jueves, 9 de septiembre de 2010

91.

Desde que leíste La ciudad y los perros durante tu adolescencia, quedaste enganchado a los libros de Vargas Llosa. Hace unos años cayeron un par de novelas cuyo protagonista fue el policía Lituma. Y ahora acabas de leer Los cuadernos de don Rigoberto. La trama gira en torno a un niño obsesionado con el pintor Egon Schiele y con su madrastra a la que por el contexto se puede deducir que ha seducido. El padre de la diabólica criatura se ha separado de ella aunque la ama. Y ella a él. Los episodios se van sucediendo entre las visitas del niño a casa de la madrastra con el objetivo de reconciliar a la pareja, otros episodios de la vida de ambos y los escritos que don Rigoberto, el padre del engendro, escribe sin darle nunca publicidad ni enviarlos a quienes van dirigidos. Esos son los cuadernos del título. Son una declaración de individualismo y libertad que, paradójicamente, nunca salen de la intimidad del redactor. Has leído el libro con placer. Contiene esa mezcla de modernidad y claridad que tanto aprecias y una prosa estupenda. Te recuerda otro libro, Elogio de la madrastra, donde también está involucrada la pintura y que, desgraciadamente, no pudiste leer más allá de unas primeras páginas. Asuntos semejantes, pero, a tu juicio, mucho más atractiva la forma de Los cuadernos de don Rigoberto.

Mario Vargas Llosa, Los cuadernos de don Rigoberto, Madrid, Alfaguara, 1997.

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