lunes, 30 de mayo de 2011

301.

Crees recordar que fue Jean-François Revel el autor de esta reflexión: no hay por qué pensar que un subsecretario de un ministerio sea, por esencia, más honrado que un ejecutivo de una empresa. Ahí radica, a tu juicio, el fallo del socialismo: el empecinamiento en ignorar la naturaleza humana, cegado por el sortilegio de la utopía. Esa persistencia en el error le lleva a seguir dando por firme que todo lo relacionado con el estado es siempre superior moralmente a la labor privada de los ciudadanos. El estado lo integran personas y las personas, cuando tienen a su alcance el poder, tienden a la corrupción y al abuso. Como todo hijo de vecino, desean perpetuarse en tan sabrosa situación. Por eso, crees que la teoría fundamental que informa la Constitución de los EE.UU. es una muestra de clarividencia al desconfiar del ser humano alzado al poder y establecer un sistema de limitaciones mutuas entre los poderes del estado. En esa línea, el estado debería encargarse de unas pocas facetas esenciales (cuentas públicas, sanidad, pensiones, enseñanza, justicia, orden público, patrimonio, infraestructuras, exteriores y defensa) y dejar el resto a los ciudadanos. Habría que recaudar menos impuestos y lo conseguido sobraría para tener esos servicios esenciales bien engrasados. Estos son los criterios que te llevan a no vincularte con ese movimiento que ahora puebla las calles de España: sus soluciones, al final y por más que pretendan limitar la capacidad de maniobra de los políticos, son más estado. Al final, supuesto que consigan sus objetivos, los que llegasen a la nueva estructura estatal seguirían teniendo el mismo o más poder que antes. Poco tardarían en abolir aquello de la limitación de mandatos y demás reivindicaciones. El camino es, pues, menos estado, más limitado y más libertad a los individuos. De todos modos, nada de esto es nuevo para ti. Todavía recuerdas cómo la inmensa mayoría de los jóvenes anarquistas, maoístas y trotskistas de tus años de Facultad (aquella gloriosa segunda mitad de los 70) terminaron en la mullida y confortable moqueta de la Junta de Andalucía.

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