sábado, 23 de octubre de 2010

121.

No recuerdas que tú fueras así cuando tus hijos eran pequeños. Estabas con tu hija comiendo en un bar. En el pequeño salón sólo había otros clientes. Una pareja mayor (los abuelos) y una más joven (los padres). Y el pequeño monstruo. Una criatura de no más de tres años que atronaba con sus gritos el espacio. Su actividad, molesta, muy molesta, no cesaba. Ante esa lógica incontinencia infantil, los cuatro adultos miraban embobados las terroríficas evoluciones del bicho. De vez en cuando la madre amenazaba con la boca pequeña: “Si no te portas bien, te subo al carrito”. Por supuesto, nunca fue castigado. Los abuelos lo miraban arrobados. La chinche saltarina rompió un vaso y el padre le reprendió con una voz suave: “Eso no se hace. Te voy a subir al carrito”. Le hablaban como si fuera un pequeño adulto, los idiotas. Inútil fue cualquier intento de control con esas armas, claro está. La tortura para tus oídos continuó todo el tiempo durante el cual el aprendiz de dictador perpetuo campó por sus respetos. Era un espectáculo penoso, excepto para el público que admiraba a su estrella. Lo peor es que ese tipo de escenas se repiten continuamente por doquier. Niños tiránicos y padres imbéciles. Es el signo de unos tiempos en los que las normas no existen y los niños son protegidos como si fueran una especie en extinción. Crees que tú nunca fuiste así como padre. Lo crees firmemente, lo esperas y temes que estés equivocado…

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