miércoles, 20 de octubre de 2010

118.

El odio del socialismo canónico hacia el cristianismo se te antoja una versión colectiva de aquella pulsión freudiana que pretendía (y temía) el asesinato del padre. Por más que les pese, el imaginario del socialismo es cristiano. Por ser semejantes, subrayas que hasta sus profetas fueron ambos judíos. Bien pudieras afirmar que el socialismo es el intento de recuperar un mensaje original cuando las bases trascendentes del mismo se han venido abajo por el avance del conocimiento, y la solidez de la primera predicación se debilita. Dios ha muerto y la materia se enseñorea porque, contrariamente a aquél, es domesticable por el conocimiento científico. Pero había que sacar de las ruinas ese ideario de fraternidad universal, de igualdad entre todos los seres y de libertad del género humano ante su propia vida. Ves incluso en esa inquina que hay una buena porción de reproche amargo porque el cristianismo, llevado por la esperanza del paraíso en el más allá, olvidó fundarlo aquí en la Tierra. Arrastrado por sus raíces, el socialismo pretende sustituir el viejo camino por uno nuevo. Como se decía en aquel cómic, quiere ser Califa en lugar del Califa. Y nadie odiaba más al indolente monarca que el rastrerillo visir Iznogoud. No te extraña el odio del socialismo canónico hacia el cristianismo, aunque el problema es el mismo en ambos: cómo la naturaleza humana convierte en aherrojamiento del prójimo los mejores ideales.

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