncia a superarse. Un enfermo de cáncer, un parapléjico o tetrapléjico, una víctima de enfermedad degenerativa o de cualquiera de las innumerables maneras con las que la naturaleza se las ha ingeniado para reducirnos a la miseria física y moral, son personas que tienen la obligación del optimismo. Cuando te visitan durante ese trance, lo otros escudriñan tus ojos, tu boca, las arrugas de tu frente, los gestos de tus manos, tus palabras para comprobar que tienes el espíritu en alza y ganas de victoria, aunque sea imposible celebrarla. Si dejas escapar tu desesperación, si admites tu derrota, si te rindes, los demás dejarán de visitarte, hablarán de ti a tus espaldas con compasión o quizá rencor. Serás culpable de haberles puesto ante la difícil situación de experimentar una verdad costosamente aceptable o quizá de tener que balbucir palabras inconexas en las que no creen con intención de aplastar en tu cerebro las ideas de hartazgo y de cesión. Si les comunicas que eres imbatible, se sentirán felices, te considerarán un modelo y te admirarán con unas expresiones en las que se puede identificar el consuelo de que no son ellos los que sufren al tiempo que denotan el temor a que algún día les toque el sufrimiento. Sólo quienes más aman podrán soportar la incomodidad de bregar día a día con quien no puede hacerse el fuerte, pero ese amor es extremo. La tibieza no soporta el dolor ajeno y la gente odia que un cobarde les destroce la tarde.

1 comentario:

  1. Alguien que se llama Margaret E. Sangster dice que "la verdadera compasión consiste en percibir la angustia ajena y hacerla nuestra" y se que tiene razón. Es una verguenza nuestra actuacion frente a quien sufre cualquier tipo de desgracia y lo peor son nuestras malas maneras al tratarlo. Yo me quedo con las palabras del Dalai Lama: "La compasión es la raíz de todas las formas de veneración".

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