viernes, 13 de mayo de 2011

287.

El libro se te ha acabado cayendo de las manos. Has intentado leerlo hasta el final, pero no has podido. Su título y autor son La tragedia griega y los mitos democráticos, de Enrique Herreras. Hay dos razones fundamentales. Como honradamente aclara en el apartado de agradecimientos, es la publicación de una tesis doctoral. Es ése un subgénero peculiar de la literatura de investigación. Todavía se usan viejos términos en el contexto de esa labor: se habla de “defender una tesis”. Pero hoy en día, dada la corrupción, endogamia y mediocridad de la Universidad estatal española, en esos trabajos apenas hay tesis y menos aún nada que defender ante un tribunal formado por amigos que ya tienen bajo el brazo el sobresaliente cum laude. Lo que se debe hacer en una tesis es dar alguna mínima justificación al tribunal para ese sobresaliente. En la vía de la elaboración actual de tesis doctorales, se acumulan en el libro de Herreras infinitas citas a otros autores. Pero lo que sería válido para las capitidisminuidas tesis españolas contemporáneas, queda en una burbuja inane que estalla al primer instante cuando se vuelca en un libro convencional. No hay nada original en el libro. Las aportaciones del autor son simples reiteraciones de lo que otros han dicho con más orden, lucidez y enjundia. Las ideas están deslavazadas. No hay impresión de organización a excepción de la distribución de los capítulos. En la contraportada, se dice que el autor es profesor de Filosofía (área de Estética) en la Universidad de Valencia. Si la tesis le ha servido para la titularidad, cumplió perfectamente su papel. Pero esa información, junto con la presencia de Adela Cortina como directora, una especialista en Filosofía Moral, te lleva a la otra razón de la inanidad del libro. Ignoras si el autor sabe griego clásico, pero te temes que no sea así (un “Olympo”, un “del areté” delatadores se cuelan entre las páginas). Stefan Zweig, con cierta seguridad, ignoraba el ruso; pero ello no le impidió escribir un ensayo sobre Dostoyevski. No hace falta dominar lenguas extranjeras para captar un espíritu y hacer un ensayo. Pero investigar requiere más amplios visos. Si se quiere investigar sobre la novelística francesa del XIX hay que saber bien francés. Por poner un ejemplo. O alemán si se quiere profundizar en el mundo de Goethe y el semillero de estados germanos de su época. Si estás equivocado en la materia del conocimiento del griego clásico, perdón. En cuanto a lo demás, que nadie te reproche nada: eres doctor con la máxima calificación y Premio Extraordinario. Y sabes dónde está el truco en el espectáculo.

Enrique Herreras, La tragedia griega y los mitos democráticos, Madrid, Biblioteca Nueva, 2010.

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