martes, 14 de septiembre de 2010

94.

Corrían los principios del mes de octubre de 2005. Atrás tenías dos años y medio de padecimiento y delante una nueva vida con alguien muy importante a tu lado. Era un mediodía en Bergen, la ciudad de Europa donde más llueve, puerta de la ruta del Hurtigruten, el crucero que recorre los fiordos de la que es para ti la tierra más hermosa del planeta. Noruega había sido tu pequeño paraíso durante los años previos al desastre, cuando mirar los folletos turísticos te calmaba el dolor del alma en las tardes de ocaso y de tinieblas. Caminabas por Bergen un día lluvioso, como no podía ser menos. Pocos coches y poca gente. Era una calle paralela al Bryggen, donde se acumulan los restos medievales del pasado comercial de la ciudad. Era hora de reponer fuerzas y entrasteis en un local de comida rápida. Algo barato en la carísima Noruega, esperabais. Carteles en la lengua local y alguno en inglés, of course. Hablasteis sobre lo que ibais a pedir. La mujer que atendía el negocio os miró con luz en sus ojos. Y os habló en español. “Bien, nada de tu torpe inglés por el momento”. Madura, arrugada, gorda, pelo negro y contenidamente alborotado en sus intentos de dominio. A su lado un hombre de pura raza nórdica. Algo más joven que ella, no un muchachito. Se afanaba en los preparativos. Un par de mesas estaban ocupadas, una de las cuales asistía a la comida de un hombre de mediana edad con un niño. “Un padre divorciado, tiene toda la pinta”. Tu compañera necesitaba entrar en el servicio. Preguntó. La señora, amablemente, le dijo que no había porque en ese tipo de establecimientos no era obligado. “Pero no importa, le dejo entrar en el nuestro”. Comisteis los típicos productos de fast food, insípidos en su pugna por ser llamativamente sápidos. Cuando os fuisteis, hubo sonrisas y mucha cordialidad por parte de la compatriota. Salisteis a la calle. Seguía lloviendo camino del hotel. Estabas cansado y eras feliz. Estabas visitando el lugar donde te gustaría vivir. En medio del chapaleteo de las ruedas de los escasos coches y del ambiente gris, no se te iba de la memoria el rictus de amargura de aquella mujer.

1 comentario:

  1. Yo creo que es mera casualidad el éxito mercadológico que obtiene un escritor, porque los hay, y muchos, que basándose en estilos literarios sofisticados logran escribir puras pendejadas (con todo respeto, ejem).
    Yo entiendo que un escritor tiene éxito cuando solo una persona aunque sea, lee y gusta de su obra, y estoy segura que tu lo conseguiste porque te proyectas realmente. No soy experta ni mucho menos, pero como simple lectora te puedo decir que te logras transmitir en tus escritos, especialmente en los que a ti mismo se refieren y creeme, que eso es mas que suficiente.

    ResponderEliminar