martes, 19 de octubre de 2010

117.

Es muy importante su idea de que la edición es un saber empírico antes que otra cosa. No hay modo de “estudiar” para ser editor como se estudia para ejercer de abogado o perito mercantil. No existe un libro de texto del editor, sino un conocimiento que va adquiriéndose con la práctica. El libro que comentamos se inicia así: “Llevo cincuenta y cinco años oyendo la pregunta: “¿Dónde aprendió usted su oficio?” La respuesta es siempre la misma: en ninguna parte”. Kurt Wolff considera que sólo se necesitan dos condiciones previas para ser editor: entusiasmo y buen gusto. El entusiasmo es una cuestión de carácter; el buen gusto se adquiere, pero no en la universidad; ni siquiera una buena base de cultura general es decisiva, aunque sí importante. Cámbiese edición por enseñanza y editor por profesor; consérvese entusiasmo y substitúyase buen gusto por amor al saber. Ahí está la esencia del oficio de enseñar. En cuanto a las Facultades de Pedagogía y a sus apóstoles, les aplicarías esa frase que en la Alta Edad Media se salmodiaba en las iglesias: A furore Normannorum, libera nos Domine. Elimínese Normannorum y añádase pædagogorum. El que sepa latín que entienda. El que no, que lo estudie. No hace daño, repatea el estómago de los pedagogos y anima las neuronas.

José María Guelbenzu, “Kurt Wolff o el oficio de editor”, Revista de libros, núm. 166 (oct. 2010), pp. 36-37

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