viernes, 8 de octubre de 2010

111.

La casualidad hace que estés leyendo ahora Conversación en La Catedral cuando te enteras de que le han concedido a Mario Vargas Llosa el Premio Nobel de Literatura de este año. Te alegras porque, si, como dijo alguien, nuestra patria es la lengua que hablamos, Vargas Llosa y los cuatrocientos millones de personas que compartimos el español pertenecemos a la misma patria. En ese sentido, el escritor es tu compatriota y no sólo porque tenga la nacionalidad española y peruana al tiempo. Como afirmas en la entrada número 91, en los tiempos de tu adolescencia leíste La ciudad y los perros y te dejó impresionado. Tuviste la sensación de haberte encontrado con una novela perfecta. Luego, a lo largo de los años vinieron los Lituma y, últimamente, Los cuadernos de don Rigoberto. Quedan pendientes otras muchas obras del autor que crees irás deglutiendo poco a poco. Lo mejor de Vargas Llosa es que no confunde modernidad con oscuridad. Su complejidad es asumible por el lector. Es un escritor poderoso y al tiempo accesible. Genial. Si le añades que presume de ser liberal, más a su favor. El mundo de la cultura está tan lleno de utopistas que pretenden construir mundos futuros edificados sobre los escombros de la libertad personal que alguien como el escritor peruano te reconcilia con aquello que los franceses llaman les clercs.

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