miércoles, 13 de octubre de 2010

113.

Las elecciones personales carecen de libertad. Eres lo que eres porque el azar se ha confabulado en esa combinación de células y experiencias. Por eso es algo absurdo dar razones de tu escaso aprecio por tu tierra. Tienes, quizá, un serio problema, porque el ser humano necesita identificarse con algo más allá de su caducidad y normalmente ese más allá son las costumbres, la gente y el suelo que lo rodea en el momento de nacer. Hay en tu país más gente con el mismo problema. España es un país sin españoles apenas. O, al menos, con un menor número de lo aconsejable. Aunque, como dices, tus emociones no son debidas a tu elección, puedes dar razón de tu desapego y sumarte al juego de dar cuenta racional a posteriori de lo que ésas ya tienen decidido. No te gusta tu gente porque abundan quienes están prestos a ejercer de Torquemada, en uno y otro bando. Porque el español ansía un Concilio de Trento, ya sea con tiaras o con hoces y martillos. Esta tierra propicia los meapilas blancos, azules, rojos y violetas. No te sirve de justificación el clima, porque en los inviernos te hielas y los veranos son horripilantes. Y hablo de Andalucía, el más sur de los sures de Europa. No te valen las apelaciones a aquello que más aprecian tus compatriotas: el jamón, la tortilla de patatas, la paella, el jolgorio, los vinos y la cerveza. Tampoco es tan sincera la supuesta apertura de las gentes. Hay mucho de hipocresía y de una sutil xenofobia encubierta con sonrisas de desprecio. La chapuza, la corrupción y el engaño tienen aquí su imperio. Los pocos que cumplen son observados como alienígenas y considerados imbéciles. Hay cosas buenas, como es lógico, pero el sol calienta más suave en otros pagos y las gentes, aunque frías, cumplen con su obligación.

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