miércoles, 15 de septiembre de 2010

95.

Te resistes a pensar que detrás del desprecio de la modernidad (o postmodernidad, que al caso es lo mismo) hacia la tradición cultural de Occidente hay una especie de conjura que pretende la necedad general. Más bien es el producto de una mentalidad que aspira a hacer tabla rasa de todo lo que sea anterior a los movimientos contraculturales de San Francisco y al mayo del 68 fecundados por intuiciones rousseaunianas, conceptos marxistas y elucubraciones freudianas. Esa ignorancia con frecuencia se tiñe de desprecio y se ceba con aquellos saberes que la intelligentsia moderna estima superados y desfasados. Su postura le hace creer en la originalidad de sus mensajes y en la convicción de que es capaz de crear un mundo nuevo tachonado con el flower power, la expulsión de los tiranos neoliberales y el multiculturalismo superador de las contradicciones. Les recomendarías este monólogo de Medea en la tragedia del mismo nombre estrenada en el año 431 a.C. y escrita por el ateniense Eurípides. Medea es una especie de hechicera que según el mito fue capaz de matar a sus hijos para vengarse de un marido infiel. ¡Ah, Eurípides, debelador de fatuidades feministas!

πάντων δ᾽ ὅσ᾽ ἔστ᾽ ἔμψυχα καὶ γνώμην ἔχει
γυναῖκές ἐσμεν ἀθλιώτατον φυτόν•
ἃς πρῶτα μὲν δεῖ χρημάτων ὑπερβολῇ
πόσιν πρίασθαι, δεσπότην τε σώματος
[λαβεῖν• κακοῦ γὰρ τοῦτ᾽ ἔτ᾽ ἄλγιον κακόν].
κἀν τῷδ᾽ ἀγὼν μέγιστος, ἢ κακὸν λαβεῖν
ἢ χρηστόν• οὐ γὰρ εὐκλεεῖς ἀπαλλαγαὶ
γυναιξὶν οὐδ᾽ οἷόν τ᾽ ἀνήνασθαι πόσιν.
ἐς καινὰ δ᾽ ἤθη καὶ νόμους ἀφιγμένην
δεῖ μάντιν εἶναι, μὴ μαθοῦσαν οἴκοθεν,
ὅπως ἄριστα χρήσεται ξυνευνέτῃ.
κἂν μὲν τάδ᾽ ἡμῖν ἐκπονουμέναισιν εὖ
πόσις ξυνοικῇ μὴ βίᾳ φέρων ζυγόν,
ζηλωτὸς αἰών• εἰ δὲ μή, θανεῖν χρεών.
ἀνὴρ δ᾽, ὅταν τοῖς ἔνδον ἄχθηται ξυνών,
ἔξω μολὼν ἔπαυσε καρδίαν ἄσης
[ἢ πρὸς φίλον τιν᾽ ἢ πρὸς ἥλικα τραπείς]•
ἡμῖν δ᾽ ἀνάγκη πρὸς μίαν ψυχὴν βλέπειν.
λέγουσι δ᾽ ἡμᾶς ὡς ἀκίνδυνον βίον
ζῶμεν κατ᾽ οἴκους, οἱ δὲ μάρνανται δορί,
κακῶς φρονοῦντες• ὡς τρὶς ἂν παρ᾽ ἀσπίδα
στῆναι θέλοιμ᾽ ἂν μᾶλλον ἢ τεκεῖν ἅπαξ.

De todas cuantas tienen aliento y juicio, las mujeres somos la criatura más desgraciada. En primer lugar, ellas deben comprar un marido con una exagerada cantidad de dinero y tomar un dueño de su cuerpo, y ésta es una desgracia aún más dolorosa que cualquier otra. En tomar uno malo o uno bueno reside nuestra mayor agonía, porque no hay separaciones honrosas para las mujeres ni es posible repudiar al marido. Si llega a una tierra con otras costumbres y leyes, debe adivinar, puesto que no las ha aprendido en su casa, cómo servir de la mejor manera posible al marido. Si un esposo convive bien con nosotras, que padecemos estas penalidades, sin imponernos violentamente su yugo, nuestros días son envidiables; pero si no, es mejor morir. Un hombre, cuando se hastía de la convivencia con los de casa, sale fuera y libera su corazón de la aflicción dirigiéndose junto a un amigo o a un coetáneo. Pero a nosotras nos es obligado mirar a una sola persona. Dicen, razonando erróneamente, que nosotras vivimos una vida sin peligros en la casa y que ellos combaten con la lanza, ¡tres veces quisiera yo estar a pie firme con el escudo que parir una sola vez!

Eurípides, Medea, versos 230-251.

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