martes, 7 de septiembre de 2010

89.

Tras este párrafo se erige una estela de referencias bibliográficas. Es la constancia de unos libros leídos desde hace unos meses a salto de mata, intercalados entre otros. Serán, probablemente, los últimos sobre Bizancio. Resulta curioso que después de tantos años dedicados al estudio de aquella cultura, ahora te hayas dado cuenta de que no ofrece apenas nada que te resulte interesante. O quizá sea mejor decir que ya no te resulta interesante. Has leído el De administrando imperio del emperador Constantino VII a duras penas. Es un collage digno de esta época internetiana de corta y pega. Esperabas una versión autóctona de la mentalidad bizantina y sólo la hallaste en algún párrafo perdido lleno de tópicos. El libro de las ceremonias del mismo autor lució en tu biblioteca por decenios a la espera de una gozosa lectura en la que aguardabas inciensos y mosaicos dorados, cantos bizantinos y pompas imperiales. En realidad es un catálogo cansino de aclamaciones repetidas con la misma amenidad que una guía de teléfonos. No pudiste pasar de las primeras cincuenta páginas. El hombre bizantino te gustó más, pero tiene el mismo interés que el hombre renacentista o el hombre medieval. Y, finalmente, la guinda que coronó el pastel que se ha desmoronado es el libro benemérito de N.G. Wilson Filólogos bizantinos. El autor en su introducción reconoce honradamente que los eruditos de Bizancio no aportaron a la humanidad nada más allá de su labor de conservadores de un legado que brillaría después de la desaparición del cuerpo político que tuteló su labor. Esa triple alianza de Atenas, Roma y Jerusalén que te atrajo en su momento y que tanto te sugería, ahora, después de tantos años se ha revelado como algo en sí poco atractivo para este momento tuyo. Fue una sociedad que dio un arte y una historia a la Humanidad, pero que por su seguridad sobre lo que es el ser humano, su puesto en el mundo y su forma de organizar la vida tenía las cosas tan claras, tan claras que nunca cuestionó su papel. Por ello, no comprendieron nunca qué fue la Antigüedad y su mentalidad. Aunque fue tanto el respeto hacia ella que la conservaron y por ello hemos de estarles agradecidos. Adiós, Bizancio.

Guglielmo Cavallo (ed.) El hombre bizantino, trad. Pedro Bádenas de la Peña, Inmaculada Pérez Martín, José Antonio Ochoa Anadón & José Luis Aristu, Madrid, Alianza Editorial, 1994; N.G. Wilson, Filólogos bizantinos, trad. Alejandro Cánovas y Félix Piñero, Madrid, Alianza Editorial, 1994; Constantin Porphyrogénète, Le livre des cérémonies, ed. Albert Vogt, Paris, Les Belles Lettres, 1967; Constantine Porphyrogenitus, De administrando imperio, ed. Gyula Moravcsic & trad. inglesa Romilly J.H. Jenkins, Washington, Dumbarton Oaks Papers, 2008.

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