viernes, 1 de octubre de 2010

105.

Fue comprado hace quince años. Figuraba en una colección de venta en quioscos. Y ahora lo has leído. Cuando lo abriste pensaste que sería otro de esos intentos modernos de jorobar al cliente con el pretexto de buscar al lector inteligente. Tanta página sin un punto y aparte, excepto cuando aparenta entrar en un nuevo capítulo. Pero desafiaste la impresión y te adentraste para quedar aferrado a sus letras. Río amazónico de verbosidad armoniosa en su despliegue. Fantástica. Hay muchas novelas sobre ese fenómeno del militarote devenido tirano vitalicio de una república sudamericana. García Márquez te encandiló con sus palabras, con su riqueza, con sus hallazgos. Un pobre hombre, el macho, como lo llamaba el pueblo, que en la hora final sólo se acuerda de su madre, a la que tras morir había canonizado civilmente después de que dos turiferarios de la jerarquía eclesiástica rechazaran el alzamiento a los altares. Una historia triste como todas las humanas contadas de forma hechicera por un maestro. Pocas veces se ha podido expresar mejor el carácter de ese subgénero del dictador bananero que cuando en la página 85 de la edición que manejas, escribe el autor: Era difícil admitir que aquel anciano irreparable fuera el único saldo de un hombre cuyo poder había sido tan grande que alguna vez preguntó qué horas son y le habían contestado las que usted ordene mi general.

Gabriel García Márquez, El otoño del patriarca, Barcelona, RBA Editores, 1995.

1 comentario:

  1. Para mi existen todos los escritores del mundo, y Gabriel Garcia Marquez. Es un maestro. No tengo el libro a la mano pero de "El Coronel no tiene quien le escriba" recuerdo el pasaje de la mujer del coronel diciéndole que tuvo que hervir piedras para que los vecinos pensaran que tenían algo para comer. La magia de García Márquez radica en que cuando solo quiere decir tres palabras la imaginación del lector puede hilar toda una historia sin tanta palabrería, como el cazo hirviendo, las piedras dentro, las casas vecinas con curiosos asomando. Creo que imaginé las gallinas flacas y perros sarnosos correteando entre piedras y hasta alcance a percibir todos los aromas mezclados, desde el olor a tierra hasta el de estiércol confundidos por el consomé de piedra. Es el maestro porque yo, siendo una lectora desorganizada y no tan preparada para estos menesteres intelectuales, sus historias mágicas me conducen pacíficamente sobre otras ajenas y me logran atrapar hasta el punto de nunca querer dejarlo.

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